Democracia a la carta




LA DESORIENTACIÓN en la que se encuentra la izquierda democrática no termina de tocar fondo. La velocidad con que se decretó un futuro post neoliberal, luego de la crisis financiera del 2008, se ha visto superada por el avance de los populismos en las democracias occidentales. Encuentra por estos días a su expresión socialdemócrata, luego del batacazo experimentado en las recientes elecciones holandesas, poniendo sus fichas en Martin Schultz. Se espera de él que pueda poner fin a la era Merkel. Sin embargo, en las recientes elecciones en el Sarre, el partido de la canciller resistió bien los embates. Más duro es el periodista John Carlin. Para él, si hubiera sido otro quien estuviera al frente del laborismo y no Corbyn, la salida del Brexit se habría evitado.

Pero su crisis de identidad ideológico-política, atribuida un tanto simplistamente a su inclinación por políticas de corte socioliberal, se acompaña de cierta confusión -a veces utilitaria- acerca de los desafíos que enfrenta la democracia. El término, como diría Bernard Crick, es el más promiscuo en el mundo de los asuntos públicos. ¿Será eso mismo lo que impidió anticipar los niveles en los que se vería prostituida? Cosa de ver Venezuela.

Un ejemplo lo entrega el Partido Socialista Español (PSOE) que, no sin dificultades, se mantiene como el principal partido de oposición. Sus primarias, con perspectivas ásperas, serán a tres bandas. Pedro Sánchez, su anterior secretario general, primero elegido vía primarias y artífice de sus peores resultados históricos, en 2016, podría terminar arrojándolo en brazos de un Podemos, hábil no sólo en la pirotecnia verbal sino también en el arte de eclipsar a sus socios. ¿Alguien escucha hablar hoy de Izquierda Unida?

Defenestrado en el último comité federal, las consignas encauzan su revancha: "Militancia o aparato" y "elegir entre un PSOE del siglo XX o siglo XXI". Partió tempranamente su campaña recolectando financiamiento a través de un crownfunding. Debió cerrarlo, obligado por los órganos centrales, para plegarse a una norma de partidos que se ve superada por la irrupción de plataformas bajo demanda. Los militantes pueden expresar sus preferencias mediante votos, pero no pueden hacerlo con sus euros.

El Partido Socialista, su homónimo en Chile, acaba de suspender la realización de la consulta ciudadana que se había impuesto para elegir su candidato en las primarias legales. Cumplir las exigencias de refichaje transmitía la impresión de tener musculatura para hacerla. Que la potestad de decisión se transfiera al comité central, parte de su institucionalidad, no es de antemano reprochable. Pero sí el uso meramente táctico del mecanismo, mientras las encuestas son miradas de reojo. Además, lo sorprendente no es que el partido de la Presidenta replique su misma incapacidad para impulsar liderazgos alternativos sino que sea el que más apele, de manera recurrente, a la participación ciudadana como una de las formas de enfrentar la crisis de la propia democracia.

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