Gratuidad en educación superior




SEÑOR DIRECTOR

La Presidenta Bachelet planteó hace un tiempo: "Queremos que haya gratuidad, pero que, además, haya calidad, porque gratis y malo no lo necesita nadie". Este ha sido el eslogan y la promesa en educación superior. Sin embargo, los hechos y las señales han sido distintas.

La gratuidad universal, idea cuestionable, no será una realidad y la calidad no se vislumbra. Al contrario: muchos jóvenes están estudiando sin costo en carreras no acreditadas y la idea de no eximir a ciertas universidades de la asignación de gratuidad aun cuando pierdan la acreditación es una mala señal. El esfuerzo se ha centrado en cómo distribuir recursos financieros y el mayor o menor control por parte del Estado de las instituciones. Y respecto de la calidad, se pone la fe en un eventual cambio al sistema de acreditación, que se focalizaría en una evaluación institucional más global, desvalorizando la acreditación de carreras cuyo impacto en la calidad es mayor que la institucional.

La tendencia en los países desarrollados es asegurar la calidad educativa, la cual es más escurridiza que otras áreas, pero comparativamente más importante si se atiende al impacto social que tiene. Ya no se trata solo de esperar que las instituciones dispongan de oportunidades de aprendizaje y de profesores, recursos de enseñanza y servicios adecuados. La exigencia debe evolucionar a otro nivel. Uno en el que se den evidencias múltiples de que se cumple la promesa educativa que realizan las instituciones y sus carreras, como criterios y estándares consecuentes con el progreso de las disciplinas y las profesiones, al tiempo que sean éstos internacionalmente comparables. Este es el foco, si se quiere de verdad la calidad.

Moisés Silva Triviño

Director General de Efectividad Educativa Universidad San Sebastián

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