Columna de Ascanio Cavallo: Precht

Si todos los que se ampararon en el coraje de Precht creen ahora que fue un traidor, entonces toda la defensa de los derechos humanos pudo ser una gran traición. Pero eso es un oxímoron. Hay gente que está viva gracias a esa lucha. Más bien hay que aceptar que la turbulencia de la condición humana estaba tocando uno de los flancos más dolorosos de la historia reciente.



"También eso, tal vez, estaba previsto", escribe Borges en la última línea del Tema del traidor y del héroe. Kilpatrick, el traidor, acepta formar parte de una enorme representación al final de la cual debe ser asesinado para confirmar su condición de héroe. El traidor se trasforma en héroe. La pequeña gema de Borges contiene también, por un momento, su opuesto: que el héroe se convierta en traidor.

¿En qué posición está hoy Cristián Precht? En la tercera acusación por abusos sexuales y de poder que ha enfrentado, la querella criminal presentada ante el 15° Juzgado de Garantía de Santiago con el patrocinio del abogado Juan Pablo Hermosilla, los testimonios de los acusadores son espeluznantes y presentan a Precht, junto con su amigo el sacerdote Miguel Ortega, como una dupla cuyos tenebrosos juegos sexuales eran bien conocidos o intuidos por los alumnos del Instituto Alonso de Ercilla, regentado por los Hermanos Maristas. Precht y Ortega, diocesanos, iban a ese colegio a ejercer los sacramentos de la eucaristía y la confesión.

Uno de los acusadores, Jaime Concha Meneses, dice que Precht era "su superhéroe", el símbolo de la defensa de los derechos humanos, el titular de la Vicaría de la Solidaridad, el organismo creado por el cardenal Raúl Silva Henríquez para proteger a los perseguidos de toda laya en los años más duros del régimen militar. Un detalle enerva la piel: la fecha recordada es 1977, es decir, cuando Precht era aún el vicario. Los testimonios obligan a suspender la incredulidad: mientras el héroe defendía los derechos de unos, el traidor violaba los derechos de otros.

En 1978, el cardenal decidió retirarlo de la vicaría, pero no por esas razones, sino porque los riesgos que corría Precht ya parecían intolerables. Pero para Jaime Concha Meneses y sus compañeros, el "superhéroe" ya era el supertraidor. Para el resto de los chilenos, y en especial para todos los que veían en la Vicaría de la Solidaridad el ejemplo del coraje y la misericordia, los valores más preciados del humanismo, solo era el héroe. Es importante tener esto en cuenta.

¡Cuánto hubiesen deseado la Dina, la CNI, los fiscales militares, conocer lo que pensaban los niños del Instituto Alonso de Ercilla! Y al mismo tiempo, ¡cuán incompetentes fueron para perderse unas oportunidades que pudieron ser más eficaces que un balazo! ¿Quiere decir que Precht, Ortega o cualquier otro de los cristianos de aquellos días usaban los derechos humanos como una pura faramalla? Esto es inconcebible: ninguna conciencia decente soporta semejante idea. Pero cualquier conciencia entra en tensión con esta colisión de fuerzas inmensas.

El hecho objetivo es que Precht ha sido acusado tres veces. La primera, el caso de Patricio Vela, no arribó a condena canónica, porque la víctima había muerto (de suicidio: no es un detalle). La segunda, por abusos contra menores, condujo al castigo por cinco años sin ejercer el ministerio. La tercera ha derivado en la expulsión total del sacerdocio, la medida más grave que se haya tomado jamás contra un sacerdote en Chile. Las circunstancias de este historial están detalladas en el equilibrado y perspicaz libro de Andrea Lagos, Precht -Las culpas del vicario (UDP-Catalonia, 2017), que será reeditado con un epílogo actualizado en los próximos días.

La justicia canónica no ha otorgado posibilidad de defensa, ni siquiera de conocimiento del proceso, ni a su abogado canónico -el cura Raúl Hasbún- ni al afectado. En estos tiempos es arduo llamar "justicia" a un procedimiento semejante. Una de las explicaciones -que se supone colaterales- es que Precht acudió a la justicia civil para impugnar unas precautorias que le impedían salir de Santiago, cuando él quería radicarse en Coyhaique. Al sobrepasar el Derecho Canónico mediante el Derecho Civil, Precht se habría separado por sí solo de la Iglesia. El sacerdote Precht sería incompatible con el ciudadano Precht. El traidor con el héroe.

La pregunta que más circula ahora es por qué la pena contra Precht no ha alcanzado, por ejemplo, a Karadima, que además de abusos constituyó una red de poder político y social; o a los propios maristas, acusados de delitos más graves; o a otros sacerdotes de otros casos, cuyas inconductas han sido más profundas o más perversas.

No es útil decir que todos los abusos son iguales. Esto puede ser consolador para las víctimas, pero el Derecho Penal consiste en la distinción entre los delitos. No hay penalidad posible si todo es igual. Pero aun si así fuera, queda todavía el problema del héroe y el traidor.

Una vez más, el Vaticano -la Congregación para la Doctrina de la Fe, en este caso- parece actuar sin ver el conjunto. Lo ha hecho con Karadima, que vive en una especie de Penal Cordillera del sacerdocio. Lo hizo con el obispo Juan Barros, que se ostentó durante la visita papal a Chile hasta el punto de convertirla en un fracaso. Lo hace con otros procesos, que continúan un largo recorrido por las catacumbas serpenteantes de la justicia canónica. Y, en cambio, tiene con Precht la expedición y la radicalidad que no ha mostrado con nadie, nunca antes.

De acuerdo: en unos pocos años, la severidad del Vaticano ha aumentado como consecuencia de un esfuerzo orgánico por detener el descrédito mundial. Pero en un caso como el de Precht, es imposible disociar al traidor del héroe. El silencio de quienes lo tuvieron por héroe no autoriza a considerarlo solamente un traidor, derecho que les está reservado a las víctimas. Dicho de otra manera: si todos los que se ampararon en el coraje de Precht creen ahora que fue un traidor, entonces toda la defensa de los derechos humanos pudo ser una gran traición. Pero eso es un oxímoron. Hay gente que está viva gracias a esa lucha. Más bien hay que aceptar que la turbulencia de la condición humana estaba tocando uno de los flancos más dolorosos de la historia reciente.

Al expulsarlo del sacerdocio, a Precht se le ha despojado de su principal motor de vida. Culpable o más culpable, infinitamente culpable si se quiere, Precht no ha sido (ni será, según parece) otra cosa que un sacerdote. Acaso un sacerdote de una Iglesia envenenada, pero no por sí mismo, sino por la forma concreta del sacerdocio en los tiempos en que le tocó serlo. El retrato matizado del libro de Andrea Lagos ayuda a asomarse al sujeto atormentado que ha vivido detrás del cura.

En todo caso, la condena a Precht, tan extrañamente discriminatoria, confirma lo que se sospecha hace tiempo: el Papa no termina de entender que lo que está bajo objeción universal es el sacerdocio en la forma en que lo norma la Iglesia Católica, incluido (pero no limitado a) el celibato. La modalidad sacerdotal no es un dogma de fe y apenas se remonta al siglo XVI; el Concilio Vaticano II lo tuvo en su agenda de reformas, pero prefirió no profundizar en eso, ya tenía suficiente con el resto. Ahora el Papa modifica sus sínodos, cita a reuniones de obispos, convoca a las conferencias episcopales. Nada que importe de verdad.

El Papa Francisco ha mostrado, en el caso chileno, que su onda es corta y mal informada. Es cierto que administra un territorio azotado por un huracán, pero su obstinación en no escuchar se ha ido convirtiendo en un sello de su papado. No será el único Papa que no entiende las minucias de una insignificancia como Chile, pero es el primero que no las escucha. Ahora sentencia a la muerte vocacional a quien fue uno de los hijos dilectos de su Iglesia, mientras cierra los ojos ante otros. Al Papa le fue mal en Chile no por Precht, sino por los otros. A esos otros les debe la pérdida de toda autoridad en este país.

Habrá que saber entonces, sin mirar al Vaticano, cómo se las arregla Chile con Precht, con esa envenenada cuenta de vidas que salvó y vidas que arruinó.

También eso, tal vez, estaba previsto.

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