Los pulmones de Chile

Hace tres años que Sebastián Lira (28) conocía la apnea, mientras realizaba buceo autónomo en Honduras. Hoy, es récord nacional en tres categorías libres.




El silencio es lo primero que un apneísta siente cuando se sumerge en el mar. Luego, viene un descenso casi en solitario, donde una cuerda que se extiende hasta el fondo sirve como guía. En cada metro que avanza, aumenta la presión del mar, la luz del sol se va apagando, y el oxígeno acumulado en superficie disminuye. La mente es su compañía y se puede convertir en su peor enemiga. La inseguridad o el miedo a sufrir un blackout por falta de aire, puede hacer que el buzo de media vuelta.

“Uno no puede pretender bajar lo que más pueda y dar vuelta cuando se sienta las ganas de subir. Básicamente vas ganando metro por metro”, dice el recordman nacional Sebastián Lira.

La apnea es un concepto que suele relacionarse con la medicina (apnea del sueño) y sólo los entendidos la reconocen como una disciplina deportiva. Sebastián (28) es uno de ellos. Su primer acercamiento con el buceo libre fue en Honduras, a 40 metros de profundidad. Respiraba gracias a un tanque de aire comprimido que portaba en la espalda. De improviso, vio pasar frente a él a Mirko, un instructor de buceo italiano, quien alcanzó la misma profundidad equipado sólo con aletas, máscara y un cinturón de plomo (que le permitió contrarrestar la flotabilidad). “Esa imagen me quedó como una película; tenía que hacer algo con eso”, reconoce, sentado en la sala de estar de su casa, tres años después.

Y lo hizo. Durante ocho meses vivió en el archipiélago Juan Fernández y combinó su trabajo como director de desarrollo comunitario en la municipalidad con entrenamiento en el mar. El objetivo era optimizar su reflejo de inmersión, un estímulo propio de los mamíferos, que se activa al sumergirse en el agua  y que reduce el ritmo cardíaco para gastar menos oxígeno. Así, los practicantes del buceo libre pueden ampliar su tiempo de apnea y alcanzar altas profundidades en un medio que los recibe como si fueran parte de él. “Cuando eres apneísta, dejas de ser turista y te conviertes en local en un medio subacuático”, concluye Lira.

Récord nacional

“Han pasado más de 50 segundos y sigo cayendo, sintiendo como el mar me hunde y la presión aprieta mis oídos y pecho. Hago un escaneo de todo mi cuerpo, a ver si tengo algún músculo usando el preciado y escaso oxígeno”.

Y sigue:

“Suena otra alarma a los 69 metros. Queda poco. Abro los ojos sin mirar hacia abajo. Me enfoco en la línea hasta que veo los dos últimos metros tapados en cinta negra”.

Así recuerda Sebastián la segunda inmersión que realizó en el Big Blue World Cup. Los datos oficiales de la Asociación Internacional para el Desarrollo de la Apnea (AIDA), confirman que  rompió tres récords nacionales en la competencia. Sin embargo, sus marcas no rigen para la Federación Chilena de Deportes Submarinos (Fedesub) por estar afiliada a una organización distinta.

“No podemos nivelar las marcas a nivel AIDA, porque los protocolos son distintos y nos piden regirnos sólo por CMAS”, explica el gerente deportivo de Fedesub, Gary Aglony.

No obstante, el asunto no desvela a quienes practican este deporte. Hace 23 años que Simon Bennett, representante de AIDA, vive en Santiago. Es británico, hijo de madre chilena, y desde 2008 compite por el país en buceo libre. Al igual que Lira, considera que “la mejor marca que se registre en una competencia oficial, sea CMAS o AIDA, se considerará como récord nacional”. A fin de cuentas, se trata del mismo deporte y el apneista no piensa en la plusmarca cuando se sumerge en el gran azul. Prefiere relajarse por completo y concentrarse en el viaje que está por emprender.

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