Aléjate, Satanás

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Supongamos que el Papa desconocía los abusos cometidos por los curas chilenos cercanos a Karadima. Creámosle que fue desinformado metódicamente por personas de su confianza, como los cardenales Ezzati y Errázuriz, y también por personas malas que, nomás besarle el anillo, le introducían lenguas bífidas por los oídos para llenarle la santa testa de mentiras. Confiemos en su palabra, valoremos su perdón, convenzámonos de su inocencia.

Pero no por ser bonachones vamos a pecar de cándidos: la verdad es que nos cuesta olvidar en qué andaba el pontífice apenas tres semanas antes de bendecirnos con su visita. El 21 de diciembre del año pasado, día gris en Roma, Francisco entró a la basílica de San Pedro al final de la ceremonia fúnebre del cardenal Bernard Law, tal como lo señala el rito. Luego dirigió unas palabras de encomio al muerto, roció el ataúd con agua bendita y se retiró tan liviano y celestial como llegó.

Mientras fue arzobispo de Boston, Law protegió a legiones de curas pedófilos que operaron con impunidad por décadas. Aun así, se fue al cielo precedido de discursos grandilocuentes. Uno de los más bellos e inspirados, nos cuenta un insider, lo pronunció Angelo Sodano, quien hizo muy buenas migas con Karadima cuando vivió en Chile, a tal punto que llegó a contar con un espacio propio, un privado, en la parroquia de El Bosque, "la salita del nuncio".

Como sea, insistamos en creerle al pontífice: los ritos son los ritos, por lo que no flaqueemos justo ahora. "He sido inducido a error y engañado", eso es lo que en otras palabras nos dijo el Santo Padre con su acto de contrición del miércoles. ¿Tuvo él responsabilidad en el dolo aludido? Da igual, nadie es perfecto. Y esto sí que Francisco lo sabe mejor que cualquier otro mortal. ¿O acaso cuando se declara fanático de San Lorenzo de Almagro o se niega a condenar los abusos de Nicolás Maduro, no nos está dando ejemplos concretos de la debilidad y de la ruindad humanas a través de ese didacticismo suyo tan aplaudido por lo directo, sincero y efectivo?

Distinto sería el caso cuando se trata de amigotes personales, ya que la amistad ocupa un ámbito sagrado dentro del alma humana. Y aquí –aléjate, Satanás, porfa– la duda negra vuelve a pesar sobre nuestros hombros. Poco antes de despedir con honores al cardenal Law, el Papa tuvo que dejar partir a un tipo de total confianza, nada menos que su ministro de Hacienda, el cardenal australiano George Pell. ¿La razón? "Múltiples acusaciones de abuso sexual contra niños", según reza en el expediente que cursa un tribunal de Melbourne.

Llegado a este punto, y que Dios me perdone, abjuro del "nosotros" con el que hasta aquí intenté aferrarme como pude al rebaño de los crédulos. Es demasiado evidente que Francisco no habla con la verdad cuando habla de arrepentimiento: socorrió a los mismos predadores apollerados que hoy en día supuestamente va a crucificar, recurrió incluso a la injuria para acallar y desacreditar a las víctimas de Karadima, en fin, compartió tantas veces el pan y el vino con violadores de niños. Y ahora que se ve acorralado, Bergoglio tiende una cortina de humo adornada con la borla del perdón. Yo no peco de cándido, juro que no: sólo se trata de una cuenta más del mismo y manoseado rosario.

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