El nepotismo de la elite en los ojos de la clase media

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Quienes se saben parte de esta élite, naturalmente pensarán que está columna no es más que una metáfora. Bien que así sea en su caso, pero no en el de los consejeros presidenciales que de seguro sabrán diferenciar metáforas de percepciones y sentido común.



El frustrado nombramiento del hermano del presidente como embajador en Buenos Aires me trajo de vuelta el imaginario que la clase media tiene sobre la élite del país y el espacio que el mérito juega en ella.

Según la RAE, el nepotismo es "la preferencia que tienen algunos funcionarios públicos para dar empleos a familiares o amigos, sin importar el mérito para ocupar el cargo, sino su lealtad o alianza".

Vale decir, que el nepotismo pone al menos dos ejes en tensión: por un lado, el parentesco y por otro el mérito.

En el caso en cuestión, de las tensiones en juego en la definición de la RAE, el vínculo familiar es innegable y muy estrecho. Si esa fuese la única arista en consideración, su nombramiento sin lugar a dudas tipifica como nepótico. Respecto del segundo eje, el del mérito, el currículo de Pablo Piñera es contundente y, comparativamente, muy superior al de muchos que han ejercido como embajadores. Y fue precisamente la trayectoria profesional de su hermano la que usó obstinadamente el mandatario para defender su nombramiento, apelando a "la objetividad del mérito" y pasando por alto el sentido común y, probablemente, los reparos de su círculo de asesores.

Al desaconsejar el nombramiento del hermano, es probable que los consejeros presidenciales tuviesen en consideración que, para una abrumadora mayoría ciudadana que se autodefine como de clase media -78%-, que opina en las encuestas y votó por el Presidente en diciembre pasado, el mérito no es precisamente un valor atribuible a la familia Piñera, ubicada en el corazón de una  élite nacional caracterizada por gozar de innumerables privilegios por su condición de tal, mucho antes que por su mérito.

Quienes no se sienten parte o se saben ajenos a ese círculo reducido, lo juzgan cruzado por relaciones de parentesco y amistad, concentrando sin contrapeso el poder económico y político. Miran con desconfianza al selecto grupo, que entienden compuesto por grandes empresarios que han heredado fortunas o la han generado con prácticas opacas y por ciudadanos de altos ingresos y patrimonio que gozan de todos los bienes y servicios que aseguran una óptima calidad de vida. Para quienes la miran desde fuera, se trata de un grupo cerrado y privilegiado, que vive en el paraíso del consumo fatuo y sin límites. Nada más distinto a la realidad de una clase media que vive endeudada y "bicicleteando con las lucas" para llegar a fin de mes, al mismo tiempo que está orgullosa por lo que por su esfuerzo y mérito propio ha obtenido. Y sin privilegios ni ayuda de nadie, dicen.

Esta imagen de la élite, compuesta de grandes empresarios y cortesanos que trabajan en los altos cargos de las grandes empresas, se completa a ojos de la clase media con políticos y asesores de izquierda y derecha que trabajan en connivencia con los intereses del poder económico y usan la política como medio para enriquecerse.

Estadísticamente, la clase media es un 45% de la población, en su mayoría compuesta de segmento medio-bajo (o C3). Sin embargo, hay una proporción mucho mayor de ciudadanos que quiere identificarse con esta clase pues se cree que ahí residen los verdaderos meritócratas, aquellos que no cuentan con los privilegios de la élite ni con la ayuda del Estado. Aquellos que se levantan temprano y acuestan tarde trabajando, que acceden al consumo y la educación vía endeudamiento y que sienten que la honradez, la dignidad y el esfuerzo son su principal patrimonio. Aquel grupo que circunscribe sus fronteras en la escala social por arriba de los pobres y, muy por lejos, bajo una elite de clase alta arropada en su patrimonio material y en sus privilegios de clase.

Pese a que el presidente, al igual que la élite de izquierda y derecha pudieron estar en lo cierto respecto de los méritos de Pablo Piñera para el cargo de embajador, es probable que una mayoría ciudadana percibiera un acto de mayúsculo nepotismo en la fallida intención presidencial por nombrar a su hermano. Y, a diferencia de la élite, lo advirtió en todas las aristas que permiten las definiciones de la RAE.

Quienes se saben parte de esta élite, naturalmente pensarán que está columna no es más que una metáfora. Bien que así sea en su caso, pero no en el de los consejeros presidenciales que de seguro sabrán diferenciar metáforas de percepciones y sentido común.

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