En 2010, según las revistas Wired y Publishing Weekly, el futuro de la novela estaba en las keitai shoucetsu. Las habían inventado los japoneses, vendían millones en la isla del sol naciente y representaban la punta de flecha de la industria literaria del siglo XXI. Se replicaron de inmediato en el resto del mundo. No resultó. El pero es que hacia el 2011 ya nadie se acordaba de las keitai shoucetsu, ni siquiera en el país del monte Fuji y los mechas transformables. La supuesta gran revolución de las letras apuntaba a los celulares y keitai shoucetsu se traducía precisamente como "novela de pulgares", haciendo alusión a la interacción con las pantallas: microhistorias entre 70 y 100 mensajes de texto diseñadas para leerse entre las paradas del Metro. Una reinvención de la novela de bolsillo semanal (lo que en nuestra lengua hizo Bruguera) al Black Mirror; un YouTube editorial. No pasó mucho más, porque no iba a pasar mucho más. Aunque fueron publicitadas como novelas, lo cierto es que las keitai shoucetsu eran otra cosa. Tal vez la primera versión de las futuras cadenas de WhatsApp, que entre fake news y conspiranoia barata se han transformado en las verdaderas y más exitosas ficciones de pulgar. El nuevo Orwell tal vez está en un asiento de una micro inventando su propia versión de la actualidad, delirio que en unos minutos más enviará a sus cercanos y así hasta tener más lectores que Dan Brown. Pasa. Está pasando.
Sincronía. Justo cuando escribo esta columna (lunes 22 de julio, 11.30 AM) me llega un mail desde Editorial Planeta anunciando su alianza con Netflix para vender series convertidas en novelas. Si te gustó La Casa de Papel, ahora la podrás leer. Adaptación al revés. Nada nuevo bajo el sol, desde los 60 que se comercializan versiones literarias de películas: 2001 fue una de las primeras. Exacto, la novela de Arthur C. Clarke es un año posterior a la película de Stanley Kubrick, que se basa en un cuento de Clarke que el autor luego estiró. La diferencia es que ahora Planeta agarra ese lugar común de que las series son las nuevas novelas y las convierte oficialmente en un producto. Como sea, esta reciente alianza da luces a esa eterna búsqueda en el mercado y la industria editorial (que no es lo mismo que literatura) del futuro de la novela y la novela del futuro.
El 2008 yo trabajaba como editor de Alfaguara. De un día para otro nos llenamos de ingenieros y expertos futurólogos. Según ellos, el libro como lo conocíamos estaba muerto y el futuro era el ebook. La orden fue publicar cada vez menos en papel y apostar al formato "e"; porque con la narrativa iba a pasar lo mismo que con la música, el "apocalipsis" de lo físico y el fin de las librerías. Los mismos futurólogos insistían, además, en contratar autores con participación activa en redes sociales e incluso un gurú español llegó a sugerir que un escritor con más de 10 mil seguidores en Twitter era más valioso que el futuro Roberto Bolaño. El porvenir escribió otra cosa. Los autores más leídos ni siquiera participan de redes sociales, los libros de youtubers son hit de dos semanas y la novela impresa sigue reinando sobre los otros soportes y formatos -tal como el vinilo, el casete y el cedé volvieron-. Reabrieron las librerías y las series, y en lugar de ser la nueva novela, se convirtieron en el nuevo evento deportivo.
La ciencia ficción ha sido lúcida a la hora de visualizar el futuro desde lo macro: ingeniera genética y robots en Mary Shelley, submarinos y viajes a la luna en Julio Verne, satélites y viajes interplanetarios en Asimov y Clarke, internet y redes sociales en William Gibson y Neal Stephenson; mas no han sabido elucubrar el futuro de la propia literatura. Del mismo modo como en Blade Runner y Matrix sigue habiendo teléfonos fijos, en el siglo XXIII de Star Trek, el capitán Jean-Luc Picard continúa leyendo Moby Dick en tapas duras. Pues quizás ese sea el libro del futuro. La novela de la próxima década es la novela de siempre. Lo bueno, lo que funciona no hay para qué cambiarlo. En absoluto, siempre habrá espacio para vuelos de prueba. El audiolibro, muy popular en el mundo anglo desde la década de los 80, viene en ofensiva de la mano del streaming y plataformas como Spotify o Storytel. La culpa es del podcast dicen. Mentira, la culpa es la de siempre: contar una buena historia, algo que ha estado en la naturaleza humana desde que a un homo erectus se le ocurrió que el rayo que iluminó su caverna había sido enviado por un ser supremo que vivía arriba de la nube; otra curiosa sincronía.
Lo hablaba con el escritor Juan Gómez-Jurado para una entrevista publicada en este mismo diario. La novela no va a cambiar, me decía, pero el futuro (o más bien el ahora) permite a los novelistas estar en contacto directo con sus lectores, saber qué les interesa y qué les emociona. ¿La posibilidad de que los lectores influyan en el final de una historia? Claro, ahí está, siempre ha estado (la muerte de Robin en los cómics de Batman en 1988 fue decisión de los lectores), pero esto, como todo en las redes sociales, es pura ilusión. Y aunque en 2020 se imponga la idea de Storytel de audionovelas por entregas, las decisiones narrativas siempre van a estar del lado del creador. Una cosa es el feedback instantáneo, otra muy distinta el poder real del lector. ¿O alguien cree que HBO va a despedir a los guionistas de Game of Thrones porque el final no les gustó a las masas?
El futuro de la novela y la novela del futuro. En las restas no hay más fórmula que contar una buena historia, con buenos personajes y un conflicto interesante. Esa es la propiedad aritmética básica, el resto (novela literaria, novela comercial, novela gráfica, novela intimista, thriller, etc.) importa tan poco como el soporte que se escoja. Leer, ver o escuchar, la novela va a seguir de aquí al fin de los tiempos. Y en lugar de preocuparnos y elucubrar sobre su futuro, sobre la cantidad de lectores, sobre el género o formato, sobre vaticinios de gurúes editoriales, debemos preocuparnos solo de escribir, publicar y leer buenas novelas. Lo básico, lo importante, lo único.