Crítica de cine: El último gran mago




Corría 2007 y la australiana Gillian Armstrong (Mi brillante carrera, Mujercitas) presentaba en el Festival de Toronto una película, con dos grandes estrellas, sobre los últimos días de Harry Houdini, el legendario ilusionista y maestro del escape. Precedida del éxito de El gran truco, la cinta, para desgracia de todos, apenas se asoma a los vericuetos del suspenso y el misterio, optando por un romance que no termina de cuajar.

Guy Pearce encarna a Houdini, quien llega en 1926 a Escocia, ofreciendo mucha plata a quien pueda transmitir las últimas palabras de su difunta madre. Una síquica de vodevil (Catherina Zeta-Jones) trata entonces de hacer el negocio de su vida, pero los sentimientos entran al ruedo. Se ve, así las cosas, a la improbable pareja jugando tramposamente al gato y al ratón: ella hurgando en las pertenencias de Harry para mejor mentirle y él dejándose engañar, en un esquema donde campean las triquiñuelas narrativas de inventario y los diálogos aprendidos.

Ni los impecables estándares de producción, ni la presencia del habitualmente notable Timothy Spall o de la pequeña Saoirse Ronan (Expiación), sacan al filme de la modorra en la representación ni del piloto automático guionístico. Para no hablar de lo que solía llamarse la química entre los protagonistas, que ha quedado para otra ocasión.

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Dirección: Gillian Armstrong.
Con: Catherine Zeta-Jones, Guy Pearce, Saoirse Ronan.
Duración: 97 minutos.
Género: Drama/romance.
Producción: Australia/EEUU/Gran Bretaña, 2007. Calificación: Todo espectador.

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