Roja de vergüenza

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España monopoliza el juego, pero deja ir su ventaja y termina cayendo en la tanda de penales ante la modesta anfitriona. El monólogo conformista y exasperante de los de Hierro culmina con una estrepitosa eliminación en octavos de final.



La España más incomprensible e inexplicable de los últimos tiempos se despidió ayer de Rusia, en octavos de final, tras caer ante el modesto anfitrión del torneo en la tanda de penales. Murió, en realidad, ahogada en su propia superioridad y empachada de pelota, tras completar más de mil pases al compañero, pero siendo incapaz de doblegar en 120 minutos la resistencia espartana de un equipo que a los 12' ya le había regalado un gol de ventaja. Insólito. Un final a la altura de la participación en la cita, siempre a trompicones, de un equipo viciado desde antes de que echara incluso a rodar la pelota, sin seleccionador, sin confianza en su propio estilo y con muy poca memoria.

Apostó Fernando Hierro, en su primera decisión en calidad de entrenador y no de continuista seleccionador interino, por revolucionar el once de su equipo ante Rusia. Asensio fue de la partida en detrimento de Iniesta, Koke regresó a la titularidad y Nacho terminó ganándole la partida a Carvajal en el lateral derecho. Pero poco o nada distinguió al combinado español de aquel conjunto dominante pero romo, carente de hambre y de sorpresa, que había conseguido la clasificación a octavos como el peor de todos los líderes de grupo. Porque en el día de la presunta revolución española, el equipo que lució verdaderamente diferente fue el ruso. Cherchesov, consciente de las limitaciones de su selección, cambió el dibujo disponiendo una línea de cinco defensores en el fondo con la única misión de resistir en el partido, de dilatarlo hasta sus últimas consecuencias. Y aunque el veterano Ignashevich no tardó en hacerle un flaco favor a su equipo, el examen de la supervivencia, Rusia lo aprobó con nota.

Una falta lateral ejecutada por Asensio, que contó con la complicidad del arquero Akinfeev, atornillado al piso en el área chica, terminó con el tanto involuntario del central, tras un forcejeo en el segundo palo con Ramos.

La apertura de la cuenta, sin embargo, desenterró la versión más deslucida de la ex campeona del mundo, un equipo capaz de someter a su rival desde la posesión, pero incapaz de hacerle daño. Alarmantemente faltó maldad. Con muy poco de Isco, casi nada de Asensio y sin noticias de Silva, el fútbol de España comenzó a resbalar hacia el tedio, volviéndose demasiado horizontal, anodino, exasperante por momentos. Y Rusia empezó a creer en la proeza, y a crecer en torno a su único bastión: un gigante llamado Dzyuba.

El recital del delantero, un ejercicio conmovedor e implacable de brega, fue abrumador. Ganó todos los duelos aéreos, generó un sinfín de segundas jugadas y terminó provocando el penal del 1-1 a los 40'. Su imperial cabezazo a la salida de un córner se topó con el brazo extendido de Piqué. Una torpeza que el ariete materializó en gol desde los doce pasos. Fue el único remate entre los tres palos de Rusia. Pero acabó en la red.

La segunda parte fue un resumen extendido de la primera. Cherchesov agotó sus cambios rápidamente y Hierro envió a la cancha a Iniesta (que mereció un adiós menos traumático), pero ni con esas. Las tentativas del propio Iniesta, primero, y de Aspas, cuando agonizaba el tiempo reglamentario, murieron como todas, a los pies de la muralla rusa.

La entrada de Rodrigo en el alargue dio otro aire a España, pero ni la chispa del hispano-brasileño, ni el VAR (revisado para dirimir un posible penal sobre Ramos) consiguió evitar que los pupilos de Hierro se jugaran su continuidad en el Mundial a la suerte de la ruleta rusa. Y ahí, claro, fue donde los anfitriones culminaron su gesta. Akinfeev, titánico, contuvo los lanzamientos de Koke y Aspas desatando el delirio en el Luzhnikí, haciendo estallar la sorpresa y dejando fuera de la Copa del Mundo a otra favorita, la España de los mil pases estériles.

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