Auge y desaparición del arte pop en Chile
Entre 1964 y 1973 artistas como Guillermo Núñez, Francisco Brugnoli y Valentina Cruz produjeron obras que mezclan elementos de la cultura popular con mensajes políticos. Rechazados y criticados, hoy una muestra los rescata.
Corre 1965 y en medio de la sicodelia del movimiento hippie, la lucha por los derechos civiles de los negros y los cuestionamientos a la Guerra de Vietnam, dos artistas chilenos buscan inspiración en La Gran Manzana. Guillermo Núñez (1930) dará un vuelco a su trabajo, pasando de la abstracción a lo figurativo y mezclando imágenes de revistas con elementos del cómic, influido por la obra contingente y colorida de Robert Rauschenberg y Jasper Johns; mientras que Valentina Cruz (1940) hará un salto cuántico para la historia de la escultura local, cuando comience a trabajar con materiales inusuales como látex y desechos para crear perturbadores objetos.
A su regreso al país, ambos se convertirán en la punta de lanza del arte pop nacional. Un movimiento que si bien tiene sus raíces en el mundo anglosajón, con el liderazgo de Andy Warhol en EEUU y Richard Hamilton en Inglaterra, en Latinoamérica cobrará ribetes únicos, ligado a las luchas sociales, rescatando las raíces populares y criticando el modelo económico de consumo que se impone en el norte del continente.
Siempre al margen de la academia, varios artistas se sumarán a la corriente, entre ellos Francisco Brugnoli, Virginia Errázuriz, Alberto Pérez, Patricia Israel, Cecilia Vicuña y el mismo Roberto Matta, quienes con estilos particulares compartirán la irreverencia del color, la crítica social, el uso del lenguaje directo y la apropiación de iconos populares, publicitarios y de objetos cotidianos en sus obras. Durante una década el pop hará de las suyas en Chile, pero tras el Golpe de Estado de 1973 se debilitará hasta transformarse en una nota al pie de página de la historia del arte local.
Las curadoras Soledad García y Daniela Berger emprendieron una investigación en torno al período que muestra sus primeros avances en la exposición La emergencia del pop. Irreverencia y calle en Chile, abierta hasta el 25 de septiembre en el Museo de la Solidaridad (MSSA).
Allí, lograron reunir algunas de las obras más emblemáticas producidas entre 1964 y 1973, con préstamos de otras instituciones como el MAC, el Museo de Bellas Artes, MAVI y colecciones privadas, además de las del propio MSSA. El resultado es vibrante: cinco salas que reflejan el espíritu crítico y a la vez alegre de esos años, que serían cruciales para Chile. “El ambiente era convulso, estaba la crisis de la reforma universitaria, la campaña electoral de Frei Montalva y por otro lado la presencia constante de EEUU, que se estaba armando como una potencia que mira como gran amenaza el socialismo que surge en Latinoamérica”, dice Soledad García. “Los artistas están al tanto de todo lo que ocurre, están muy conscientes y tienen claras las opiniones políticas que quieren expresar en sus obras. Muchos pertenecían a movimientos de izquierda como el Frente de Acción Popular (FRAP) o el MIR. Esa irreverencia causó rechazo tanto en el público, como en la prensa y la academia”, agrega, quien ya había montado una exposición sobre el Pop crítico en países como Brasil, Portugal, Cuba y Suecia, con obras del MSSA.
De lo íntimo a lo universal
En el segundo piso de la casona de República 475, dan la bienvenida los llamativos óleos de Guillermo Núñez. El último sueño de Joe o Diseño para la muerte de Joe, ambos de 1966, son protagonizados por un soldado norteamericano como cualquiera de esa época, reclutado para la guerra e ignorante de las consecuencias que eso traerá para su vida. En el centro destaca Botiquín de primeros auxilios (1966) de Valentina Cruz, donde encapsula en frascos pedazos de bocas que esbozan gestos inquietantes, acompañados de tijeras y pinzas metálicas, todo para ilustrar la pérdida de las emociones en un mundo cada vez más frío e industrializado. “Es una obra rupturista respecto a cómo entonces se comprendía la escultura. Es una de las pocas que pone la idea y el concepto por delante del material, por eso se atreve con el látex, que lo moldea sobre su propio cuerpo. Con esa obra ganó la Bienal de París de 1966, mientras que aquí fue totalmente destrozada; eso tuvo un costo emocional muy grande para ella”, cuenta Daniela Berger, curadora del MSSA.
A un costado de la sala se exhibe Barricada I y II (1965), de Alberto Pérez, quien usa maderas, telas rasgadas y fotografías intervenidas para hablar del hacinamiento de las poblaciones callampas y las protestas en los campamentos. También destaca Siempre gana público (1965), de Francisco Brugnoli, en la que la madera es intervenida con afiches publicitarios y sobre éstos hay pegado un overol de artista, pinceles y potes de pintura. Mientras que su esposa, la artista Virginia Errázuriz, utiliza retazos de tela y arpilleras para crear personajes femeninos que rescatan el oficio del artesano. “Nosotros (Virginia y yo), pensábamos que el universo de lo particular y lo cotidiano, recogido muy directamente, abría un cono a un espacio mayor, exponiéndolo a una mirada desprevenida”, explicaba Brugnoli en un catálogo de 1989.
Una mirada personal pero que aspiraba a algo más universal es también la propuesta de una joven Cecilia Vicuña. Empinándose por sobre los 20, la artista visitó EEUU en 1969 y asistió a Woodstock. De allí nacen sus obras de 1971, Janis-Joe, collage donde aparece Janis Joplin, Joe Cocker y Angela Davis, y Casita para pensar qué situación real me conviene, un homenaje a Salvador Allende en formato de biombo. “Está la crítica, el sarcasmo, la violencia de la época, pero también hay un sentimiento de mucha juventud y vivacidad”, dice Berger.
La mayoría de estas obras no se exhibió en los museos hasta varios años después. Fieles a su origen popular, circularon en eventos como la Feria de Artistas del Parque Forestal o en encuentros en talleres de artistas. En 1973, todo cambiaría. “Muchos artistas se fueron exiliados, y todos cambiaron radicalmente su estética. En los 80 habría una reaparición del pop con artistas como Francisco Smythe, Gonzalo Díaz o Juan Dávila, pero el contexto sería totalmente distinto”, resume Soledad García.
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