Por Carlos Meléndez, Analista político peruano y académico UDP y COES

Para ganar la Presidencia, tarde o temprano, se requieren plataformas que atraigan mayorías. En la carrera presidencial que se inicia, sin embargo, varios de los candidatos parecen apostar a sus nichos, a reductos electorales más anclados en el pasado que en la posibilidad de un horizonte futuro compartido. Yasna Provoste, a pesar de ensayar vocación mayoritaria, su resonancia se reduce a los nostálgicos de la Concertación (uno de los socios del establishment convertido en una fracción), José Antonio Kast a la derecha criolla más extrema, Marco Enríquez-Ominami al anti-establishment que no fue, mientras que Franco Parisi y Eduardo Artés son repeticiones de sí mismos en una sociedad hastiada de los remakes.

Sebastián Sichel y Gabriel Boric, no casualmente los favoritos a esta hora, son quienes aspiran a dialogar con electorados menos restringidos. Un país crecientemente apartidario requiere discursos para agnósticos, no para feligreses. Sichel tiene los recursos para apelar a los independientes más pragmáticos, independientemente de sus niveles de ingreso. Boric es el mal menor para los anti-sistema, sobre todo luego de que la Lista del Pueblo quedara fuera de carrera por una crisis de tramitación (que puede escalar a escándalos mayores).

Estos dos candidatos deberían tomar nota de las (e)lecciones peruanas recientes: en un escenario de crisis de representación, la posibilidad de victoria no se explica en los méritos propios, sino en los deméritos de los rivales. Especialmente en un mercado de electorados cautivos atomizados.

Con candidatos sin capacidad de seducción propia, sin una oferta que realmente cale en las vísceras anti-establishment, el descontento puede “sorprender” con altas tasas de ausentismo o incluso con votos protesta. Vamos camino a la primera elección presidencial en la que cederá el dominio de las coaliciones tradicionales. Pero el reemplazo está in progress. El post-duopolio es un híbrido de fuerzas que no terminan de irse y de aspirantes que no terminan de llegar. En ambos casos, estamos frente a irrelevancias con poder, pues alguna de ellas terminará de inquilina en La Moneda cuando finalice el ritual electoral.