Es tiempo de potenciar la agricultura chilena y el territorio rural

Campo en la comuna de Petorca, en la Región de Valparaíso, en 2015.  Foto: AgenciaUno


La Agricultura es un enorme activo para nuestro país: Su producto expandido representa sobre 10% del PIB; los alimentos representan el 27% del total del valor de las exportaciones; la agricultura emplea a más del 10% de la fuerza laboral y la actividad agropecuaria es, sin duda, el motor de la economía en una mayoría de las regiones.

Lo anterior es producto de buenas políticas y del uso de alta tecnología y gestión empresarial que han transformado una actividad primaria en una compleja operación de alto valor agregado. Agricultores, profesionales y empresarios han sabido aprovechar muy bien las ventajas naturales, la contra estación y el carácter perecible de una significativa parte de las exportaciones, agregándole todo el valor demandado por un consumidor mundial exigente.

Además, el crecimiento agrícola ha cumplido,  otros valiosos roles no captados por el mercado, como son sus efectos sobre el medio ambiente, la viabilidad social, la cultura, el empleo y la distribución de ingresos. Una conclusión impactante de un estudio de FAO es que este crecimiento ha influido fuertemente en la reducción de la pobreza, por su efecto en el ingreso salarial a nivel de hogar, sobre trabajadores no calificados, lo que además ayuda a reducir la migración a la ciudad, fortaleciendo las economías locales.

Los crecientes desafíos tecnológicos y exigencias de los mercados nos obliga a seguir incorporando cada vez más innovación y gestión moderna en nuestra agricultura, para hacerla más competitiva y especialmente más sustentable. Obliga también a las autoridades a velar por las condiciones macroeconómicas y de estructura requeridas para esta competividad.

Está pendiente, sin embargo, un segundo salto que tiene que ver con aprovechar el enorme potencial del territorio rural y su gente. Falta mirar globalmente el territorio rural, que envuelve mucho más que lo solamente agrícola y hacerlo ahora porque tenemos una deuda gigantesca con el mundo rural y, además, porque ese territorio tiene un enorme potencial desaprovechado.

Según INE, el 10% de la población en Chile es rural, lo que lo hace un sector de muy poco peso político. Sin embargo, según criterios modernos de la OCDE, la población rural sería cercana al 30% y, un 78% de las 324 comunas en Chile se deben clasificar como rurales. La medición oficial de ruralidad subestima el hecho que casi un tercio de la población vive en comunas de muy baja densidad humana, y esta forma de medición refleja el prejuicio del paradigma actual, que considera esas áreas como inherentemente atrasadas, conduciendo prematuramente a no priorizar el desarrollo en dichas zonas.

Poco sabemos de las necesidades e intereses de los habitantes rurales (INE simplemente los define como "no urbanos") y sus opiniones y necesidades no se recogen en las encuestas ya que éstas se hacen en localidades con más de 20.000 habitantes.

Un estudio (2012) concluye que un 80% de encuestados en comunas rurales señalaba su preferencia para vivir en una localidad rural sobre una urbana, aunque solo el 38% prefería que sus hijos permanecieran allí: en la ciudad hay mejores oportunidades laborales y acceso a buena educación.

Definitivamente existe un sesgo urbano significativo en las políticas y las instituciones en términos de inversión en infraestructura, educación, salud y gasto público, lo que reduce el atractivo de vivir y trabajar en zonas rurales.  El territorio rural no ha sido considerado para nada en el creciente debate sobre el modelo de desarrollo y ordenamiento territorial.

Esto no solo es injusto sino, además, un gran desperdicio ya que el territorio rural tiene un enorme potencial y a medida que Chile se urbaniza, los beneficios que ofrece (espacio abierto, paisajes naturales, pueblos pequeños) se vuelven cada vez más valiosos, lo que se refleja ya en un incipiente agroturismo como también en la conciencia por traer la naturaleza a la ciudad (techos verdes, huertos urbanos, forestación urbana). A lo anterior se agrega que en el mundo rural hay un valioso patrimonio cultural poco explorado, que debe no solo ser resguardado sino también promovido y potenciado.

Este es el enfoque que hoy vemos en muchos países desarrollados cuyas áreas rurales son consideradas un importante activo y atraen personas e inversionistas que buscan una mejor calidad de vida y un desarrollo económico sustentable.

Este gap urbano/rural se debe a muchas causas sobre las que se puede actuar, espeialmente la baja coordinación inter sectorial, el sistema de pensamiento centrado en lo urbano y el uso de información cuantitativa agregada que esconde los problemas territoriales.

¿No sería el momento de dar un fuerte impulso al desarrollo de nuestro sector rural?  Tenemos una gran oportunidad de actuar por lo que deberíamos iniciar desde ya un proceso de estudio, análisis y propuestas, no para un gobierno de 4 años, sino proyectándonos a los próximos 20 años.

La tarea no es simple, requiere recursos pero lo que más requiere una voluntad y un esfuerzo conjunto de lo público, lo local y lo privado. Si queremos tener un país desarrollado no solo debemos pensar en las grandes ciudades sino que volver a mirar con reconocimiento a nuestra agricultura y con grandes esperanzas el territorio rural.

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