Ser de izquierda
Solo alguien muy despistado podría pasar por alto la frase que se destaca en muchas de las apariciones públicas de Pedro Sánchez, el nuevo secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Con "Somos la izquierda" se aspira a transmitir, no solo que es la alternativa al Partido Popular (PP), sino que es la única formación política que puede reivindicar dicha condición frente a un Podemos que le arrebató un millón y medio de votos en las últimas elecciones generales. No es casual, entonces, que dicha competencia tenga a distintos analistas preguntándose en qué consiste ser de izquierda en España.
La pregunta cobra más sentido frente a una socialdemocracia europea que sigue a la deriva. Los más optimistas se abrazan al salvavidas que ofrece el caso portugués. En dicho país, las fuerzas de izquierda han logrado combinar el respeto a la ortodoxia que exige Bruselas con la aprobación de medidas puntuales para apartarse de la austeridad. Pistas para salir del marasmo a mediano y largo plazo las entrega la destacada economista Mariana Mazzucato, directora del Instituto para la Innovación y la Utilidad Públicas de Londres. Sin titubeos, ha afirmado que "si la izquierda no encuentra un relato, tiene un problema". Reivindica el papel del Estado, enfatiza la necesidad de repensar el capitalismo, reorientándolo y afirma que cualquier crecimiento sano debe contemplar inversión en innovación.
La Presidenta Michelle Bachelet, atenta a estos debates, aludió en una reciente entrevista a los problemas de los liderazgos progresistas en distintas partes del mundo. Señaló, además, que "la centroizquierda no ha logrado generar respuestas en el mundo actual". Leyéndola, cabe preguntarse si tan genérica frase incluye a su propio gobierno, con menos de 30% de aprobación.
Por otro lado, las situaciones que vive el sector son diferenciadas. En el caso europeo, sus problemas se encuentran en las respuestas a la crisis del 2008, el malestar con la migración y el multiculturalismo y la ruptura de su modelo de relación con la sociedad, con la pérdida de protagonismo de los sindicatos, entre otros.
En América Latina, el declive de una izquierda donde Uruguay es hoy una isla, se explica, en buena medida, por la corrupción. Sin embargo, tampoco hay que ignorar la desilusión frente a su ubicuo compromiso con la defensa de los derechos humanos. El caso de Venezuela ha sido su test más amargo.
A la centroizquierda chilena le pasa lo que al PSOE: se ve desafiada por la izquierda más radical que representa el Frente Amplio. Consumida por aritméticas electorales y lejana a la reflexión, los que osan hacer preguntas acerca de su capacidad para hacer diagnósticos, la efectividad de sus reformas o, peor aún, sobre su identidad, son acallados con aquello de que "le hacen el juego a la derecha".
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