Por qué, por qué, los ricos
[Crítica] A veces con lupa, las más de las veces por encima, el cine chileno se ha ocupado del sujeto oligárquico: del pituco, de la gente bien, de la señora empingorotada, del paltón, del cuico, de la peloláis, del zorrón. Lo ha hecho desde la caricatura pintoresquista hasta la observación compasiva o el detalle condenatorio. Y ahí verán los más con qué ojos ven a los menos.
A veces con lupa, las más de las veces por encima, el cine chileno se ha ocupado del sujeto oligárquico: del pituco, de la gente bien, de la señora empingorotada, del paltón, del cuico, de la peloláis, del zorrón. Lo ha hecho desde la caricatura pintoresquista hasta la observación compasiva o el detalle condenatorio. Y ahí verán los más con qué ojos ven a los menos.
Hay muchas películas locales con este factor específico en juego, pero pocas hechas a partir de la crónica contingente y de casos aún frescos de alta connotación social. Pasó con el caso Karadima, que en paralelo dio pie a una serie de Chilevisión y a un largometraje, el más taquillero de los chilenos en 2015. Pasa esta semana en cartelera con Aquí no ha pasado nada y ahora las expectativas y el morbo convergen: una película que transcurre en otro lugar físico y que pueblan otros nombres, pero asociada inconfundiblemente al bullado "Caso Larraín".
Le haya o no salido el periodista que por años fue Alejandro Fernández Almendras, su cuarto largometraje fue una operación de combate que llamó a todos y a cualquiera a apoyar un crowdfunding que permitiera hacerla. Y hacerla pronto. El proyecto funcó, permitiendo a AFA, como lo conocen, proponer un relato "en caliente". Y, de paso, dirigir y coescribir con Jerónimo Rodríguez este largo que es también un nuevo jalón de una carrera que partió semidocumental y compartimentada con Huacho (2010) y que desde Matar a un hombre (2013) se encamina a lugares insospechados del territorio policíaco-judicial.
Su protagónico es Vicente Maldonado, "Vicho" (Agustín Silva). Un egresado del Verbo Divino con carita de ángel y una mononería que, en principio, cualquier madre querría en un retoño propio. Hijo de un abogado distinguido de la plaza, lo vemos en la casa de Zapallar de su mamá (Paulina García), quejándose de que no debió quedarse a estudiar en Chile. Y cuando se va de carrete puede tomar, pitear, jalar, ser cómplice de robo y manejar borracho (además de tener conscientemente sexo no seguro). Sin culpa. Lo que no hizo, eso sí, fue ir manejando cuando un grupo de jóvenes al que conocía hace poco, viajaba en un jeep que impactó contra un hombre que caminaba junto a la ruta. Pero es su palabra contra la de los hijos de un tal senador Larrea: "Vicho" saldrá en las sociales, pero no es gran cosa al lado de este clan. Ahí verá lo que es canela este chico que pretende que el mal que hace es sin querer queriendo. Que pone el pie encima y cree que a él no va a pasar.
Lo bueno de este personaje contradictorio es cómo se va componiendo a lo largo del metraje. Que no para de constituirse, mientras las capas de sentido se multiplican en un mismo plano. Observando antes que prejuzgando. Así, este thriller autoral y etnográfico se instala entre lo mejor que el cine chileno ha ofrecido en largo tiempo.
Aquí no ha pasado nada
De Alejandro Fernández Almendras
Con Agustín Silva, Alejandro Goic, Paulina García. Chile, 2016. 94 minutos.
Nota: 7
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