Crítica de cine: 127 horas

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Los accidentes pueden ocurrir en cualquier momento y eso lo sabe muy bien el excursionista Aron Ralston, quien, en abril del año 2003, en medio de una solitaria excursión por los cañones del Colorado, quedó con su brazo atrapado al caer por una quebrada. Equipado con una botella de agua, una cortaplumas y una cámara de video, pasó los siguientes días solo y pensando en su muerte.
Basada en un hecho real, como la mitad de las películas en cartelera por estos días, el director Danny Boyle posee la habilidad para crear nervio, fuerza y velocidad a una película acerca de un hombre solo e inmóvil. Por supuesto que 127 horas no sería lo que es de no contar con James Franco, protagonista absoluto del filme, quien se las arregla para sostener el relato de manera extraordinaria. Pronto nos sumergimos en la mente de Ralston, mientras revisa su vida y los posibles escenarios que podría haber tenido de no haber sido, bueno, tan imbécil. Pero Boyle nunca ha confiado en sus actores e imprime a ratos una estética sobrecargada que poco aporta y nos aleja de lo que importa.

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