Cavernas y diversidades




Si las palabras de Mario Vargas Llosa sobre la derecha cavernaria dolieron tanto en un espectro del sector no es porque se limitaran a una simple observación. Dolieron porque envolvieron una acusación y, desde luego, las acusaciones de los amigos duelen bastante más que las de los adversarios. El premio Nobel es una figura que la derecha chilena, con razón, no solo respeta transversalmente, sino también admira.

Es difícil creer que Vargas Llosa haya sido traicionado por las palabras. Eso no tiene asidero: cualquiera, menos él, que tiene un manejo incomparable del idioma. Incluso, es probable que muchos derechistas estarían dispuestos a suscribir su descalificación, que es fuerte, pero no por el aborto, sino por otros temas. En la interrupción del embarazo se juegan principios, convicciones y al final cuestiones de fe que por mucho que alguien pueda juzgar como supercherías constituyen datos objetivos que ninguna coalición política puede ningunear o pasar por alto.

Qué duda cabe que le ha costado a la derecha adaptarse al país moderno, diversificado, empoderado y plural que ella misma contribuyó a forjar. Y se le ha hecho complicado porque, al menos en sus dirigencias políticas, el sector sigue siendo bastante más monolítico y ortodoxo de lo que lo es su propia base política y social.

La polémica que tuvo lugar recientemente a raíz de una observación de Harald Beyer respecto de esa asimetría, y que derivó a un tema completamente distinto, puesto que terminó discutiéndose si los políticos debían acatar u oponerse al dictado de las encuestas, tiene desde luego mucho que ver con la estrechez de la paleta de colores y sensibilidades políticas que el sector sigue manejando y -más importante que eso- sigue en el fondo imponiendo como prueba de adscripción y lealtad.

Se dirá que en relación a la de los años 90 la derecha de hoy es mucho más diversa que entonces. Y es cierto. Por esa época la cercanía al régimen militar planteaba, incluso internamente en los partidos del sector, fundadas dudas acerca de la vocación democrática de muchos de sus dirigentes. Súmese a eso que la derecha cargaba con una moral y un historial de política fáctica de los que no le fácil sacudirse. El proceso -lo saben perfectamente quienes lo vivieron- fue lento, y si avanzó en la dirección correcta fue tanto porque un puñado de dirigentes se propuso instalar nuevos estándares de prácticas políticas en el sector como porque al conglomerado no le cupo otra opción que abrirse, que modernizarse, que transparentarse, en función de las dinámicas que tuvo la transición, en particular después de que el gobierno del Presidente Lagos comenzara a despeinar culturalmente un poco al país.

No solo en esos sentidos la experiencia de gobierno de la derecha con Sebastián Piñera fue importante. Los partidos de la entonces Coalición por el Cambio pueden haber sentido que no tenían ningún test democrático que rendir, pero no hay duda que la gestión del primer gobierno de derecha tras la recuperación democrática terminó disipando las reservas que, al menos en una parte de la población, la derecha inspiraba en función de su complicidad con la dictadura. Al hablar de los cómplices pasivos, Piñera rompió con ese pasado y despejó dudas que todavía persistían. Fue una declaración que hasta hoy mucha gente no le perdona y que, por supuesto, dividió las aguas. Pero alguien en algún momento tenía que hacerla.

Era necesario descomprimir y liberar. Lo importante es que, a partir de ahí, comenzó a hacerse no solo cada vez más vano, sino también más patético, el sentimiento de superioridad moral que la centroizquierda había seguido arrogándose en la escena pública como dueña exclusiva y excluyente de la moral y de las virtudes democráticas.

La falta de diversidad, sin embargo, reapareció en la votación parlamentaria de Chile Vamos con ocasión de la ley de aborto. Fueron muy pocos los votos disidentes. Está bien. El sector votó por principios y convicciones atendibles, que no tienen nada que ver ni con las cavernas ni con la barbarie. Acéptese, por último, que este sea el común denominador del conglomerado. Aun así, es extraño que no lo sea también (por buenas o por malas razones, para este efecto da lo mismo) dentro del mundo ciudadano que se identifica con la derecha y que no por tener en estas materias posiciones distintas o más matizadas deba sentirse ajeno al sector. Hasta por razones de sentido común las coaliciones políticas no debieran excluir por anticipado a nadie.

Es posible, muy posible, que queden todavía varios capítulos por escribirse en el proceso de madurez y consolidación de la derecha. El apartado, por ejemplo, de la derecha liberal sigue estando aún muy inconcluso. Hay en el sector una tradición, una matriz histórica, que no ha sido hasta ahora debidamente reivindicada. Algo se quiso hacer a este respecto en los 90, sobre todo en Renovación Nacional, pero el esfuerzo no terminó bien, porque se cruzaron otras derivadas, no precisamente por culpa de la fatalidad o del destino. Evópoli está intentando en la actualidad avanzar de manera más sistemática en esa dirección, en especial en sectores juveniles e ilustrados. En cualquier caso, deberían articularse o surgir más sensibilidades y grupos ciudadanos para diversificar al conglomerado, particularmente en momentos en que las circunstancias lo han vuelto a colocar a las puertas del gobierno. Y todavía más cuando las expectativas son proyectar al sector más allá de un mandato. Para eso no solo se necesita hacerlo muy bien. Se necesita más densidad.

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