Que no cunda el pánico
Luego de que el gobierno de EE.UU. pusiera en vigor aranceles a la importación de productos chinos por un valor de US$ 34.000 millones, y los anuncios de contramedidas de similar magnitud realizados por Beijing, los temores de que se agudice la guerra comercial se han intensificado. Dada la relevancia de las naciones involucradas, un escalamiento del conflicto podría afectar el crecimiento de la economía global.
El cobre ha sido uno de metales perjudicados por la mayor incertidumbre, pero el petróleo –commodity del cual somos importadores netos- también ha visto mermada su cotización. En consecuencia, si bien un incremento en las tensiones comerciales tendría repercusiones sobre la economía chilena, producto principalmente de un menor crecimiento global y una caída en el precio del cobre, la reducción en el precio del petróleo mitigaría los desfavorables vientos externos. El efecto neto de la guerra comercial es, sin embargo, negativo.
Por otra parte, según The Brookings Institution, se requieren aranceles en torno al 40% y de carácter generalizado para que se materialice una recesión global. Por ahora los aranceles que han sido impuestos por los protagonistas del conflicto son de 25% en la mayoría de los casos, y se han establecido sobre productos específicos (Trump, por ejemplo, impuso aranceles de 25% a las importaciones de acero). Así, el escenario más desfavorable aún parece lejano.
Tampoco es claro que el conflicto sea permanente. Trump podría optar por suavizar sus políticas proteccionistas si éstas resultan en pérdidas relevantes de puestos de trabajo en EE.UU. (esto podría ocurrir, por ejemplo, en las industrias que utilizan al acero como insumo), o si se logran avances en futuras negociaciones con China. Además, en caso que Trump decida mantener inalterada su postura, la situación podría revertirse de resultar electo otro candidato en las elecciones presidenciales de 2020.
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