Mi nombre es Lucy: la historia de la hija de Stephen Hawking
Es la única mujer de los tres hijos del famoso físico británico que murió esta semana, a los 76 años. Cuando era una niña, la enfermedad de su padre lo empezó a dejar sin habla y ella se volvió su traductora. Las presiones paternas para que siguiera una carrera científica y el segundo matrimonio del investigador terminarían por alejarlos durante años, hasta que la narración conjunta de una aventura infantil los volvió a reunir.
A la pequeña Lucy le encantaba caminar tras la silla de ruedas de su padre cuando ambos iban a comprar helados a la camioneta que se instalaba al final de Little Street Mary's Lane, la calle donde vivían en Cambridge. La niña se daba cuenta de las miradas de la gente y aunque sabía que Stephen Hawking no era igual a los papás de sus amigos, la reacción de los vecinos no le agradaba para nada. "Odiaba que se quedaran observándonos fijamente. Yo solía clavarles la mirada de vuelta para que supieran qué se sentía", recordó la hija del famoso físico británico, quien falleció esta semana, a los 76 años, en una entrevista publicada hace unos años por Evening Standard.
La mujer, que hoy tiene 47 años, es la segunda de tres hijos que el investigador tuvo con su primera esposa, Jane Wilde: el mayor se llama Robert, la segunda es Lucy y el menor es Timothy. Cuando la niña nació, Hawking ya llevaba dos años usando silla de ruedas y él mismo eligió con pinzas el nombre para su hija. Durante años ella tuvo que aclarar que no tenía nada que ver con la canción Lucy in the sky with diamonds, de los Beatles, sino que con un homenaje que el científico quiso realizar a las estrellas que tanto le fascinaban: Lucy deriva de un nombre romano que literalmente significa "luz".
Ella tuvo que aprender desde niña a lidiar con su particular padre, lo que terminaría generando quiebres, reencuentros, momentos críticos y una alianza tardía que la convirtió en la persona más cercana a Hawking durante sus últimos años. Uno de los episodios que Lucy más recuerda de su infancia es una clase de arte en la que ella y sus compañeros debían dibujar a sus familias. Fue la única que hizo un retrato que tenía un cuadrado detrás de la cabeza. Era el reposacabezas de la silla que Hawking ocupó durante gran parte de su vida, luego de que a los 21 años le diagnosticaran esclerosis lateral amiotrófica (ELA), enfermedad degenerativa de la musculatura que supuestamente lo iba a matar en 24 meses, pero que le perdonó la vida durante más de cinco décadas.
"Su habla había empezado a desaparecer. La gente no podía entenderlo, pero yo sí; así que terminaba actuando como traductora. Solían hablar por sobre su cabeza y me preguntaban lentamente '¿Él-querrá-una-taza-de té?', a lo que yo respondía: 'No lo sé, pregúntele usted mismo'. Tenía nueve años y no sabía cuándo intervenir y ayudar", dijo Lucy a Evening Standard. Las dificultades de comunicación la obligaron a aprender cómo detectar algunas pistas no verbales: "Él tiene un tic facial muy establecido que significa 'sí' y otro que implica 'no'. Es bastante útil cuando quiere escabullirse", señaló en una entrevista publicada por la revista Grazia en 2015. Cinco años después, escuchó por primera vez la voz del científico generada por un sintetizador: "Dijo: 'Mi nombre es Stephen Hawking' y todos exclamaron: '¡Oh!, ¡Eres estadounidense!'. Cuando mi hermano Timothy tenía nueve o 10 años solía meterle mano a la máquina, por lo que de pronto mi padre decía cosas muy improbables que nos hacían reír a todos".
Hoy Lucy Hawking es una periodista, filántropa y autora de cuatro libros infantiles que escribió junto a su padre y que los reunió tras años de desavenencias. El protagonista es George, un niño que viaja por el Sistema Solar y cuya primera entrega de 2007 tuvo tanto éxito que fue traducida a 38 idiomas (en español se llama La clave secreta del universo y está disponible en Amazon.es). Durante una gira de promoción del penúltimo libro lanzado en 2014, algunos periodistas escoceses le preguntaron si estaría interesada en la ciencia si no fuera hija de Hawking.
"Es difícil responder eso, porque básicamente me están preguntando cómo sería yo si fuera alguien más. Siempre tengo claro que no soy una científica. Soy una narradora", dijo entonces. Lucy también contó que su padre leyó cada página de los libros que redactaron y le hizo un sinfín de comentarios, porque su personalidad siempre fue "muy testaruda". Fue esa obstinación la que provocó los primeros roces entre ambos, ya que ella empezó a dar indicios de que no le interesaba demasiado perpetuar el legado científico familiar.
El alejamiento
Una evaluación de aptitudes en el colegio mostró que a Lucy le podrían gustar las ciencias naturales. Stephen Hawking recibió el dato con alegría, pero en realidad ella quería dedicarse al teatro. En una entrevista con La Tercera, realizada en 2011 por el físico argentino José Edelstein, Lucy decía recordar nítidamente la frase de su padre: "Si no estudias ciencias, no estarás nunca donde las papas queman". Pero ella pensaba distinto. "¡Yo no quería estar donde las papas queman!, no parece un sitio confortable". Hawking se decepcionó, pero le exigió a su hija que si no estudiaba ciencias en Cambridge como su hermano Robert, hoy ingeniero en software, al menos debía seguir una carrera humanística en Oxford. Lucy abandonó sus aspiraciones dramatúrgicas y se fue a esa universidad a estudiar francés y ruso, para luego cursar Periodismo en Londres y trabajar para medios como The Times y New York Magazine.
El reencuentro se produjo años después, cuando Hawking se divorció de su segunda esposa, Elaine Mason, en 2006. Las relaciones entre ambas mujeres habían sido muy tensas e impidieron cualquier acercamiento, especialmente por las denuncias que tanto Lucy como otros cercanos presentaron por presuntos abusos físicos que Mason habría cometido contra su marido. Hawking se negó repetidamente a cooperar con las investigaciones, por lo que la policía abandonó el caso y la relación con Lucy se enfrió aún más.
La separación del científico y Elaine reactivó, una reconciliación que padre e hija necesitaban. El físico ya estaba totalmente mudo debido a una traqueotomía de emergencia y Lucy tenía sus propios motivos para requerir compañía: "Cuando a mi hijo William le diagnosticaron autismo, me di cuenta de que no podría dedicarme a un trabajo tan demandante como el periodismo en una redacción. Debía tener tiempo para atender sus necesidades y convertirme en una escritora free lance", dijo a La Tercera. Esa situación más la propia separación de Lucy la hicieron volver a Cambridge.
Escribir algo juntos resultó ser el proyecto ideal para reunirlos: "Tenía la idea de escribir la historia de un niño que vivía con sus padres ecologistas, con un cerdito como mascota. Hicimos la mayor parte del trabajo durante las cenas. A mi padre le encanta comer. Lo hace con abundante mantequilla y grasas, que él necesita…, ¡pero yo no!", dijo a La Tercera. El proceso de escritura la hizo subir de peso, pero no importaba: "Fue el momento más feliz con él". En 2011, Lucy recordó al diario Daily Mail una vez que le leyó a Hawking el borrador del primer libro durante una cena en Cambridge: "Se rió tanto, que incluso se cayó de la silla. Dos de sus cuidadores tuvieron que agarrarlo y volver a colocarlo en su lugar. Así supe que estaba enganchado con la idea, que había empezado a disfrutar el proyecto".
La sonrisa presente
Precisamente, Lucy señala que el sentido del humor y la capacidad de reírse incluso de sí mismo fueron vitales para que Hawking le ganara la batalla a su enfermedad durante tantos años. Un ejemplo fue cuando en 2015 se subió al escenario de los premios británicos Bafta para entregar uno de los galardones. En esa ocasión, Hawking estuvo acompañado por la actriz Felicity Jones, quien interpretó a Jane Wilde en la película biográfica La teoría del todo, y al presentar el premio el científico bromeó que era "mucho más apuesto" que el maestro de ceremonias Stephen Fry: "La gente a veces olvida que las personas con discapacidad tienen personalidades. Me gusta cuando el sentido del humor de papá sale a flote. Cuando piensas en lo que él enfrenta día a día en términos de supervivencia, su sentido del humor probablemente es lo que lo mantiene vivo", aseguró Lucy a la revista Grazia.
En ese mismo medio, la autora contó que cuando Hawking no estaba rodeado de público, él solía quedarse en su casa de Cambridge viendo comedias o cenando con amigos. Otro de sus pasatiempos era armar y lanzar fuegos artificiales. "Es una obsesión que estoy tratando de controlar antes de que alguien lo denuncie a la policía", agregó Lucy. En el diálogo con el físico José Edelstein, Lucy recordó el lanzamiento de Una breve historia del tiempo en 1988, el libro que cimentó la fama mundial de Stephen Hawking y que resumió a la perfección los lazos que ambos tuvieron.
"Mi padre siempre dice que lo escribió para pagar mis estudios. ¡No le creas! Quería comunicar sus conocimientos de física, sin intermediarios, a la sociedad. Sus charlas en la universidad siempre fueron muy populares. Usaba un lenguaje inusualmente coloquial, ilustraciones (¡muchas hechas por mí!) y referencias al arte pop. Recuerdo un viaje que hizo a Leningrado en 1987, donde dio una conferencia con traducción simultánea. La traductora sufría horrores para adaptarse a una jerga que no le parecía aceptable. Cuando escuchó a mi padre decir que 'el universo es tan sólo un asunto de plomería', se rehusó a continuar y se marchó a su casa".
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.