Crítica de cine: Dios me libre
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Para haber salido con 25 copias y una decidida vocación popular, Dios me libre hizo una entrada más bien silenciosa en la cartelera llevando bajo el brazo un tema inhabitual. Etiquetada de comedia negra por su propio director, el debutante Martín Duplaquet, esta ópera prima local va tras los telepredicadores, el evangelismo mediático, la salvación catódica. Es esta la historia de dos primos: Jonas (Víctor Montero), el hijo de un severo pastor, y Lenin (Iñigo Urrutia), hijo de exiliado que vivió con Jonás hasta que el padre/pastor (Tomás Vidiella) lo echó de la casa por mala yerba.
Metido ahora en negocios turbios, Lenin se reencuentra accidentalmente con su primo y ve, como en una epifanía, que a través de la religión y la TV podrá lavar –y ganar- plata tranquilamente. Las ambiciones satíricas de Dios me libre entran en temprano conflicto con sus recursos paródico-picarescos, que la mayor parte del tiempo limitan el aliento cómico a la moral del sketch. Reúne, es cierto, un elenco competente y avanza con fluidez. Pero ni el examen del fenómeno religioso-popular ni la observación de sus personajes parecen estar en la agenda. Tampoco el humor como estructura ni como mirada. Un chiste no andará y el que viene, tal vez, acaso apañado por algún golpe de efecto de corte publicitario. Y así nos vamos.
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