El trío que no existió
Vargas, Castillo y Sánchez fueron los integrantes del ataque, pero hubo escasas conexión entre ellos. La desventaja, además, terminó por nublar su juego.
Un trío de ataque casi inédito presentó esta noche la Selección ante Paraguay, con Eduardo Vargas, Nicolás Castillo y Alexis Sánchez. La troika tenía como antecedente el partido eliminatorio contra Perú, el 11 de octubre último.
En aquella ocasión, el resultado fue 2-1, con dos tantos de Arturo Vidal. Esta vez, sin embargo, la apuesta, no dio resultados y terminó por apagarse ya en el minuto 57', cuando Jorge Valdivia sustituyó a Castillo.
Lo cierto es que desde el inicio quedó en evidencia que el ataque chileno más parecía un átomo que otra cosa, con Castillo como un núcleo más o menos estable, mientras que Sánchez y Vargas eran virtuales electrones, pues gastaban energía moviéndose con libertad en torno al área y más allá.
De este modo, el delantero del Arsenal se desplazaba por la mitad izquierda del sector paraguayo, tratando de meter desbordes, algún centro e, incluso, llegaba hasta el círculo central para recuperar algún balón o reorganizar algún ataque.
Vargas también mostraba gran dinamismo, pero algo más cerca del área; era, en rigor, un armador de juego mucho más evidente y eficiente que Arturo Vidal o Charles Aránguiz, quienes se esforzaban unos metros más atrás. Fue, adicionalmente, el único que disparó con acierto desde larga distancia, exigiendo a fondo a Anthony Silva.
Respecto de Castillo, tuvo que emplearse a fondo para superar el rigor de los centrales paraguayos. Lo malo es que tanto afán tuvo poco éxito, ya que no logró nunca el espacio suficiente para tener una real opción de anotar. No fue bien asistido, no se conectó con sus compañeros de avanzada y pareció carecer de armas para lograr algún resultado por sí solo.
El escenario para el trío era, sin embargo, muy oscuro ya con el primer tanto. Y mucho más luego del segundo golpe visitante, cuando Sánchez se limitó a mirar el piso, desconsolado, en un día que será inolvidablemente amargo para él, pues a la caída nocturna se agregó la frustración por su abortada transferencia al Manchester City.
Tanto él como Vargas trataron de estructurar algunos ataques con un toque sutil, pero rara vez resultó, pues los visitantes anticiparon la jugada o bien, el encargado de cerrar con un buen centro o un disparo, como Mauricio Isla, nunca lo hizo con propiedad.
Ambos aleros, además, demostraron poca ambición en el mano a mano, con énfasis en en el tocopillano, quien generalmente optó por tocar en lugar de encarar. Vargas, algo más al centro en el campo, lo intentó un par de veces, pero sus eslaloms terminaron siempre frenados al entrar al área mayor.
El ingreso de Esteban Paredes tampoco cambió la historia. En poco más de media hora, su aporte fue tan opaco como el de Castillo.
Así, resulta recomendable volver a la fórmula conocida, aquella que, paradojalmente y con Vargas como un 9 heterodoxo, siempre conlleva la incógnita de quién será el alero derecho.
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