Más y más Estado




Según cifras del INE, aparecidas en la prensa, cerca de un millón de chilenos (961.060) trabajaría para el Estado. El dato ha sido traído a colación en el contexto de un aumento en un 83% del empleo fiscal correspondiente al trimestre abril-junio 2017; cuatro de cinco empleos habiendo sido creados en el ámbito público en dicho lapso, sus remuneraciones aumentando en un 9,7% los últimos 12 meses.

Ello, a su vez, en un momento especialmente delicado, con un desempeño económico deficiente (el desempleo, un 7%), y encontrándonos en plena coyuntura eleccionaria además. Cualquier aumento en gasto de esta índole, por tanto, es motivo de justa suspicacia.

Más aún, si la tendencia al crecimiento del empleo estatal hace rato que manifiesta alzas. Son cada vez más los empleados a contrata u honorarios, habiéndose duplicado este universo entre 1996 y 2008, triplicado incluso entre 2004 y 2013. En paralelo, eso sí, a una planta administrativa sin grandes variaciones, pequeña si se la compara con la de otros países (e.g. vecinos), de ahí el despiste. ¿Acaso la cifra extraordinaria aquella, a que hemos llegado, miente? ¿Ese casi millón de chilenos dependientes del aparato estatal, en distintos grados, niveles de remuneración y permanencia asegurada, aunque asalariados todos, califíqueseles como sea? En La Moneda algunos asesores ganando más que el promedio de sus pares en la Casa Blanca. ¿Y sin cundir el clientelismo político?

Aproximadamente 1 de cada 8 trabajadores (12,5%) supeditados a tamaña máquina de poder hinchada, da como para hacerse preguntas incómodas.

Con todo, el fenómeno podría seguir pasando desapercibido, negándoselo. Las estadísticas son, desde luego, abstractas, difíciles de entender (fáciles también de camuflar). En ciertas comunidades algún ente estatal puede que sea la principal fuente de trabajo (lo era la U. de Talca en su ciudad en los años 90), por tanto, ¿quién ahí habría de atreverse a morder la mano que le alimenta? Si podría estar produciéndose, incluso, lo que afirma Anthony de Jasay - que "las personas llegan a creer que porque tienen Estados, los necesitan"-, les parecen instrumentos neutros. Acostumbrados a una existencia pintada como benévola y pródiga, ¿importará que sea un monstruo, un Leviatán? ¿No es el Estado de todos los chilenos? "Ogro filantrópico" llamó Octavio Paz a este fenómeno no desprovisto de lógica y razonamiento, Hobbes otro tanto antes, clave la complicidad pasiva de quienes han de beneficiarse de él.

También el enredo intencional, como cuando se proclaman eslóganes a todas luces absurdos. "Defendamos una Universidad del Estado y no del gobierno de turno" reza el lienzo en el frontis de la Escuela de Derecho de la UCh. ¡Pero vamos! ¿Es que allí adentro ignoran que quienes manejan el gobierno se apoderan del Estado?

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