"Lucro político"




SEÑOR DIRECTOR

Carlos Williamson es uno de los economistas que más admiro. He seguido desde hace décadas sus opiniones, que se han basado en principios incluso si contradecían el interés privado de su propia institución, como cuando defendía desde la UC los derechos de las universidades privadas frente a los privilegios de las del Consejo de Rectores.

No sucede así ahora, cuando se suma a la repentina defensa de la gratuidad en educación por parte de Sebastián Piñera y sus seguidores. Tiene razón Pablo Ortúzar en que no es más que una forma calculada de "escuchar a la gente". Es decir, no se trata solamente de la segunda mejor opción técnicamente y la única políticamente viable, como afirma Williamson. Estamos más bien ante el abandono de la línea argumentativa sostenida hasta antes de ayer: que por principio es injusta la gratuidad universal y no solamente por falta de recursos subsanables en el largo plazo.

Cuando Williamson dice que a su juicio "políticamente, la primera opción no está disponible", le da la razón a Ortúzar. En efecto, aquí "políticamente" significa "mirando a lo que conviene ofrecer para obtener votos en la segunda vuelta". No tiene nada que ver con la gran política del bien común, de largo plazo, donde hay muchas opciones técnicamente posibles que se fundan en principios sólidos de justicia distributiva, de solidaridad y de subsidiariedad gradual, y no en ofertas demagógicas a cambio de votos.

La verdad sea dicha: la gratuidad universal, tal como es concebida por algunos ideólogos del FA, como Fernando Atria, también se apoya en principios -discutibles y, en mi opinión, aun errados- y no en ofrecer el mejor paquete electoral a la mitad de los chilenos que se molestan en ir a votar. De hecho, ellos defendieron esta opción cuando era impensada e impopular.

Los demagogos son Alejandro Guillier y Sebastián Piñera, no quienes han promovido la gratuidad o quienes nos hemos opuesto a ella sobre la base de principios de filosofía política irreconciliables. No nos extrañemos, pues, si tanto desde la izquierda como desde la derecha, a la vista de este y otros casos de demagogia y de olvido de los principios, decidimos no votar el día 17 de diciembre.

Cristóbal Orrego Sánchez

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