Innovar para no entramparse
A lo largo de los años, las universidades chilenas han tenido dificultades para ser motores de innovación; han sido más proclives a transmitir conocimientos que a generar cambios tecnológicos. No obstante, han ido surgiendo instituciones cuyo desafío es convertirse en polos de investigación, innovación y transferencia tecnológica, con interés por generar conocimiento aplicado a la solución de problemas reales de la sociedad. Lamentablemente, la nueva Ley de Educación Superior no se ha hecho cargo de esta necesidad del país, que debe ser central en la vida universitaria. Lo que se espera de una ley marco es que guíe el desarrollo con una mirada de largo plazo. En materia de innovación, significa crear incentivos y dejar espacios de libertad, con mecanismos de supervisión eficaces para que las instituciones puedan crear.
En 2014 se propuso un Ministerio de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación, que serviría para articular, coordinar y alcanzar un desarrollo integral. Sin embargo, se optó por un Ministerio de Ciencia y Tecnología sin relación directa con la educación superior. Si bien una nueva institucionalidad es necesaria, preocupa esta división artificial entre educación superior y ciencia que, sin duda, provocará cierta esquizofrenia en las universidades. Investigación, innovación, docencia y vinculación con el medio deben ser fines compatibles y, por tanto, se necesita una institucionalidad que favorezca esa consistencia. Exacerbar la tensión entre distintos objetivos es un camino peligroso que puede dejar heridos.
¿Cómo generar investigación y desarrollo sin quedarse en una declaración de buenas intenciones? Es deber de las instituciones de educación superior invertir tiempo y recursos económicos en crear una cultura de la innovación, un microcosmos que combine capacidad científica de alto nivel, responsabilidad social, sentido de las necesidades del mercado y cierta audacia, al igual que un esfuerzo por cautivar talentos incluso lejos de nuestras fronteras. También tienen la obligación de fomentar en sus estudiantes mayor capacidad de innovación y emprendimiento, de despertar en ellos la curiosidad intelectual, la disposición a asumir riesgos y la certeza del impacto social de una cultura innovadora. A través del currículo universitario las nuevas generaciones tienen que ganar convicción sobre su capacidad como agentes de cambio.
El Estado, por su parte, debe contribuir con un "ecosistema" que provea la institucionalidad adecuada, enaltezca el valor social de la innovación y permita el acceso al capital necesario, donde tan importante como el aporte estatal es el incentivo a la inversión y la filantropía de los particulares. Desarrollar esa cultura toma tiempo, así que hay que empezar lo antes posible. Además, puede ayudar a la formación de alianzas entre instituciones, nacionales e internacionales, y a la creación de redes y núcleos de investigadores.
Se dice que Chile podría estar en la trampa del ingreso medio, en un estancamiento que le impide lograr el desarrollo. La salida es avanzar hacia una cultura de innovación, que con el tiempo aumentará la productividad nacional. En esta nueva cultura, las universidades son actores fundamentales, que necesitan una institucionalidad que les permita cumplir adecuadamente su rol.
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