Confianza esquiva




La retórica dominante acerca de las reformas políticas postula que permitirán cerrar la brecha de confianza entre la ciudadanía y la política. Sin embargo, estudios recientes muestran que, lejos de cerrarse, se acentúa. Un indicador es el fantasma de la abstención, que se anticipa en ascenso. Ni siquiera el proceso constituyente-la apuesta por una relegitimación de mayor calado-ha logrado revertir la tendencia. Voces de expertos señalan que hay que esperar a que las reformas decanten. Pero, más que eso, contrastan con dinámicas que reman en sentido contrario. En primer lugar se promete, tal como se hizo con la elección directa de los Cores durante el gobierno anterior, que las regiones experimentarán un giro copernicano si se aprueba la elección directa del intendente. Con el nombre de futuro gobernador regional, tendrá que coexistir con un delegado nombrado desde Santiago. Sin financiamiento y sin transferencia efectiva de competencias ¿no se estará fraguando una especie de imbunche? El Servel es episodio aparte. Dotado en fecha reciente de  autonomía constitucional, no cuenta con recursos equiparables a la carga. Sometido a presión por la seguidilla de elecciones que vienen, su presidente se ha anticipado a rebajar las expectativas, limitando su rol fiscalizador en los comicios municipales a una suerte de "marcha blanca". Llegados aquí, parece inevitable no recordar aquella alusión a Chile como "el país de las cosas a medias" al que se refería Coco Legrand en una de sus rutinas. En segundo lugar, se nos dice que hemos avanzado más que otros  en una agenda de probidad pero, a la hora de hacer cumplir sus leyes, los organismos responsables muestran un desempeño desbalanceado. Hasta el más distraído lo nota en la prosecución de los delitos asociados al financiamiento ilegal de las campañas políticas. Algo distante a lo que nos vino a decir  Francis Fukuyama el año pasado: "Que la misma ley valga para todos es fundamental para la confianza". En tercer lugar cabe preguntarse qué efecto tendrá, en la búsqueda de credibilidad institucional, algo que ya se sospecha: la reelección de autoridades con asuntos penales pendientes. Por último, surgen otras preguntas que desatienden la visión convencional: ¿Por qué pedirles a las reformas políticas algo que no son las únicas llamadas a dar?, ¿no debieran ser pensadas en otro registro?, ¿podemos poner por delante, e incluso disociar, la confianza en la política sin atender a una confianza interpersonal de apenas 13% que nos tiene pasando buena parte de nuestras vidas en las notarías? Vistas así las cosas, las fuentes de generación de una confianza considerada indispensable para que el país avance pudieran estar en ámbitos más heterodoxos: desde la economía social hasta en las tareas de mediación comunitaria, laboral y escolar. Algo parece clave: capacidad de procesar disensos y más incentivos para la cooperación. Las tareas de elaboración programática que anticipa la carrera presidencial corren el riesgo, junto con colgarse del tema de moda, de  desatender que la confianza no es algo puntual ni de consecución lineal sino un fenómeno complejo, dialéctico y sistémico.

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