La vía venezolana a la servidumbre
Frente a la crisis en Venezuela, varios en Chile han guardado silencio e inclusive han dejado de aludir al socialismo del siglo XXI y los clichés de la Patria Grande o la revolución bolivariana. Salvo algunos que quizás tienen más que simples filiaciones ideológicas con la casta chavista, los socialistas chilenos ―de todos los partidos― evitan aludir al ideario político que mueve a Maduro, Diosdado y todos sus seguidores. ¿Cuál es ese ideario? El mismo que durante el siglo XX llevó a algunos países a caer en la miseria, la dictadura y el totalitarismo, bajo la misma promesa engañosa de dar un salto desde la precaria libertad capitalista a la plena libertad de abundancia e igualdad material socialista.
En Camino de Servidumbre, Friedrich Hayek decía que la gente había olvidado las advertencias de los viejos pensadores liberales con respecto al socialismo y sus efectos, pero creo que también olvidaron las que hicieron los propios pensadores anarquistas al respecto. Como lo hacía Benjamin Tucker en 1886: «independientemente de lo que los socialistas de Estado puedan reclamar o negar, su sistema, si se adopta, está condenado, más tarde o más temprano, a terminar en una religión del Estado, a cuya manutención todos deberán contribuir y ante cuyo altar todos deberán postrarse». Bakunin por otro lado decía: «El Estado pseudopopular, inventado por el señor Marx, no representa, en su esencia, nada más que el gobierno de las masas de arriba a abajo por intermedio de la minoría intelectual, es decir de la más privilegiada, de quien se pretende que comprende y percibe mejor los intereses reales del pueblo que el pueblo mismo».
¿No es eso acaso lo que ocurre hoy en Venezuela? Sí, eso es lo que ha ocurrido. Y eso tiene una explicación clara: el afán socialista de tener un control férreo sobre la vida económica, siempre se torna incompatible con el pluralismo político y social, que es el fundamento de la democracia. Así, el creciente control del gobierno sobre las decisiones económicas, que promueven los socialistas ultras y moderados, inevitablemente da paso a las tendencias autoritarias y antidemocráticas de los gobernantes. Y eso, tiene siempre resultados nefastos para los pueblos. Como advertía el historiador anarquista Rudolf Rocker: «También una sociedad sin propiedad privada puede esclavizar a un pueblo. La dictadura puede suprimir una vieja clase, pero siempre se verá obligada a acudir a una casta gobernante formada por sus propios partidarios, otorgándoles privilegios que el pueblo no posee». Ahí están los casos de varios miembros de las élites chavistas, grabados disfrutando de sus compras en Miami, Australia y otros países capitalistas, mientras el pueblo venezolano debe asumir las miserias y carencias de la economía socialista.
El socialismo en ese sentido, siempre ha hecho la misma promesa con los mismos nefastos resultados. Promete acabar con los privilegios, las desigualdades y los monopolios, pero termina creando, como advertía Benjamin Tucker, un vasto monopolio controlado por el Estado y una nueva clase privilegiada como relataba Milovan Djilas. Entonces, la paulatina supresión de la libertad económica bajo la excusa de generar igualdad, da paso a la paulatina supresión de la libertad política bajo la excusa de defender la democracia. Eso, inevitablemente dará paso a la creciente arbitrariedad de los gobernantes socialistas y peor aún a la miseria generalizada de los ciudadanos. Eso ha ocurrido en Venezuela.
No se equivocó Benjamin Tucker al advertir que, en cuanto al socialismo: «La sociedad no estará fundada sobre la garantía del disfrute igualitario de la mayor libertad posible. Tal libertad, en caso de existir, sería muy difícil de ejercer y podría ser suprimida en cualquier momento». Ahí están las frecuentes leyes habilitantes de Chávez y Maduro para gobernar por decreto. Así, bajo el socialismo, la libertad de elección del ciudadano queda sometida constantemente al capricho de la autoridad (en el caso de Venezuela al capricho de los militares), que pervierten la ley para justificar sus arbitrariedades y preservarse en el poder. Bajo este escenario, tal como advierte Hayek: «habrá especiales oportunidades para los brutales y faltos de escrúpulos». Entonces, y aunque Venezuela tenga una constitución con casi 350 artículos, la igualdad ante la ley y los derechos humanos terminan siendo letra muerta frente al extravagancia de las autoridades, incluidas las de más bajo rango como policías que roban, asaltan y permiten que los colectivos chavistas actúen con total impunidad.
La vía venezolana a la servidumbre tiene un origen claro y preciso: la dinámica colectivista impulsada por Hugo Chávez en nombre del socialismo. El mismo que varios en Chile promueven, ahora de manera hipócrita debido al desastre venezolano. Como advertía Hayek: «Cuando llegue a ser dominada por un credo colectivista, la democracia se destruirá a sí misma inevitablemente». No es extraño que actualmente sea un hombre masa, que se dice demócrata sin serlo, el que gobierne Venezuela. La turba está en la cúspide del gobierno venezolano y actúa como tal. No actúan con justicia en ningún sentido sino que ejercen su burda dominación. Por eso predomina, no solo la más tosca demagogia sino que la oclocracia, el caudillaje de la muchedumbre, personificada en los colectivos armados que actúan con el beneplácito de los esbirros gubernamentales. Finalmente, en Venezuela se ha instaurado el síndrome de Hybris, la enfermedad del poder. Por eso Maduro les pide a las vacas aumentar la producción de leche.
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