Partidos sin militantes ¿se acabó el actual modelo de partidos?
Estamos en medio de una crisis de autorización democrática. Esta se expresa de diversas formas, extensas de enumerar acá. La que nos convoca es la que cuestiona la forma tradicional de intermediación de intereses de los ciudadanos a través de los partidos políticos. Sin embargo, no podemos hablar del modelo de partidos que se ha agotado y, en qué medida podemos seguir necesitando de ellos, sin conectarlo con un proceso mayor que se caracteriza por la retirada y distanciamiento ciudadano de la política. Estos son ─qué duda cabe─ síntomas de una creciente indiferencia hacia la política convencional que remite a lo que algunos asocian con un proceso mayor de "desacralización de la política" en Chile. Desde este modo, cuando lo ciudadanos abandonan la política nacional es inevitable que debiliten también a los principales actores que sobrevienen a esta: los partidos.
El actual modelo de partidos políticos se ha acabado no solo por la indiferencia de los ciudadanos. También, y esto resulta paradojal, de la propia clase política. Militar en un partido político y, peor aún, formar parte de lo que despectivamente se llama el establishment político, es hoy por hoy un anatema. Hoy casi todos buscan ser o mostrarse como "independientes" en el sentido de la no pertenencia a partidos. De esta manera, la retirada y distanciamiento de los ciudadanos y la llamada clase política serían mutuos, lo que se manifiesta en el vaciamiento del espacio en el que interactuaban los ciudadanos y sus representantes.
La democracia de partidos, que normalmente ofrecía un punto de conexión y un ámbito de participación para los ciudadanos y sus líderes políticos, se ha debilitado. Este proceso se expresa en la retirada ciudadana de la participación activa y el desinterés por la vida política convencional. Hasta hace algunos años, militar en un partido político (asistiendo a reuniones, trabajando para un partido o candidatos, convenciendo a otros de que voten en un sentido determinando o incluso contribuyendo con aportes a las campañas) o votando en los procesos electorales eran las formas convencionales de participación. Hoy, la gente no quiere participar de esa manera tradicional. Lo está haciendo, probablemente, a través de otros formatos (territorio digital) y de manera intermitente.
Pero el distanciamiento del que hablemos aquí también se ha dado en el otro extremo: en la clase política. Este se ha expresado en la retirada de los líderes políticos a las institucionales estatales ─el gobierno─ o de otro tipo. Este proceso mutuo de distanciamiento y vaciamiento del espacio en que interactuaban los ciudadanos y sus representantes ha facilitado, entre otros, la emergencia de los neopopulismos y la instalación de formas despolitizadas ─o tecnócratas─ de toma de decisiones públicas.
¿Estamos ante el final de los partidos políticos? De entrada debemos afirmar que no. Lo que se agotó es el control monopolístico del espacio público por parte de los partidos políticos, pero en absoluto la necesidad de contar con instancias de mediación en las que se construye la voluntad política y el antagonismo que sirve de base para las decisiones públicas.
Lo que ocurre es que, mientras los partidos sigan apostando por el actual estilo anestesiado de hacer política, mientras permitan una vida interna empobrecida y, sobre todo, mientras la política siga desenfocada de los problemas de la gente, la crisis de autorización democrática ─esto es, en definitiva, de quien hace la política─ será cada vez más difícil revertir.
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