El profundo legado que deja Nicanor Parra
Su obra, que ha logrado una notable conexión con las generaciones más jóvenes, será una constante fuente de inspiración.
"El autor no responde de las molestias que puedan ocasionar sus escritos: Aunque le pese/ el lector tendrá que darse siempre por satisfecho". Esta "advertencia a los lectores", que Nicanor Parra (1914-2018) incluyó en la que muchos estiman su obra cumbre -Poemas y antipoemas (1954), libro fundamental que cambiaría el curso de la poesía en Hispanoamérica- ayuda a poner en perspectiva el legado de quien se ubica entre los más grandes de la poesía chilena, junto a Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Gonzalo Rojas (Harold Bloom, el célebre crítico estadounidense, consideraba que Parra también era un indudable merecedor de un Nobel).
Así, la inmensidad literaria de Parra, que fue coronada en 2011 con el Premio Cervantes, el máximo galardón de las letras hispanas, encontró también detractores, que nunca pudieron reconocer en sus textos -construidos a partir del habla popular, del sentido común, de las cosas cotidianas- un auténtico valor poético. "Según los doctores de la ley este libro no debería publicarse: la palabra arcoíris no aparece en él en ninguna parte", diría también en Poemas.
La muerte de Parra, acontecida ayer a los 103 años de edad, ha provocado un hondo pesar y deja un vacío que probablemente será muy difícil de llenar; pero el duelo oficial que se ha decretado en el país, y el que su partida se haya instalado entre los trendig topic mundiales, dan cuenta del enorme reconocimiento que despierta su figura, un fenómeno que sorprendentemente alcanza también a las generaciones más jóvenes, con las que Parra alcanzó una conexión pocas veces vista. Este "fenómeno de masas" -en el mejor sentido de la palabra- resulta inspirador y debe ser aprovechado para que las universidades, el Estado -a través de sus políticas culturas y educacionales- y fundaciones irradien la obra de Parra, y con ello se contribuya no solo a mantener vivo el interés en su obra, sino también a estimular la pasión por la literatura.
El porqué las obras de Nicanor Parra -a pesar de su aparente sencillez o simpleza- lograron ganarse un lugar en la historia de la literatura es un fenómeno aún no bien comprendido; en parte se puede deber a que quienes han estudiado a fondo sus obras aún no son demasiados -no obstante que hay trabajos notables, como los de Niall Binns, o del sacerdote chileno José Miguel Ibáñez Langlois-, pero parece evidente que lo suyo va mucho más allá de haber producido textos ingeniosos, cargados de ironía y fiel reflejo del habla popular.
A Parra se atribuye haber sido el creador de la "antipoesía" -lo que abrió nuevos rumbos para el devenir de la poesía-, que en su caso no debe entenderse como un mero conjunto de frases ingeniosas, sino como una profunda búsqueda de sentido a la existencia, resignificando las cosas o el mismo hablar. Lo suyo es poesía en el sentido más profundo, pero desde el cuestionamiento, poniendo en permanente revisión las certezas.
Esta permanente interpelación le da a la obra de Parra una especial vigencia en nuestros días, porque aun cuando él mismo se mantuvo a prudente distancia de las ideologías políticas, en algunos de sus conocidos "Artefactos" (1972), o en "S'ermones y prédicas del Cristo de Elqui" (1977) hay constantes interpelaciones y cuestionamientos a las instituciones o a los eslóganes políticos de moda. Es una lección de cómo se puede protestar e intentar cambiar el mundo simplemente a través de la palabra.
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