La exhalación de Pititore

Victor Cabrera, Pititore

Víctor Cabrera, el goleador, el acróbata, vive la vida como vivió el fútbol. Afincado en Quillota, aún mantiene intacto el estatus de crack que cultivó hace tres décadas, donde llegó a marcar 45 tantos en un año. El irreverente artillero recibe a La Tercera para hablar de todo: sus hazañas, el loro que insultaba a Hernán Clavito Godoy, sus excesos y la marihuana.




A Víctor Cabrera (60 años), Pititore, el icónico goleador ochentero, le sobran historias. Cuenta que una vez, jugando por San Luis, lo bajaron de un avión por estar encerrado con una azafata en el baño. Que había dirigentes que pagaban entre 20 a 30 mil pesos de la época a quien lo lesionara -"esos hueones de Magallanes eran unos criminales"-. Que cada vez que podía regañaba a Patricio Yáñez, su ex compañero de ataque en el recordado equipo quillotano de 1981, porque "le daban duro y le gustaba chocar". Y se resigna por no haber ido al Mundial de España, en desmedro de Sandrino Castec: "Apareció de repente y por él me sacaron, porque yo era de Segunda División, y él era de la U".

El ex delantero habla y mucho. Su lengua no se limita ni frena. Para él, la retórica es parte de la vida, tal como el goce, la juerga, las mujeres o el descanso. No le cuesta desentrañar su anecdotario y opinar sobre todo, reconocer adicciones o simplemente contemplar. Ya sea en la Plaza de Quillota, en una cancha o bajo un árbol, la vida es calma para quien hace tres décadas vivió en turbulencias.

En las calles de Quillota se mueve como un rockstar; de cada cinco personas, una lo saluda.

Sólo un requerimiento antes de comenzar la entrevista: "Ni yo me reconozco si me dicen Víctor. Dime Piti, todos me conocen así". OK. A casi tres décadas de su retiro, el ex crack sigue esquivando cualquier tipo de formalidades.

El sol se impone en el mediodía quillotano y, aunque el termómetro marca 24 grados y la sensación térmica es aún más alta, él luce impecable: viste una chaqueta beige, camiseta negra, pantalones claros y zapatos juveniles. Le gusta verse bien, una de las tantas manías que acarrea de sus años de futbolista.

"¡Puta que se demoraron! Estuve tanto rato parado que casi me da la pálida", reclama explosivo -medio en serio, medio en broma- y enseña la derecha, temblorosa por una baja de insulina que lo acaba de atacar. Hace años que Piti padece de diabetes, una de las pocas herencias que le dejó su familia: "Pero pregúntale a mi mujer si se nota", bromea en su estilo y suelta una carcajada. Salvo las arrugas, Pititore no ha cambiado en nada.

En las calles del centro quillotano se mueve como un rockstar. No es exageración: de cada cinco personas, una lo saluda. Los "¡buena Piti!" se oyen en cada cuadra. Algunos lo quieren, otros no tanto, pero todos saben quién es él. Y no es para menos. Pititore es uno de los más emblemáticos goleadores que ha parido el fútbol chileno. En 1978, '79 y '80, junto a las Tres P -Jorge Pindinga Muñoz, Pititore y Patricio Yáñez- despertaron una ciudad que dormía en los potreros.

Pititore continúa indómito, tan amante de la noche y de sus territorios prohibidos como cuando el fútbol era su sustento.

Lo paradójico es que nunca quiso ser futbolista. Para él, el fútbol era una forma de pasarla bien, olvidarse de los problemas y disfrutar. "¡Si no hice ni cadetes!", recuerda. Fue Eduardo Punto Silva, recordado gerente técnico de los canarios, quien por casualidad lo descubrió. "Fue a ver a mi hermano, pero me vio a mí y me llevó al tiro pa' San Luis". El talento salvaje de Pititore no demoró en recibir la ovación de la galería. "Jugué al tiro. Estaba el (Rubén) Tribilín Rivera, que era un hueón que medía como dos metros, y yo, que pesaba 57 kilos, era el que le quitaba el puesto", asegura.

Esta conversación ocurre en Quillota, donde Cabrera se afincó casi inmediatamente después de su retiro del profesionalismo. Sentado bajo un árbol, en el inmenso patio de la casa de los Vergara, conocidos feriantes de la ciudad, sus amigos incondicionales, se desahoga con La Tercera. Aquí, Piti pasa gran parte del día; los ayuda a vender paltas, chirimoyas o simplemente descansa bajo la sombra de alguno de los frondosos árboles que coronan el lugar. Aquí todo es alegría. Casi siempre es así.

Desde hace 30 años que se dedica a entrenar niños, enseñándoles los mismos regates con los que él se hizo grande.

Porque Pititore continúa indómito, tan amante de la noche y de sus territorios prohibidos como cuando el fútbol era su sustento. El carácter del que es dueño sigue traicionándolo, dice, llevándolo a excesos, a días o semanas completas en las que la sed es mucha y no para de beber. "Por eso siempre salgo con moneditas. Les doy 200 pesos a los cabros, lo que cuesta una pituca… ¡Si yo también he andado pidiendo plata a mis amigos, po'!", reconoce, con una mueca de asco.

"La otra vez me agarré a combos y me dejaron mordiendo la placa (dental). Fue como pegarme cinco guascazos", cuenta, torciendo la boca y acomodándose los dientes y las risas estallan de inmediato. "Pero ahora soy un caballero, cabros. Los golpes son los que dejan". Dice que ya está mejor, ayudado por especialistas. "Ese tal Franco y ese tal Puente me tienen bien", asegura, refiriéndose con ironía a sus sicólogos. No le gusta profundizar en el tema, sabe que no es la imagen que quiere entregar a los niños.

Pititore trabaja desde hace 30 años con niños, enseñándoles los mismos regates con los que él se hizo grande. Actualmente es instructor de la escuela de fútbol calle de la Municipalidad de Quillota, donde imparte clases tres veces por semana. "Y con eso me basta para vivir al día a día", recalca.

"Los indios tenían razón"

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Pero de sus historias, la más mediática es la anécdota de su loro y Hernán Godoy, en la campaña de Regional Atacama en 1984, en la que descendió, pero siendo él el goleador del torneo, con 22 goles. Aunque se niega a contarla -"es que ya la he contado tantas veces"- desliza un detalle que Godoy nunca ha revelado: "En realidad era un asado. Clavito dijo que iba a llegar con unas amigas, pero nosotros no le creímos. Se demoró harto, pero al final llegó con dos minas ¡Y se veían ricas de lejos, po'! Pero al final, eran travestis, el loro lo hueveó y me lo tiró al wáter".

Recita sus hazañas casi de memoria. Su talento fue tan grande que en un año llegó a anotar 45 goles, todos decorados con su particular celebración, su recordado salto mortal. "Fui el primero que empezó con la voltereta, después se les ocurrió a todos", reclama.

¿Cómo nació? "Fue en el Lucio Fariña viejo, el '78. Jugábamos con Católica. El Pindinga hizo un gol y lo celebró con una vuelta de carnero en la mitad de la cancha. Yo lo veo y me ascurro: puta, Pititore, si hací un gol vo', lo celebrai' con un flip flap en plancha con mortal atrás po'. ¡Justo hice el 2-1 y lo celebré así!. De ahí no paré más!", recuerda exaltado. Para muchos, esa particular forma de celebrar comenzó con él. "La vuelta que hace Klose se la tira una guagua, po'. Cae como el hoyo", dice, ninguneando la acrobacia del máximo goleador de los Mundiales.

"La marihuana hace bien, es medicina. Ojalá que la legalicen antes que me muera".

Pititore es un ídolo rebelde. Pudo haber llegado tan lejos como hubiera querido, pero prefirió simplemente vivir. Esa es su ley, siempre lo ha sido. Y no se culpa de nada, pues siente que no ha dañado a nadie por su particular forma de ser. Tampoco se recrimina no haber jugado en el extranjero y asegura que de haber sido parte de esta generación, seguro hubiera sido el '9' de la selección chilena, en desmedro de Eduardo Vargas. "Pero salí antes no más po", se conforta. Revela que al final de los ochenta fue a probar suerte a equipos de Francia e Italia, que entrenó con ellos, que lo querían, pero que llegó tarde, pues los libros de pases ya estaban cerrados.

A diferencia de lo que todos creen, cuenta que su apodo se originó por el argentino Vicente Cantatore, que triunfaba en Cobreloa cuando él era un niño. "Como yo cantaba, silbaba, y era bueno pa' la pelota, las señoras me pusieron Pititore". Real o no, esa es su versión.

¿Y los pitos? A Piti no le gusta hablar mucho del tema. Pero su opinión es clara: "La marihuana hace bien para la salud, es medicina. ¡Si los indios y todas las culturas antiguas tenían razón! la yerba alivia dolores. Te da energía, hambre, ganas de trabajar, te ayuda a concentrarte y también si estás cansado te ayuda a descansar. Ojalá que legalicen la marihuana antes que me muera".

Ya es tarde. Piti mira el reloj y dice que ya no más, que está cansado. "Chao cabros, déjenme escansar ahora". Antes de despedirse, la última pregunta: ¿Extraña su vida de futbolista? "No, porque la vida que tengo ahora tampoco es mala. Lo paso bien. Lo que sí, nunca pensé que mi vida sería tan linda. Te lo digo de verdad, yo soy feliz". Pititore sonríe. Pese a todo, vive la vida que siempre quiso.

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