Resistiré
Como mujer he vivido agravios. Hace años un tipo me aseguró que las mujeres teníamos cabeza sólo para peinarla (no había leído a Schopenhauer, yo sí); otra vez, en una comida cuando yo hacía una pregunta se la respondían a mi marido. En la universidad un profesor me dijo que le quitaba el lugar a un hombre y que debía irme; como directora de una carrera universitaria me contrataron por una jornada menor para pagarme menos; cuando dirigí el Centro Barros Arana fui coordinadora y cuando dirigí el Museo Histórico Nacional fui conservadora mientras que en ambos casos mis sucesores hombres han sido directores. Comprendo el enojo de las mujeres y para qué decir las situaciones dramáticas que viven muchas, pero eso no me lleva a sumarme al feminismo radical que tiene paralizadas las universidades. Por el contrario, lo resistiré.
El feminismo no es un sentimiento. El feminismo es una ideología, según la cual los hombres establecen siempre relaciones de dominación y explotación sobre las mujeres; su eje conceptual es la noción de patriarcado. Y el feminismo que se ha tomado las universidades tiene rasgos totalitarios. Así, cuando Rafael Gumucio introdujo la noción de clase para comprenderlo, las feministas de su universidad exigieron su expulsión, y lograron silenciar su crítica. Además de la instalación de la censura, el feminismo radical ha barrido con el debido proceso y la presunción de inocencia: una acusación de acoso o abuso en cualquier universidad es hoy una sentencia de ostracismo, sin derecho a defensa. Y entre las exigencias para liberar los espacios capturados, se pretende imponer la reeducación de la comunidad universitaria, al estilo maoísta, el control de la docencia, y el uso de un lenguaje que destruye el castellano.
Resistiré que se imponga una ideología que postula el conflicto permanente, la prevalencia de la dominación. Insistiré que la armonía es posible, que la empatía es real, que podemos comprendernos, que la palabra es la forma de comunicación humana por excelencia.
Resistiré la destrucción de la lengua castellana, la de Cervantes, Teresa de Jesús, Juana Inés de la Cruz, la Mistral, Bolaño, y tantos más. Seguiré utilizando el castellano con su alfabeto, sus reglas ortográficas, sus géneros masculino y femenino, sus singulares y plurales.
Resistiré el totalitarismo que busca condenarme al silencio, que niega el derecho a defensa, que condena acusando, que intenta reeducarnos en la nueva verdad oficial impuesta por la fuerza y el chantaje.
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