Las consecuencias del retiro de EE.UU. de la Unesco




El anuncio de Estados Unidos de retirarse de la Unesco, la organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, es una señal más de la tendencia aislacionista seguida por el Presidente Donald Trump y de la desconfianza hacia las instancias multilaterales que ha guiado su política exterior desde que asumió el poder. Solo horas después de llegar a la Casa Blanca, anunció la salida de su país del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y comunicó su decisión de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta). A ello se sumó, en junio pasado, la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París sobre cambio climático, el pacto internacional que ha logrado mayor consenso a nivel mundial al ser firmado por 197 países y contar, hasta ahora, con la ratificación de 168 naciones.

Según el Departamento de Estado la decisión de abandonar la Unesco "no se tomó a la ligera, y refleja las preocupaciones de Estados Unidos con los crecientes atrasos en la Unesco, la necesidad de una reforma fundamental en la organización y su continua tendencia anti-Israel". Este último punto venía generando tensiones entre Washington y esa organización de Naciones Unidas desde 2012, cuando la Unesco aprobó la incorporación del Estado Palestino como miembro con plenos derechos. Desde entonces, Estados Unidos, en cumplimiento de una ley aprobada en los años 90 que prohíbe la entrega de fondos a cualquier agencia de Naciones Unidas que reconozca a Palestina como un estado, dejó de cumplir con sus obligaciones financieras con la Unesco, lo que elevó la deuda de ese país con la organización a más de US$ 500 millones.

El retiro anunciado el 12 de octubre pasado, sin embargo, va más allá del cuestionamiento a la decisión de incluir a Palestina. Responde también a la abierta desconfianza de Washington al funcionamiento de esa organización. Si bien no es la primera vez que ese país abandona la Unesco -ya lo hizo en 1984 durante el gobierno de Ronald Reagan cuando denunció una tendencia prosoviética de la organización-, el escenario actual es muy distinto. La reciente decisión de Trump, que se suma al retiro de Estados Unidos de otras instancias multilaterales durante los últimos meses, puede terminar debilitando el papel de ese país a nivel mundial al poner en duda el futuro de otros compromisos adoptados por Washington, y repercute inevitablemente en el sistema internacional. China, por ejemplo, ha reforzado en el último tiempo su papel en la Unesco como parte de su estrategia de soft power y la decisión de Trump le deja el terreno libre.

Por ello, al margen de que la decisión de abandonar la Unesco responda a la política aislacionista seguida por el actual mandatario, el episodio abre la posibilidad para revisar muchas de las críticas de fondo planteadas por Estados Unidos. A los evidentes problemas de eficiencia en el manejo de los recursos al interior de las distintas agencias de la ONU, existen también cuestionamientos a la influencia que varias de sus decisiones - tomadas muchas veces al margen de las realidades locales-, tienen sobre la política interna de los países miembros. El sistema de Naciones Unidas requiere de una reforma profunda, a más de 70 años de su creación y a casi 30 del fin de la Guerra Fría. La actual coyuntura y el cambio reciente de su secretario general entrega una valiosa oportunidad para afrontar ese desafío.

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