¿Derecha?




La derecha chilena posee diversas vertientes doctrinarias: la conservadora, la liberal, la nacionalista y la socialcristiana. Ellas le aportan riqueza y diversidad. En todo caso, claramente no es monolítica pues en su interior conviven, no siempre armoniosamente, las distintas corrientes que la componen. Durante las últimas décadas parece haber primado dentro de ella una línea mayoritaria donde se mezclaban el liberalismo en lo económico social con un cierto conservadurismo en lo moral, combinación por cierto no exenta de fisuras teórico conceptuales merecedoras en sí mismas de una columna aparte. Con todo, ser de derecha no significaba tan solo una adscripción a la libre iniciativa económica particular, a la confianza en el funcionamiento del mercado como principal mecanismo de asignación de recursos materiales y, asociado a lo anterior como su fundamento, a la defensa del derecho de propiedad privada. Implicaba sobretodo la valoración de la vida, del matrimonio y la familia, de la libertad, del orden social, del trabajo esforzado, el amor a la patria, entre otros rasgos esenciales.

Todos estos aspectos llegaron a constituir con el transcurso del tiempo el núcleo del acervo que identificaba al pensamiento y la actitud vital de la derecha, que le daban sentido y conferían una fisonomía peculiar. Más todavía, su alma se hallaba firmemente arraigada a los mismos, en especial a los últimos.

Recientemente, sin embargo, ciertas élites minoritarias en su interior han insistido en que ésta debe abrirse a aceptar y hacer suyas las propuestas de cambios en materias denominadas "valóricas" (aborto, "matrimonio igualitario", adopción homoparental). Las razones que esgrimen para estos efectos se enfocan básicamente en la necesidad de adaptarse a los tiempos e, íntimamente conectado, a ampliar la base electoral para el sector.

Las encuestas serían al respecto un oráculo a consultar y el ejemplo dado por países llamados desarrollados el ejemplo a imitar. La expansión hacia un centro político con estas características posibilitaría conformar una centroderecha moderna y con vocación de mayoría. Esta propuesta pudiese parecer tentadora para algunos, más todavía en un año de elecciones tan decisivas como parecen ser las de noviembre próximo. No obstante, abrazarla puede resultar desastroso en una visión de largo plazo. ¿Qué será de la derecha si reniega de parte de su espíritu y de sus principios esenciales?, ¿es el eventual creciente anhelo social por la autonomía individual un bien tan estimable como para transar los antes mencionados?, ¿qué diferenciará realmente a la derecha si traiciona su alma?, ¿se convertirá nada más que en un sector de opinión que velará por formas de conducir la economía macro y las políticas públicas?, ¿todo lo demás no le debería importar puesto que únicamente tendría que ver con la privacidad de las conciencias individuales y la independencia de sus correspondientes voluntades?

Una derecha tan descafeinada corre el riego de desvanecerse y perder gravitación política real. Llegar a ser a lo más una versión todavía más economicista y tecnocrática que la actual, perdiendo su impronta existencial más profunda. Y sin más norte que la buena vida, olvidar su aspiración a una vida buena.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.