El ministro Varela
Lo mejor de la entrevista a Gerardo Varela el fin de semana pasado fue su manera de plantearse en forma realista ante lo que está en juego. Frases como "la política no sé si tiene la capacidad de cambiar demasiado la vida de la gente, pero puede perjudicarla mucho" muestran una profundidad escasa entre quienes cumplen funciones públicas. Ni Eyzaguirre o Delpiano hablaban así.
De hecho, casi todos los puntos que recalcara dan cuenta de esta actitud lúcida con que mira la situación. Una cosa serían las leyes y reformas, otra su implementación. Habrá que ver qué efectos ha tenido la gratuidad en otros países y cómo se irá dando entre nosotros (si significará pérdida de autonomía de universidades o deterioro de su calidad) y proceder acorde, también corregir. Con todo, la ley es la ley –sigo con el ministro-; no queda más remedio que cumplirla. Una reforma de la magnitud de la gratuidad no se puede revertir; es prematuro aún discutir si conviene como herramienta. Lo que debiera quedar claro es que no van a haber más platas para Educación (el gasto actual asciende a un cuarto del presupuesto fiscal).
En definitiva, no mejora la educación cambiando a los ministros de Educación. No se saca nada con obstinarse; ayuda ser un abogado, insiste. No cabe sino ser pragmático, sin que ello signifique caer en hipocresías. La realidad es lo que es: la educación es un bien escaso, se obtiene en el mercado pagando un precio y, por tanto, es susceptible de ser evaluada también monetariamente. 17 millones de chilenos que pagan deben asegurarse que los 700 mil beneficiados con la reforma sean responsables, reconociéndose que las marchas y paralizaciones han afectado el rendimiento de los estudiantes. En fin, estos asuntos y debate se pueden ver en el camino, pero la realidad no por ello va dejar de ser lo que es.
Hasta aquí su realismo. Lo que es su sentido político es menos claro. No se presenta como político, ni da a entender que esté dispuesto a conceder algo más. El águila no cazará moscas pero el mosquerío ¿se desistirá de su voluntarismo, no se radicalizará y no recurrirá a la violencia? De sus palabras se puede inferir que confía en que el movimiento estudiantil ha perdido fuerza y apoyo ciudadano ("el tiempo de las marchas ya pasó"). Pero Bachelet siguió apostando a favor de reformas confrontacionales a pesar que su apoyo se desinfló. ¿Es que el ministro pretende que su propósito inverso, gradualista, va a frenar futuras polarizaciones? Hasta el más realista admitiría que cualquier plan concebido con moderación ha de fallar si las circunstancias se extreman (cito a Metternich). Churchill sostenía que un político debe ser capaz de prever lo que va a pasar mañana, la próxima semana, el próximo mes, y luego explicar por qué no ocurrió. Así se le juzgará: como político.
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