Académico Facultad de Comunicaciones UC. Director TrenDigital UC.
Digamos las cosas como son: en casi todos los colegios en que realizo actividades, la dirección se queja de los apoderados por enviar a sus hijos con teléfono desde los seis u ocho años. ¿La razón? Es que "necesitan" comunicarse con ellos. La verdad es que no sé lo que significa o implica esa "necesidad", pero sí concuerdo con el profesor Mullendore en que los celulares se han transformado en "el cordón umbilical más largo del mundo", producto de la supervisión constante al que se ven expuestos los hijos gracias a estos aparatos.
Esta protección parental puede alcanzar puntos aún más álgidos con plataformas que presentan indicadores y resultados de asistencia, evaluaciones y conductas. Es decir, la maravilla de la información digital puede transformarse en una pesadilla para la comunicación familiar. Piense en la siguiente idea: ¿Recuerda la mezcla de temor y desesperanza cuando debíamos informar a nuestros padres la mala nota que nos habíamos sacado en el colegio? No era fácil. Muchas veces uno tenía que desarrollar estrategias, como esperar hasta sacarse una nota más alta para mostrar las dos juntas. Es decir, había que pensar cómo comunicar para mantener la armonía familiar. La situación básicamente obligaba a la comunicación.
¿O recuerda cuando iba a un paseo de curso y a su regreso debía responder el "interrogatorio" de la experiencia? A los padres hoy se les mandan 30 fotos y 10 videos por la plataforma del colegio, y como además por el WhatsApp del curso ya vieron al menos 50 comentarios del resto de los apoderados, sienten que "ya están informados". El problema es que cuando llega el menor a la casa muchos "ya saben" lo que hicieron y se acaba la comunicación. Aunque suene paradójico, la "información" mata la "comunicación". Es una prueba fehaciente de cómo hoy podemos estar más conectados, pero menos comunicados.
Y la culpa no es de la tecnología, sino de padres que están físicamente "hiperpresentes", pero sicológicamente ausentes. Sí, leyó bien: estoy hablando de demasiada presencia, pero de la equivocada. De hecho, los niños podrían interpretar la conducta de sus padres como de "ausencia" al buscar enterarse constantemente de lo que sucede con sus notas o anotaciones, pero dejar de preocuparse por lo que realmente está sucediendo con ellos.
¿De dónde salen estas ideas? Los estudios de gestión intergeneracional contrastan el estilo de crianza que recibieron los millennials o la generación actual con la anterior: los padres de la generación X solían dejar de lado los problemas menores, pero castigaban enérgicamente los temas mayores. Hoy, en cambio, confundidos por la excesiva preocupación del éxito académico y la obsesión por prevenir el fracaso, los padres supervisan constantemente los aspectos "evaluables" de la vida de sus hijos. Muchos les consultan a otros apoderados sobre futuras pruebas, revisan de forma constante los resultados de sus hijos y los defienden frente a los profesores sobre las calificaciones recibidas.
¿Recuerdan el dolor en el estómago de haber llegado un día al colegio y enterarse ahí que había prueba sin haber estudiado o que se debía entregar un trabajo? Hoy ello es muy poco probable que ocurra. Y si bien el "exceso de apoyo" protege a los niños del fracaso y el dolor de estas situaciones, también les quita la oportunidad de aprender gracias a estos fracasos.
Aún más interesantes son las conclusiones de los últimos cinco años de estudios en la materia. Por una parte, muestran que la participación de los padres se relaciona con muchos resultados positivos para los niños, pero si esta comunicación no es apropiada para su desarrollo, se asocia con niveles más altos de ansiedad y depresión. De esta forma, los escolares que tuvieron una infancia en que se les permitió una mayor autonomía, posteriormente mostraron una mayor satisfacción frente a la vida, salud física y autoeficacia. Y a la inversa, los hijos de padres controladores mostraron menores niveles de autoeficacia o capacidad de manejar tareas y tomar decisiones más difíciles. A su vez, aquellos que informaron niveles bajos de autoeficacia también informaron niveles más altos de ansiedad, depresión, menor perseverancia y una menor satisfacción frente a la vida.
Y nuevamente acá la tecnología toma un rol central al aumentar el control que los padres pueden ejercer sobre sus hijos, y por lo mismo se hace fundamental entender que la forma en que los padres interactúan con sus hijos afecta finalmente el cómo ellos se ven a sí mismos. ¿Cuáles son los principios básicos de toda interacción que lleva a un desarrollo y funcionamiento saludable? El componente más importante de la teoría de la autodeterminación es la necesidad básica de autonomía, el sentirse libre para tomar sus propias decisiones. El segundo es la necesidad de sentirse confiado en las habilidades y los logros de uno; y el tercero implica sentir que uno es parte de relaciones genuinamente afectivas. En otras palabras: si los padres controlan de manera excesiva la vida de sus hijos con estas plataformas, pueden reducir su sentido de autonomía y competencia, además de socavar su relación con ellos. Tres consejos:
Uno. Pedirles a ellos que nos cuenten. Después podemos ver las fotos o los videos. Sabemos que una imagen vale más que mil palabras, por eso deberíamos preferir que ellos nos hablen esas palabras.
Dos. Intentar que prime la comunicación por sobre la información. Que el colegio se preocupe de "informarnos", nosotros de "formarlos" con esos datos. Darles el espacio para que ellos decidan cuándo y qué contarnos de sus resultados.
Tres. Ajustar el nivel de participación y control al nivel de desarrollo de los hijos. Ser activos en preguntarles cómo se les ocurre resolver sus problemas. Apoyarlos en la solución, no darles la respuesta. No podemos darles calculadora antes de que aprendan las funciones aritméticas.