¿Admisión justa?



Laura tiene 14 años y es una niña muy estudiosa. Sus padres siempre se han preocupado por ella, tienen grandes expectativas y la han apoyado en sus estudios. Laura quiere estudiar medicina y sabe que para ello requiere estudiar mucho. La escuela de Laura sólo llega hasta 8° básico y ahora debe buscar un colegio para continuar sus estudios de secundaria. Lamentablemente, donde vive Laura no hay buenos colegios. En toda la comuna hay sólo un colegio que obtiene buenos resultados para ingresar a la educación superior y a ese colegio está postulando.

Pedro también tiene 14 años, pero su trayectoria educativa deja mucho que desear. Pedro no ha sido un niño estudioso ni tampoco ha tenido buena conducta. La vida de Pedro no ha sido fácil. Su madre lo tuvo a los 16 años y nunca conoció a su padre. Ella ha tenido distintos trabajos, pero pasa por épocas donde se enoja mucho, no juega con él y ni siquiera se levanta de la cama. Hace seis meses que Pedro vive con su abuela, quien le explicó que su mamá está enferma, es alcohólica. Pedro quiere a su mamá y se propuso curarla, por eso ahora sabe que tiene que estudiar mucho para entrar a la universidad. Pero Pedro vive en la misma comuna de Laura, donde no hay colegios de buena calidad con la excepción de uno. A ese colegio quiere entrar Pedro.

El problema es que este colegio, al cual tanto Laura como Pedro quieren ir, es muy demandado por las familias. El colegio ofrece sólo 100 vacantes para 1° medio y todos los años postulan más de 500 niños. Es dramático ver la cara de desazón de los más de 400 niños que no quedan en este colegio, pues saben que sus posibilidades futuras se ven mermadas. La Ministra de Educación ha visitado a estas familias y ha sacado la voz por todas las Lauras que no quedaron en los colegios a los cuales postularon, pero ¿por qué ha callado respecto de todos los Pedros?, ¿o acaso no importan los Pedros? ¿Quién se merece más quedar: Laura o Pedro? Si consideramos trayectoria académica, Laura se lo merece más, pero si analizamos trayectorias de vida, tal vez el que más lo necesita sea Pedro.

Es legítimo discutir sobre los criterios que consideramos justos para privilegiar a algunos estudiantes por sobre otros a la hora de asignar los colegios que tienen más demanda que vacantes. El gobierno ha dicho que el mérito debería ser un criterio a considerar, otros consideran que deberían ser los Pedros los que deberíamos beneficiar. Ante las dificultades de poder identificar a las Lauras y a los Pedros, otros proponen que todos los niños tengan exactamente las mismas oportunidades sin discriminación. Para cada una de estas posiciones hay buenos argumentos y estos deberían ser sopesados en el Parlamento. Pero lo que no es legítimo es usar el drama de estas familias para hacer una movida política y echarle la culpa al nuevo sistema de admisión de todos los niños que no quedaron en los colegios que querían.

Cuando postulan 500 niños a un colegio con 100 vacantes, 400 niños quedan fuera y eso es así independientemente del sistema de admisión. No hay nada que el Gobierno pueda hacer ante esta situación, sólo ofrecer otras alternativas de calidad cuando los niños no quedan en sus primeras preferencias, pero esto sin duda toma tiempo. El verdadero drama de las familias es la falta de establecimientos educacionales de buena calidad. El drama es que el futuro de nuestros niños depende, en gran parte, del liceo o colegio al cual van; y eso es lo inaceptable, y a eso se debería abocar el Estado: a mejorar la calidad de la educación. El gobierno ha convertido al nuevo sistema de admisión en el chivo expiatorio, en vez de hacerse cargo del problema de fondo. Podemos volver al sistema antiguo, pero ello no mejorará las oportunidades de los niños de quedar en sus colegios favoritos, tampoco mejorará la calidad de la educación, sólo invisibilizará el problema, algo que por cierto es políticamente atractivo.

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