El casete no ha muerto

Luego de que en 2004 dejaran de fabricarse en el país, una compañía apuesta por su regreso con la edición de álbumes de Dënver, Los Jaivas y Camila Moreno. Un retorno entre el romanticismo y la épica.




Lionel Rodríguez y Javier Silvera, dos de los ejecutivos que hoy empujan la resurrección del casete, ríen cuando imaginan un plan de marketing ficticio: "Lo que podríamos hacer es vender un pack que incluya a los casetes con un lápiz pasta al lado. Sería perfecto para mover la cinta". La idea suena algo hilarante, pero efectiva. Al igual como ha sucedido con el vinilo, la arqueología discográfica ha comenzado a salvar del destierro a soportes casi en desuso y hoy, de manera paulatina, mira al caset como su próximo rescate.

Por ello, Rodríguez y Silvera están embarcados desde hace meses en una de las aventuras más temerarias de la industria local en los últimos años: volver a fabricar casetes de manera masiva y reposicionarlo como un formato atractivo, tanto en lo estético para las nuevas generaciones, como en lo emotivo para los que hace 30 años gastaban tardes enteras rebobinando cintas indómitas con, precisamente, un lápiz BIC.

"Con esta reaparición del vinilo dijimos: '¿Y por qué no ir por el casete?' Sabemos que no va a tener la fuerza del vinilo, aunque capaz que me equivoque. Porque el vinilo es un soporte más lindo y con mejor sonido, pero es más difícil poner una canción de manera exacta, como sí ocurría con el casete. Sentimos que aún tiene cosas buenas", apuesta Rodríguez, gerente general de Grupo Laser Disc, la compañía que hoy fabrica y distribuye casi la totalidad de los soportes físicos que se comercializan en el país -desde CD a Blu-ray- y que en alianza con el sello Plaza Independencia, encabezado por Silvera, empezarán a lanzar una serie de casetes en la última parte del año.

De hecho, los primeros serán los pertenecientes al catálogo de ese sello local y que incluye a Camila Moreno (Mala madre); Dënver (Sangre cita); Los Jaivas (Todos juntos); Illapu (Con sentido y razón); María Colores (Dejemos ir), y Guachupé (El club del amigo). También habrá piezas internacionales de ilustres como Benny Goodman, Pedro Aznar, Charles Aznavour, Billie Holiday, Dizzy Gillespie, Thelonious Monk y Count Basie. La iniciativa anhela a futuro ir por los peces gordos, como Pink Floyd: la música que, finalmente, muchos escucharon en casete por primera vez en sus vidas. En total saldrán a la calle 20 mil unidades, con un promedio de 300 a 500 por cada título, y la misma firma venderá walkman y equipos con caseteras.

“Si logramos llegar al público con un valor atractivo, el casete lo va a comprar mucha gente que ni siquiera lo va a abrir, como cuando uno ve colecciones de latitas de cerveza en las casas. A la gente le gusta coleccionar y necesita el objeto. No le vamos a meter presión para que se convierta en un boom, sólo queremos que venga a acompañar otros formatos”, promete Rodríguez, agregando que los precios promedios irán de $3.990 a $9.990.

Pero el largo camino para el retorno tuvo cierto trasfondo épico. Luego de que la industria chilena dejara de fabricarlos en 2004, y que el retail abandonara la venta de radios con caseteras en 2010, conseguir una máquina que los devolviera a la vida era una faena propia de restauradores. Para empezar, Laser Disc echó mano a la propia máquina que ocupó para crear el formato en sus días de gloria y que acumulaba polvo desde hace más de una década, aunque tropezaron con el primer problema: una de sus piezas esenciales no funcionaba.

Ante ello, le compraron el aparato a un antiguo directivo discográfico, Pedro Valdebenito, antaño el mayor productor de casetes en el país, pero enfrentaron otro traspié: hoy en Chile prácticamente no quedan expertos en calibrar o hacer funcionar con fluidez tales mecanismos. Pese a la dificultad, encontraron en el norte al único operario capaz de remodelar los equipos y en Santiago a un ex técnico de sellos multinacionales hoy transformado en el único habilitado para manipular con destreza estos colosos que se resisten a la extinción.

Y ahí están, de nuevo manos a la obra, con un equipo gigante -casi del tamaño de un refrigerador- donde la cinta master da vuelta una y otra vez, y se duplica en otras dos máquinas más pequeñas, para luego continuar con el proceso de ensamblar la carcasa y la carátula. Parecen artefactos propios de la tecnología de mediados del siglo XX, pesados y de andar lento, perdidos en la planta de Laser Disc situada en  Colina y donde también funcionan otras máquinas consagradas a manufacturar CD o DVD, en galpones gigantes en que se acumulan millones de fonogramas, desde vinilos hasta discos de material educativo encargados por el gobierno. Son las vísceras de lo que va quedando de  la industria nacional del disco.

Rodríguez sigue: “Y por eso fue difícil, porque no quedan lugares donde se hagan casetes ni hay funcionarios dedicados a esto. No es el boom del vinilo”. Aunque mira de lejos la fiebre revisionista del acetato, las cintas han disfrutado en los últimos años de cierto despunte. Desde 2013 hay dos sellos chilenos, No Problema Tapes y Etcs Records, dedicados a su edición y hay artistas locales, como el grupo Niño Cohete o Cristóbal Briceño, que han lanzado álbumes en ese envoltorio.  Por otro lado, desde 2014 se celebra en EE.UU. el Día de la tienda de casetes.

Y hay espacios donde nunca se ha ido. En el mundo rural, donde aún sobreviven las radiocaseteras, aún es un universo vigente, igual que en los circuitos del metal, el hardcore o el hip hop, los que agradecen su facilidad para ser copiados. En mercados como India o Medio Oriente -menos tecnologizados- aún representa el 70% de las ventas. Datos sobre la mesa que alientan la aventura chilena del casete, ávida de reposicionar ese pequeño rectángulo que semeja un artilugio casi alienígena para las nuevas generaciones, pero que para los crecidos en el otro siglo resume algunas de sus experiencias imborrables.

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