Nueva Constitución
SEÑOR DIRECTOR
La historia de los dos grandes bloques de reformas que se han introducido al texto constitucional de 1980, que sin embargo,no alteraron su matriz, muestra patrones similares: fueron acordadas entre cuatro paredes por élites políticas y decididas al margen de la participación ciudadana (no obstante el plebiscito que acompañó, para efectos ratificatorios, al primer grupo de enmiendas). En lo sustantivo, ambas no hacían más que colocar el texto legado por la dictadura a la altura mínima requerida por los estándares democráticos (en 1989 se eliminaba el antiguo artículo 8 que establecía un pluralismo limitado y en 2005 a los senadores designados, nada de que jactarse).
El itinerario que ofreció la Presidenta Bachelet para el cambio constitucional tuvo potencial para algo distinto: para ser un momento genuinamente constituyente y participativo. Ni lo uno ni lo otro terminó ocurriendo. Mientras el potencial constituyente se ahogó en un cúmulo insalvable de exigencias de quórums, sometiendo una discusión que había prometido ser constituyente a las reglas que el propio texto vigente dispone para las reformas, el aspecto participativo quedó reducido a encuentros de discusión que, metodología aparte, terminaron siendo un lindo momento de encuentro, pero irrelevante en términos de distribución política del poder.
El anunció referido al envío de un proyecto de reforma total al texto constitucional de 1980 se abre como campo propicio para que las prácticas elitistas de reforma constitucional de 1989 y 2005 vuelvan a replicarse. Al margen de su viabilidad política, el proyecto -no tanto por el proyecto mismo, como las dinámicas políticas y sociales en las que se inserta- no podrá reclamar estar constituyendo nada en absoluto.
Domingo Lovera Parmo
Profesor Universidad Diego Portales
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