Mr. Robot
Una de las grandes revelaciones del Congreso del Futuro, realizado la semana pasada, fue el humanoide Geminoid. Su dueño, Hiroshi Ishiguro, experto mundial en diseño de androides, lo monitoreaba desde Taiwán. Aquí cuenta cómo llegó a tener un robot idéntico a él.
Humanoides que se movían sobre ruedas, otros que caminaban torpemente, criaturas mecánicas que parecían muñecas o grandes guerreros hechos con placas de metal. Esos eran los diseños que deambulaban por la Exposición Mundial que se realizó en 2005 en Aichi, Japón, y que reunió a los mejores laboratorios de robótica de ese país. Todos eran diseños claramente artificiales… excepto uno que estaba sentado en un piso.
Respiraba, movía las manos, hablaba con los visitantes, tenía labios húmedos, pelo lustroso, ojos vívidos que pestañeaban y usaba una chaqueta rosada y pantalones grises. Desde algunos metros, Repliee Q1Expo era prácticamente indistinguible de una mujer de 30 años y, de hecho, su cara replicaba el rostro de la presentadora de noticias Ayako Fujii. El secreto estaba en su interior, donde 42 pequeños motores activados con aire comprimido y programados para mover el cuerpo y el rostro consiguieron esa apariencia casi humana. “Un señor ya mayor se acercó y nos preguntó ‘¿Dónde está el androide?’. Ni siquiera se había dado cuenta que estaba parado junto a él”, le contó a la revista Spectrum el profesor estadounidense Karl MacDorman, quien por ese entonces era docente en Japón.
El cerebro tras ese convincente androide femenino era uno de los colaboradores de MacDorman. Su nombre es Hiroshi Ishiguro (52 años), actual director del Laboratorio de Robótica Inteligente de la Universidad de Osaka y uno de los conferencistas que tuvo la semana pasada el Congreso del Futuro organizado en Chile por el Senado.
Luego del éxito de Repliee Q1Expo, Ishiguro volvió a la carga en 2006 con un modelo que impactó al mundo y que bautizó como Geminoid HI-1. Aunque no caminaba, era su gemelo mecánico: tenía su rostro, gestos y voz y podía ser controlado a distancia vía internet. Hoy existen varias versiones del androide y, de hecho, Ishiguro usó uno para participar en el Congreso del Futuro: él estaba en Taiwán mientras el robot reproducía sus gestos en Chile.
Compañeros
Sus primeros diseños eran bastante toscos. Robovie parecía un basurero con brazos, mientras que Wakamaru se asemejaba a un insecto gigante. El público reaccionaba con reticencia ante esos diseños e Ishiguro se dio cuenta de que si lo que buscaba era comunicación entre humanos y robots, la apariencia era crucial. Así que en 2001 creó el prototipo Repliee R1, imitando a su hija de cuatro años. La apariencia y movimientos del robot asustaban tanto a la niña que, según Ishiguro, ella rehusaba estar en la misma habitación.
Con el tiempo logró reproducir el pestañeo y otras reacciones que hoy se han integrado a sus diseños. Según Ishiguro, sus robots son simuladores que permiten estudiar diversas facetas de la percepción y la comunicación, además de la forma en que trabajan los músculos del cuerpo.
¿Por qué le interesa crear estos diseños tan realistas?
La motivación de mi trabajo es el deseo de saber más sobre cómo funcionan los seres humanos. Lo que busco es averiguar más detalles sobre las características que nos convierten en quienes somos y los robots humanoides son un medio para llegar a esas respuestas.
En el camino han pasado cosas curiosas e inesperadas. Una ocurrió durante la feria Ars Electronica realizada en 2010 en Austria: mientras él estaba en Osaka y su robot conversaba con el público en Europa, un niño tocó el rostro del androide e Ishiguro sintió un cosquilleo en su mejilla, aun cuando nada había tocado directamente su cara. Por un segundo, el cerebro de Ishiguro confundió su cuerpo con el del robot que estaba a miles de kilómetros. Según el científico, el fenómeno se produciría en parte por el efecto de observar a través de internet cómo el androide mueve la cabeza y labios en sincronía con los suyos: cuando Ishiguro ve el accionar del robot su cerebro lo clasifica como si fuera una extensión de su cuerpo.
¿Cree que en el futuro robots como los suyos podrán participar de la vida diaria?
Por supuesto. Los robots tienen el potencial de volverse compañeros de los humanos y ayudarlos. Ellos pueden ejecutar varias labores que les son únicas. Por ejemplo, nunca se cansan y pueden realizar tareas repetitivas sin parar. Además, hemos visto que nuestro cerebro reconoce de forma innata cualquier imagen que se asemeje a un humano. Por ejemplo, algunos estudios que hemos hecho con adultos mayores indican que esas personas reaccionan de forma totalmente natural cuando un robot de apariencia humanoide interactúa con ellas.
Uno de los robots que el científico ha analizado con ancianos se llama Telenoid y es una especie de almohada del tamaño y forma de un niño pequeño. El robot reproduce a distancia la voz y gestos de un operador, pero su rostro está diseñado para no representar un género ni una edad específicos. En pruebas realizadas en Japón y Dinamarca los ancianos han demostrado no tener dificultades para hablar o abrazar al robot, lo que subsanó en parte su necesidad de contacto físico. “Androides de este tipo pueden ayudar a expandir el número de cuidadores y asistentes, especialmente en sociedades donde cada vez hay más ancianos”, afirma Ishiguro.
El espíritu de los robots
Ishiguro creció cerca de Kyoto y al igual que muchos niños japoneses, le encantaba ensamblar robots armables. Era fanático de Data, el androide de Star Trek, pero también le gustaba dibujar e incluso pensó en dedicarse a la pintura. Pero un leve defecto visual que le impedía ver ciertos colores abortó esa opción. “Además llegué a la conclusión de que mi habilidad artística no era suficiente para ganarme la vida como pintor profesional”, admite.
Según la Federación Internacional de Robótica, hoy existen 1,5 millones de robots que operan principalmente en labores industriales, pero los japoneses se familiarizaron hace tiempo con este tipo de máquinas. Las Karakuri ningy? –o marionetas mecánicas- ya se usaban en obras teatrales del siglo XVII y el biólogo Makoto Nishimura diseñó el primer robot nipón con rasgos humanoides en 1928. El aprecio que sienten los japoneses hacia los robots también se refleja en la cultura popular, con cómics como Doraemon, que fue publicado en 1969 y llegó a la televisión en una serie conocida en Chile como El gato cósmico. Para Ishiguro, esta cercanía nipona a los robots nace de las creencias propias de religiones como la fe shinto y el budismo.
Los occidentales suelen retratar a estas máquinas como amenazas tipo Terminator, ¿por qué no los japonenes?
Japón es una nación rodeada por el océano, por lo cual no ha experimentado tantas invasiones como los países continentales. Esto ha permitido preservar la noción de que en cada una de las cosas que nos rodean habita un espíritu. Debido a esta creencia, no discriminan entre objetos inanimados y seres humanos. Es por esa razón que el pueblo nipón no tiende a preferir a las personas en desmedro de los robots.
Algunos investigadores afirman que estar siempre conectados ha dañado las relaciones. ¿Cree que algo similar podría ocurrir con los robots?
Podría ocurrir, pero al igual que la informática, la robótica tiene bastantes méritos. Cuando un nuevo medio o tecnología se difunde, las relaciones e interacciones humanas suelen verse renovadas. Y esa es la forma en que la tecnología va generando progresos.
Ishiguro explica que los gustos en cuanto a la apariencia de los robots varían de persona a persona, “algunos los prefieren con rasgos más humanos y a otros les gusta más una apariencia más mecánica. Nadie sabe qué persona puede llegar a enamorarse de otro individuo en particular. Lo mismo puede decirse con los robots”, reflexiona.
Sobre lo que sí está seguro es que el próximo gran desafío de la robótica está en la inteligencia artificial: “Todavía quedan muchos dilemas por resolver, pero el más significativo para los próximos 10 años debería ser descifrar cómo opera la conciencia humana”. Por ahora los robots sólo pueden realizar las tareas para las que son programados pero no piensan por sí mismos ni logran distinguir entre el bien y el mal. Sin embargo, los científicos ya están avanzando y, por ejemplo, el robot Nico de la Universidad de Yale (Estados Unidos) ya es capaz de reconocer su propia mano en un espejo. Si se le pregunta a Ishiguro qué viene, se muestra optimista y suele referirse a Osamu Tezuka, padre de la animación japonesa y creador del popular robot ficticio Astro Boy. El autor se graduó de médico en la Universidad de Osaka, donde trabaja Ishiguro, y concibió varias leyes de la robótica que según Ishiguro deberían guiar esta ciencia. ¿La primera? “Los robots existen para hacer felices a los humanos”.
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