Crítica de cine: Operación regalo
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Es pleno siglo XXI, la industrialización y la alta tecnología está incluso en el polo norte, en plena factoría de Santa Claus (o Viejo pascuero o Papá Noel o cómo sea que lo llamen ahora las multitiendas). Lo viejo va quedando obsoleto y lo nuevo entra con fuerza. Sin ir más lejos, antes las animaciones como Operación regalo eran realizadas con papel y lápiz, hoy lo hacen las computadoras en glorioso 3D. Pero la técnica no asegura el éxito en el resultado.
Es la noche del 24 de diciembre. La entrega de regalos que antes se hacía en un trineo tirado por renos, hoy se hace en una meganave súper veloz y con un ejército de duendes que se mueven con el sigilo y la velocidad de comandos especializados del ejército. Al mando de todo la operación está, de manera
simbólica, el octogenario Santa de turno. Quien en verdad lleva las riendas del asunto es su hijo mayor, Steve, quien ansioso espera el momento de pasar a ser el Santa oficial. Pero Steve es un tecnócrata, frío y distante, a diferencia de su torpe hermano menor, Arthur, quien es todo candor y amor por los más pequeños. Cuando se descubre que un regalo no ha sido entregado, Steve recurre a las estadísticas diciendo que la misión ha sido un éxito ("es solo un 0.00001 por ciento de error") pero Arthur recurrirá a todo lo que esté a su alcance para que la navidad sea perfecta, demostrando que los buenos sentimientos aun existen y que lo viejo y obsoleto, no lo es tanto. Operación regalo posee una decente cuota de humor, pero, al igual que Steve, el resultado final es desangelado y frio. Arthur no es entrañable, el viejo Santa está demasiado chocho, Steve es en extremo militar y ajeno. El film cae en lo mismo que parece declarar: demasiada tecnología y poco corazón.
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