De magnates a ejecutivos: el mundo del dinero en la literatura
El mundo de los negocios y las grandes empresarios puede ser sumamente literario. Una guía para recorrer ese universo de la mano de la ficción.
Detrás de cada gran fortuna hay un crimen, según Balzac. En sus novelas no escasean la riquezas provienentes de algún delito. Pero con la Comedia humana estamos en la primera mitad del siglo XIX, cuando no han madurado todos los frutos de la Revolución Industrial como el surgimiento de nuevos grupos, clases y tipos sociales, entre ellos, el empresariado en su sentido moderno.
Con la figura del empresario ya el patrimonio no dependerá del albur de haber nacido en la familia adecuada, ni el dinero será necesariamente heredado. Si se tiene espíritu de aventura, si se persiste en los sueños y, sobre todo, si uno trabaja mucho, mucho, logrará no solo el bienestar sino la opulencia y con algo de suerte (perdón, con trabajo duro), construir un imperio productivo o comercial. Esta idea alcanzará su apoteosis en Estados Unidos y el "sueño americano" de una serie de hombres que se hicieron a sí mismos: Rockefeller, Carnegie, Hearst o Ford.
La genealogía no es tan determinante en la configuración de esos grupos. Émile Zola en La fortuna de los Rougon (1871) comienza su indagación sobre cómo una familia -formada por dos ramas muy dispares: los Rougon (ambiciosos comerciantes de provincia) y los Macquart (contrabandistas)- se introduce en el entramado social de Francia.
Pero a medida que el empresariado crezca en importancia no se mantendrá aislado de los linajes. Las familias aristocráticas donde las hubiera (y donde no, las que se creyeran tales), los grandes terratenientes, si sus bienes han disminuido o si requieren capital para nuevas formas de producción, poco a poco se comienzan a vincular con los empresarios. La distinción entre "antigüo" y "nuevo" rico no importará tanto. Lo importante es ser rico, muy rico.
Incluso en la literatura pareciera que el interés del personaje está vinculado a su capacidad económica. Si consideramos un "microempresario" al jefe de la banda de niños carteristas en la que cae el huérfano Oliver Twist, en la novela de Dickens, es menos complejo que el tacaño Scrooge (Cuento de Navidad). Así las cosas, los magnates serían sumamente literarios. Y lo han sido. Sus grandes fortunas les permiten ser despilfarradores y de gustos extravagantes.
Famoso como inspirador del Ciudadano Kane de Orson Welles, William Randolph Hearst (1863-1951) fue el epítome del magnate estadounidense. Su ámbito: la prensa y los medios. No temía usarlos como instrumentos políticos y fue promotor de la prensa amarilla. En su conjunto de novelas históricas sobre la vida política de Estados Unidos, Gore Vidal se ocupó de toda figura importante del país. Son siete libros que abordan desde 1775 hasta el 2000, aunque Vidal los escribió sin seguir ese orden cronológico. En Imperio (1987), que cubre de 1898 a 1906, aparecen dos personajes ficticios, medio-hermanos, eternos rivales y uno de ellos entra a trabajar con Hearst, quien aparece atronador, ególatra y claramente habría intervenido para que la Guerra hispano-estadounidense tuviera lugar y sus periódicos lograsen la primicia. En Hollywood (1990) Vidal, que trabajó como guionista de cine, se divierte con sus personajes y cameos de luminarias como Chaplin o Fairbanks, pero no se detiene demasiado en los productores de la industria.
Sí lo hizo Francis Scott Fitzgerald en su novela póstuma El último magnate (1941). Inspirada por el productor Irving Thalberg, convertido en Monroe Stahr, el productor más influyente de Hollywood. Entre problemas amorosos y las rivalidades profesionales, consume su vida. Scott Fitzgerald trabajó como guionista en el Hollywood de los años 30. Al morir en 1940 dejó los fragmentos publicados en 1941. En 1993 apareció bajo el título El amor del último magnate, una edición que se basaba en borradores, transcripciones revisadas y notas de trabajo. Fraccionada y con inconsistencias (la voz de la narradora) se lee más como una colección de fragmentos que como novela incompleta.
LOS YUPPIES
Si en un primer momento el empresario es el propietario de la empresa, la expansión de los mercados, la necesidad de más capital (grandes sociedades con financiamiento accionario) promovió un sistema empresarial no solo de propietarios sino de gerentes profesionales. El capital se confía a las altas capas gerenciales y profesionales de las empresas.
Se supone que en Estados Unidos no hay "clases", pero basta leer a Louis Auchincloss para percatarse de lo contrario. El ha sido el gran cronista de esa clase dirigente o minoría privilegiada. Abogado de Wall Street, en Diario de un yuppie (1986) entregaba un manual de cómo ganar poder. El yuppie ( "joven profesional urbano") es un abogado especialista en fusiones y adquisiciones, ambicioso (sus movimientos dudosamente inmorales se enfrentan a la estricta moralidad de su esposa) que comparte con la alta sociedad neoyorquina.
En American Psycho (1991) de Bret Easton Ellis, el protagonista, además de vicepresidente del departamento de fusiones y adquisiciones de una gran empresa, es un asesino en serie y psicópata (gusta del canibalismo y la sexualidad extrema). Vive en el lujo y la sofisticación, cuida su cuerpo y le interesan mucho las marcas y el diseño. Queda la duda de cuánto es realidad y cuánto fantasía, pues narra él mismo, con su voz obsesiva, solo un poco más demencial que una revista cualquiera de estilo.
Una sátira de los acaudalados ejecutivos de finanzas, movidos por la hipocresía y la conveniencias, es La hoguera de las vanidades (1987) de Tom Wolfe. Un millonario corredor de bolsa tiene su lujoso estilo de vida, su esposa y su amante, pero accidentalmente se pierde en el Bronx. El atropello accidental de un joven negro, lo deja atrapado entre las exigencias interesadas de justicia de uno, la búsqueda de ascenso en la carrera judicial de otro, que termina en su ruina, económica y familiar.
EN CHILE
Cada país vive el auge y caída de sus clases a su manera y a su propio ritmo. La oligarquía latifundista o el viejo orden chileno podía sentirse lejano de la riqueza capitalista. Pero tuvo que compartir su lugar con otras formas de riqueza que aparecería con el neoliberalismo económico.
La rápida transformación en los años 80 de las "élites" chilenas (especialmente cuando el autor pertenece a ese círculo) aparece en Oír su voz (1992) de Arturo Fontaine. La configuración del gran capital, el aprovechamiento de los cambios legales e institucionales no se da solo en las mesas de dinero o en las oficinas bancarias y ministeriales, también en las sobremesas o en la playa o en la calle. Las tensiones entre la modernización económica y la "tradición" se demuestran en el lenguaje grosero y feroz de los negocios que convive con la piedad familiar y religiosa.
De un caricaturista de un diario de provincia que luego es contratado durante un año por Carlos Cardoen, otrora empresario en el rubro de las armas, ahora diversificado en varios racimos que van del vino a los museos, trata De cómo llegué a trabajar para Carlos Cardoen (1996) de Tito Matamala, nacida en parte, de un hecho autobiográfico, aunque nunca trabajó con él.
Uñas de muerto (1998) de Juan Pablo Uribe-Etxeverría retrataba los ambientes de la clase ejecutiva y empresarial en el tradicional sector financiero del centro de Santiago. En Sanhattan (2012) de Ricardo Wurgaft se narran las peripecias de un ingeniero comercial que deja su trabajo del centro para irse a Las Condes al banco de inversiones del "Grupo Hexa" (nótese el prefijo numeral griego; el autor trabajó en el grupo Penta) como gerente, debiendo dedicarse no solo a temas de dinero sino también políticos. Entra, así, al derroche, sueldos millonarios y ostentación, con fiestas y prostitutas de excelencia.
Aprendido ya el nuevo lenguaje: si se tiene espíritu de emprendimiento, si se es pro-activo, si se persiste en los sueños y, sobre todo, si uno trabaja duro, logrará no solo el bienestar sino, con algo de suerte, aparecer en una novela.
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