Ramón Griffero, director teatral chileno: "En Chile no existe un Teatro Nacional, lo del Antonio Varas es solo un nombre falso"
Mientras escribe una comedia que estrenará en 2018, figura de precandidato al Congreso, y en abril reestrenará 99 La Morgue. Su nombre suena fuerte entre los candidatos para suceder a Raúl Osorio en la dirección del espacio que depende de la U. de Chile.
Sobre ese escenario estrenó, en 1995, su obra Río abajo, y Brunch. Almuerzo de mediodía, cuatro años después. Haciendo memoria frente a una taza de café, Ramón Griffero recuerda que hubo también un tercer encuentro entre él, su trabajo y el teatro Antonio Varas, cuando repuso Cinema Uttopia para el año del Bicentenario. "Eran otros tiempos", ironiza el director y dramaturgo chileno de 64 años, cuando el Teatro Nacional Chileno -y ex Teatro Experimental- parecía poderoso y difícil de opacar. Pero hoy, cuando lo imposible parece cierto, el mismo espacio ha vuelto a cruzarse en su camino.
En diciembre de 2014, Griffero asumió la dirección artística del teatro Camilo Henríquez, que había cerrado sus puertas en 1991 y luego de que él mismo estrenara allí Cuento de invierno de Shakespeare, como fruto del Teatro Itinerante. Su balance es positivo: "Cuando llegué, supe que me iba a tocar recuperar un patrimonio de la historia del teatro chileno. Pocos sabían o recordaban que fue sede del Teatro de Ensayo de la UC, o que ahí se estrenó La pérgola de las flores. Olía a historia ese lugar, y de alguna forma había que recuperarlo", dice Griffero en un local del barrio Bellas Artes. "Revivir un espacio como ese, que no obedece al teatro de mercado ni de farándula, y que la gente haya respondido a nuestra programación de obras contemporáneas sin 'rostros' en sus elencos, es un gran mérito. Además, para los grupos y creadores jóvenes se convirtió en un lugar donde podían instalarse dos o tres meses antes a crear y montar sus obras tranquilos, sin el vértigo comercial de otras salas", agrega.
Doble candidatura
Griffero habla de "manifiesto político" para referirse a 99 La Morgue, su obra de 1986 que este 21 de abril volverá al Camilo Henríquez en su última temporada. Con casi 7 mil espectadores en 2016, fue uno de los montajes más vistos de la temporada pasada, y tras un año en cartelera, dice, recién pudo volver a escribir: en 2018 estrenará Alessandra, su segunda comedia luego de La gorda, premiada en la Muestra de Dramaturgia Nacional de 1994. "Es el viaje de una mujer que escribe una novela por varios lugares donde el hombre ha ido en busca de la felicidad: la Italia fascista, la China de la Revolución Cultural de Mao, la España franquista de Joselito de los 70 y la Siria fervorosa, todo en clave de humor. Me interesó abordar lo ridículo de las verdades y utopías, y la comedia me dio esa distancia para gozar y reír sin tapujos morales", cuenta.
En mitad de su escritura, otros desafíos se le han puesto en frente: Revolución Democrática acaba de proclamarlo precandidato parlamentario por la V Costa, y su nombre resuena al interior del Antonio Varas como uno de los candidatos más sólidos para convertirse en el nuevo director del Teatro Nacional Chileno, luego de que en enero del año pasado Raúl Osorio saliera del cargo en medio de una polémica con la Facultad de Artes de la U. de Chile.
¿Por qué decidió postular?
Algunos académicos me lo pidieron, y por años he mantenido un vínculo con la universidad: en los 70 fui alumno de su escuela de Sociología antes de partir al exilio, he hecho clases de actuación, voz y dirección en la Escuela de Teatro y dictado talleres. También me incorporé al magíster este año. Entonces no me es un mundo ajeno, al contrario, creo que para varios de los que formamos parte de la escena teatral ochentera y de comienzos de los 90, el Antonio Varas fue uno de los teatros donde debías estar si querías que tu trabajo fuera visible, pero hoy eso se ha perdido.
Ud. criticó los 32 años de Andrés Rodríguez como director del Teatro Municipal. ¿Hizo lo mismo con los 15 de Raúl Osorio en el TNCh?
Guardando las proporciones, sí. Lo de Rodríguez fue vergonzoso: más de 30 años en el cargo y sonriéndole primero a la dictadura y luego a los que la derrocaron, me pareció bizarro. Lo de Osorio fue distinto, aun cuando estoy convencido de que durante su gestión se perdió el perfil del teatro, pero fue la Facultad de Artes la que no estableció un límite de años para ese cargo. La permanencia de un director no puede igualarse con la de los parlamentarios que convirtieron a la clase política chilena en dinastía. Eso solo ocurre en este país. Además, Osorio lidió con un modelo de financiamiento obsoleto.
¿Cómo debería ser, a su juicio?
En Chile ha habido una política errónea de concesión, y la cultura no debería concesionarse. Entregar dineros a privados que después pueden cambiar de giro, cerrar o arrendar sus salas o convertirlas en otro negocio, heredarlas o venderlas, es una política que carece de visión pública e impide que se conserve el valor social. Además, las entregas son muy dispares: el San Ginés obtuvo $ 1.500 millones de pesos estatales, y el Camilo Henríquez, que aún dirijo, no se adjudicó ni un solo fondo en dos años. Eso prueba que el modelo fracasó. El Estado debería replantearse una subvención permanente no solo para el funcionamiento, sino para fomentar la creación artística en esos espacios.
¿Qué opina de los cierres de La Memoria y el Teatro de la Palabra?
Todo cierre de un centro de creación artística es dramático, porque el arte es el espíritu de un país. Es la continuidad de una memoria histórica, un lugar de resistencia y crítica, y en los casos particulares de Alfredo (Castro) y Víctor (Carrasco), pienso que ambos fueron víctimas de un sistema cruel. El artista no debería armar su propio plan de gestión cultural, menos cuando el Estado no se encarga de sostener lo que levantó, porque esos teatros fueron acondicionados con platas estatales. No hay una visión patrimonial ahí, ese es el punto.
¿Qué plantearía Ud. entonces para el TNCh en esta misma línea?
El Antonio Varas cumplió un rol fundamental, que fue el de mantener viva la tradición de los teatros universitarios. Digo esto porque, en rigor, en Chile no existe un Teatro Nacional con todas sus letras, lo del Antonio Varas es solo un nombre falso y redundante. Sí es un espacio universitario que debería tener fondos públicos suficientes y directos, sin mediadores, que permitan reinsertarlo y devolverle el prestigio que tuvo. Y no creo, como otros, que tenga mucho que ver con la innovación, sino con volver al origen: a ese escenario le hacen falta obras que conecten con su entorno, que hablen del presente de su país y que el teatro vuelva a ser una necesidad real y no solo de ascenso social.
También está levantando una candidatura parlamentaria. ¿Cuál es su vínculo con la política?
Hace un año milito en Revolución Democrática y soy parte de la Comisión de Cultura. Cuando joven fui parte del Frente de Estudiantes Revolucionarios y participé de la Unidad Popular. También viví el exilio por 10 años, lo cual es una militancia por estar a la fuerza en otro lugar, así que siempre he estado vinculado a la política. Muchos creen que por ser candidato o llegar a un cargo público, te desligas del arte. Yo no. Si la política no solo se ligara a lo tecnócrata, varios podríamos habernos infiltrado en ese mundo, y hoy, y más que nunca, el arte y los artistas deben ser políticos. Para mí, ambos corren por la misma arteria.
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