Cuatro aportes a la agenda electoral
Hace poco, un amigo europeo me preguntó sobre los temas estratégicos y de futuro que estarán en la agenda electoral de Chile (compartimos esa clase de inquietudes: los asuntos globales, las fuerzas disruptivas que están transformando el mundo y las grandes tendencias geopolíticas, demográficas y tecnológicas). Le respondí lo que francamente creo: no habrá nada de esto en la discusión. El debate público en nuestro país está falto de riqueza y visión. La irrelevancia y el cortoplacismo son pauta editorial. Y las pequeñeces políticas, la descalificación, la tozudez ideológica y la superficialidad bloquean lo importante: la visión estratégica, la proyección de Chile y la comprensión de los cambios en marcha.
Para tener una idea de lo peligrosos que son este atraso y distracción intelectuales, basta con mirar los reportes prestigiosos de tendencias y actualidad (por ejemplo, los del Foro Económico Mundial o los de McKinsey). O los análisis y proyecciones de autores especializados como Alec Ross (The Industries of the Future), Dobbs, Manyika y Woetzel (No Ordinary Disruption) o Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee (The Second Age Machine). Todo se resume en que vivimos la transformación más profunda y vertiginosa de la humanidad desde la revolución industrial, con un impacto esperado nunca antes visto. Será en todos los aspectos y ámbitos de la vida. Las sociedades que no están preparándose para las oportunidades y riesgos —lo que se prevé y lo que aún no—, con políticas públicas y programas de gobierno a la altura, lo van a lamentar con mucho dolor.
Por esto, este año electoral hay al menos cuatro contribuciones importantes que podrían hacer los intelectuales, los líderes de opinión, los periodistas y las organizaciones de la sociedad civil competentes en estas cuestiones, como los centros de estudios. Esto sin esperar por los políticos o los candidatos, sino más bien como aporte independiente y proactivo.
La primera contribución es terminar con la «batalla de los modelos», la obsesión número uno. No podemos caer en algo tan básico como decidir entre «el modelo de los Chicago Boys», a la derecha, y el «otro modelo» a la izquierda, con alguna una variante radical. Exponer las cosas así es limitado, inmaduro y dañino. Es un planteamiento más ideológico que basado en la evidencia, por lo que conspira contra el análisis y la acción responsables. La mejor forma de tratar esto es poniendo en discusión la estrategia, no «el modelo». Una aproximación estratégica auténtica es necesariamente sensata, apegada a la realidad y orientada a la viabilidad. Considera el largo plazo. Llama a la razón y a la inteligencia. No puede, jamás, centrarse en modelos intocables e ideológicamente sellados. De hecho, la buena estrategia es flexible y ajustable. Y exige diagnóstico, escenarios posibles, acciones y resultados. De su funcionamiento surgen mejoras y se desecha lo que no funciona. La estrategia es alérgica a los populistas, a los sueños delirantes y a las apelaciones dogmáticas. Donde rige, estorban los charlatanes.
Lo segundo es actualizar el debate público y «darle mundo». Ignoro en qué están los expertos en privado, pero si juzgo por lo disponible en medios, nos encontramos botados en el siglo XX. Un ejemplo: es insólito hablar de políticas laborales y de educación como si los desafíos actuales se redujeran a la huelga y al lucro, sin una mínima referencia a cómo están cambiando radicalmente las formas en que trabajamos y nos formamos. Hoy, por los cambios disruptivos en la demografía, la tecnología y la globalización, se está repensando todo, desde cómo afrontar la robótica y la inteligencia artificial, con el impacto social que se espera, hasta qué competencias y conocimientos debe desarrollar y fomentar la educación del siglo XXI. Y esto no es para mañana. Es «para ayer». Un agravante es lo poco y nada que se comparte con la opinión pública lo que pasa afuera, la escasa cultura de actualidad y la manía de desconectar a Chile de las tendencias globales, como si estuvieran en otra galaxia.
Un tercer aporte es no distraer la atención en nimiedades (las pequeñeces políticas, el titular sensacionalista del día, la cotidianidad, el chisme). Enfrascarnos en eso nos conduce a lo irrelevante y a perder de vista el panorama. Hoy, los temas importantes son la estrategia de desarrollo y cómo repensamos a Chile, con sus instituciones políticas y económicas. Cómo transitamos con éxito esta era de transformaciones. La calidad de nuestra democracia y el auge del populismo. La posición estratégica de nuestro país en la región y en el mundo. No tenemos tiempo para otra cosa.
La cuarta y última contribución es crucial: hacer de la decencia y la civilidad ley y práctica en nuestra política. La amistad cívica y el respeto están en crisis. La odiosidad y la inmadurez se han tomado el territorio, con las consecuencias que esto tiene para comunicarse, llegar a acuerdos y encontrar soluciones útiles. De hecho, la idea de «acuerdo» suena a «pacto con el enemigo», así que mientras más divididas estén las tribus en guerra, tanto mejor. Los intelectuales, líderes de opinión, periodistas y organizaciones de la sociedad civil tienen un potencial de beneficio gigante, pues pueden ayudar a poner cordura a un debate público contaminado por el insulto, la antipatía y la indisposición para trabajar conjuntamente por el país.
En conclusión, estamos en el momento para reorientar las cosas o quedarnos rezagados, mediocres. Si hemos de ayudar en este año electoral, que no será como cualquier otro, no comienza por tomar partido automáticamente y «dar la pelea», sino, primero, por mejorar el clima y la calidad del debate, contribuyendo generosamente y demandando visión y responsabilidad a los políticos. El norte es uno: un Chile mucho mejor y preparado para el presente y el futuro.
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