Chañaral de Aceituno: La joya en bruto del norte chileno

En la Tercera Región, pocos kilómetros al norte del famoso Punta Choros, se ubica esta pequeña caleta donde abundan tranquilidad, buena mesa, acogedores residentes y su mayor atributo: seis especies de ballenas que todos los años "veranean" en sus frías aguas.




SON DE ESOS LUGARES a los que no nos gustaría darle publicidad, porque los egoístas veraneantes preferiríamos que se quedara así, con sus bucólicos botes esperando la mañana en la pequeña bahía de la caleta, con sus perros durmiendo largas siestas, con el viento batiendo algunas banderas que todavía quedan de las Fiestas Patrias, con sus calles de tierra, con la sonrisa honesta y el "¿se toma un tecito?" de sus habitantes.

Belleza clásica, esa de playas blancas y aguas claras del norte, no tiene (aunque la playa de El Apolillado a 9 km es un buen sucedáneo). Para eso se puede ir unos 18 km al sur y visitar Punta Choros en la Cuarta Región, que a estas alturas es una urbe en comparación con la caleta. Pero en Chañaral de Aceituno no quieren ser como ellos. "Es que ha llegado mucha gente de afuera", dicen sus habitantes, que quieren tranquilidad, desarrollo sostenible y seguir dejando las puertas abiertas.

Para llegar, hay que seguir por los caminos costeros hacia el norte desde Punta Choros, o desviarse hacia el Pacífico, a la altura de Domeyko (60 km al sur de Vallenar). Los 80 km entre la Ruta 5 Norte y Caleta Chañaral de Aceituno, como nunca, presentan un potente verde y olor a flores. Son los estertores del mejor desierto florido en años y, todavía, es posible encontrar en esta zona algunas especies, así como guanacos que corren por los cerros y que luego permanecen impávidas mirando el jeep.

Un poco más allá, en algunas rocas, antiguos geoglifos, y ya casi llegando al mar, el pueblito de Carrizalillo, donde los jubilados toman sol en la pequeña plaza, y donde a mediados de octubre, se desarrolla una de las más particulares actividades en Chile: el rodeo de burros. Más de cien jinetes con caballos, jeeps y motos acarreando alrededor de 5.000 de estos animales desde los cuatro puntos cardinales (si le gusta el charqui, puede probar y comprar aquí precisamente el de burro y un exquisito y fresco queso de cabra). Finalmente la ruta llega al mar y a un camino que, bordeando la costa, conduce a la caleta, previo letrero que da cuenta del espíritu que se vive en este lugar: "Si viene a dejar su basura, no lo queremos aquí. Bienvenido".

La caleta nos recibe con una puesta de sol y, en ella, Patricio Ortiz, Don Pato, cocina luche fresco con papas cocidas y nos invita a su mesa. Don Pato es lo que se dice un viejo lobo de mar. Con una sonrisa abundante, cuenta que lleva 35 años acá y que la caleta está viviendo una transformación gracias a uno de sus mejores recursos, el turismo cetáceo. Cada año, entre noviembre y abril, las ballenas que viajan por la corriente de Humboldt camino al sur realizan una especie de pit stop entre la Isla Chañaral -una de las tres que conforman la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt- y la costa. En esta franja, o canal si se quiere, encuentran mucho alimento y descanso. "Pero antes les teníamos miedo, nos arrancábamos de estos animales", dice Don Pato riendo. Ahora se le encienden los ojos cuando habla de ellas, cuando dice que hay días en que puede haber 80 ballenas en el lugar, que se sienten sus soplidos durante la noche, que de las seis especies que pasan por aquí, la que más le gusta es la azul.

Como dato, los fanáticos de estos mamíferos viajan al sur de Argentina, a Puerto Madryn, para acercarse a ellas, pero ahí sólo se ven dos tipos. "La caleta es un lugar único en el mundo", afirma Patricio.

Por eso no es casualidad que hayan pasado de 1.300 visitantes a 9.000 turistas de un verano a otro. O que hace seis o siete años atrás el precio de la hectárea rondaba los seis millones y ahora anda por los 30. Y que comiencen a aparecer alojamientos, servicios turísticos, casas de sofisticada arquitectura que usa materiales de la zona, paseos en lancha organizados para ver las ballenas, y los delfines, lobos y pingüinos de la reserva y todo lo que lleva el apresurado desarrollo. Pero aquí quieren hacerlo bien, quieren aprovechar el recurso turístico y usarlo con cuidado. Y la propia comunidad se está organizando con ayuda de afuerinos que quedaron prendados de la mística del lugar.

Como Amparo, que llegó y se enamoró de las ballenas, quien ya compró un bote para salir con los turistas y ahora gasta la tarde en su casa jugando dominó con Medallita, un antiguo pescador de la caleta. O como Carlos, que habla de la paz que le produce este sitio y cómo los delfines a veces están particularmente circences y multiplican las piruetas en el aire, mientras comemos -en el restaurante El Jony- un plato de tiernos locos y en camino viene un congrio frito con ensaladas, sacado esta mañana del mar y regado con el buenísimo aceite de oliva del Valle del Huasco.

Y luego una caminata por sus calles de tierra y un "¿se toma un tecito?" para seguir conversando y disfutando de la entrañable atmósfera del lugar.

La caleta y la reserva

1.- Para salir a divisar ballenas, basta hablar con los pescadores de la caleta. Uno de los más experimentados es Patricio Ortiz, quien posee la agencia Aljavig Tour Atacama en el propio lugar. Valores y horarios según requerimientos y número de pasajeros.

2.- Varios son los alojamientos, de calidades dispares. Una buena opción son las cabañas Isla Chañaral de Gabriela Alvarez, $30.000 por noche, gabrielairisalvarez@hotmail.com, Tel. 90166881 - 92287627.

3.- La Reserva Pingüino de Humboldt, además de la Isla Chañaral, está compuesta por Isla Damas y Choros, ubicadas frente a la Caleta de Punta Choros, que sirve como muy buen complemento a un tour por la zona. Ahí se pueden avistar delfines y bucear.

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