Cada uno de quienes se reunieron en un panel de conversación organizado por Culto, en el marco de la edición Aniversario de La Tercera, comparten varios hechos en común: son todos menores de 45 años, han publicado en editoriales autogestionadas (de hecho, alguna vez todos lo hicieron en Calabaza del diablo), y han dejado huellas en la literatura chilena post 2010. Son Claudia Apablaza (42), Simón Soto (40), Gladys González (39) y Diego Zúñiga (34).
Con ellos, gente joven pero en ningún caso neófita en el mundo del libro, abordamos diferentes problemáticas y desafíos que enfrenta la industria. Les comenzamos consultando, ¿cómo es ser actualmente editor independiente en Chile?
Diego Zúñiga, narrador y uno de los editores de Montacerdos, afirma: “Probablemente, ha sido uno de los fenómenos culturales más importantes acá en Chile. Me parece que el auge de las editoriales autogestionadas es algo que tiene antecedentes, no inventamos la rueda ni mucho menos, pero a partir del 2010 empezaron a surgir y consolidarse ciertos proyectos. La prensa comenzó a prestarles más atención, y es cierto que una buena parte de la literatura chilena contemporánea apareció primero en editoriales autogestionadas”.
“Ahora, también tiene sus propios problemas, ¿no? Tampoco creo que el mundo autogestionado sea tan noble -añade el iquiqueño-. Tenemos los mismos problemas que otros proyectos más grandes solo que a menor escala. Muchos estamos aprendiendo a cómo llevar una editorial, cómo se consolida, cómo seguimos renovando”.
Por su lado, Claudia Apablaza, narradora y editora en Los libros de la mujer rota, comenta: “Se empezó a dar este movimiento apoyado por ciertos procesos culturales y sociales. Post dictadura habían 3 o 4 editoriales donde podías publicar, y a fines de los 90 surgen Cuarto Propio, LOM, a diversificar el panorama”.
“Actualmente, las editoriales están muy relacionadas con los movimientos feministas, con el tema del estallido social, e incluso de la pandemia -añade Apablaza-. Entonces, ahora ser parte de una editorial independiente es ser parte de un proceso cultural y de un aprendizaje, porque al menos para mí, ha sido todo un proceso. Como decía el Diego, no es que uno supiera todo lo que había que hacer para trabajar en este medio, sino que se ha ido dando un proceso colectivo con el equipo editorial”.
La poeta, gestora cultural y editora en Ediciones Libros del Cardo, Gladys González, quien reside en Valparaíso, dice: “El ámbito editorial en Chile es bastante vasto. Desde la literatura de cordel, la lira popular, el movimiento editorial alrededor del mimeógrafo en los 80 y luego esta proliferación de editoriales después de los 90 y del 2010 en adelante. Esto ha permitido algo que a mi me interesa mucho, el tema de la bibliodiversidad y la posibilidad del cruce de los territorios en torno a prácticas asociativas y comunitarias. Siempre con perspectiva de género que es lo que yo he intentado trabajar desde un comienzo, tanto desde la gestión cultural como desde lo editorial”.
“El feminismo y los procesos políticos han influido en que haya más gente interesada en publicar textos, no necesariamente que tengan un público cautivo, sino también cuestiones más híbridas, experimentales, fanzines. En mi caso, desde Ediciones Libros del Cardo, lo que me motivó a trabajar en esto fue mostrar otras producciones de mujeres y disidencias latinoamericanas”, agrega González.
El narrador y guionista Simón Soto ha estado en las dos veredas del campo. En las autogestionadas y en las trasnacionales, y analiza las diferencias de estar entre de un lado y otro de la línea. “Sin la existencia de editoriales autogestionadas yo creo que jamás habría publicado, nadie me habría pescado ni en bajada dadas las condiciones de mi trabajo. Mi primer libro lo publiqué en Calabaza del diablo y fue porque ellos me dieron la oportunidad”.
“Ahora yo publico en Montacerdos, en Planeta y en Ediciones UDP, pero siento que pueden ser complementarios. Libros que no tendrían cabida en una editorial grande sí pueden ser publicados en una editorial de otro tamaño y abrir el abanico de los autores”, agrega Soto.
El auge de las mujeres
Otro rasgo significativo de esta era, es el auge que han tenido las mujeres en la industria, no solo como autoras, también como editoras al mando de algunos proyectos. El feminismo fue un factor relevante para esto, así lo piensa Claudia Apablaza. “Sí, particularmente en los últimos años, con la cuarta ola feminista, las mujeres hemos tenido más cabida dentro de este mundo editorial, no solo del lado de la edición, lo digo como escritora. Cuando yo partí publicando en 2005, la posibilidad que teníamos las autoras era casi nula. Para mi segundo libro tuve que hacer una autoedición”.
“La prensa ha ido visibilizando estas publicaciones apoyado por un movimiento editorial potente de autoras mujeres. Creo que todo el sistema editorial -librerías, distribución- está atento a las publicaciones de mujeres. Ojalá que esto se sostenga en el tiempo y no sea una ola feminista que no tiene que ver con una moda, es algo histórico”, añade la autora de Goo y el amor.
Por su lado, Gladys González señala: “Lo de las mujeres en el ámbito editorial no es algo propio del siglo XX o XXI, hay antecedentes del siglo XIV de mujeres que trabajaban en imprentas, que poseían imprentas, solo que no es la información que se entrega usualmente en las carreras de pedagogía, periodismo o literatura. En el XIX hubo brillantes editoras, como Virginia Woolf y un montón más. Ha sido una persistencia, una perseverancia y la colectividad ayuda mucho”.
“Estos espacios no están exentos de violencia de género, de discriminaciones, y no solo por género, sino por no pertenecer a grupos de élite -añade la mujer tras Gran Avenida-. Sí es cierto que hay más mujeres trabajando porque son de carácter fuerte. No es sencillo ser escritora ni dedicarse a alguna disciplina artística”.
En esta misma cuerda, le consultamos a Diego Zúñiga, ¿cómo emparejar la cancha? “Hay muchas cosas que han mejorado en este mundo independiente, una de ellas es esta. Al menos desde Montacerdos fue clave la publicación de autoras mujeres latinoamericanas al comienzo de proyecto. Mariana Enriquez, Liliana Colanzi, Margarita García Robayo; aunque mentiría que dijera que fue un proyecto pensado desde ese lugar del género. Lo que pasó es que nos parecían extraordinarias escritoras. Por eso cuando se piensa en la narrativa latinoamericana contemporánea, los que más suenan son nombres de mujeres”.
“Va mucho más allá del momento. Esto nos ha obligado a replantearnos nuestras bibliotecas, repensar nuestras lecturas, y me parece sano que así sea. Y eso va a intervenir en las escrituras de lo que estamos haciendo ahora. Además, hay que ponerle ojo a cómo el mercado interviene en esta discusión. Eso es fundamental no perderlo de vista porque el mercado es brutal”, agrega el autor de Camanchaca.
Zúñiga hace hincapié en otro punto clave. “Otra cosa importante, aludiendo al proyecto de Gladys, es la importancia de descentralizar un poquito la discusión literaria y de la industria de libro en Chile. Hay muchas editoriales desde regiones, en el norte está Editorial Aparte; en Valdivia está Komorebi; en Limache, Provincianos. Las Universidades han aportado, la Austral, la de Talca. Todo eso ayuda a que el ecosistema del libro logre salirse de esa elite que estuvo conversando mucho tiempo, y todavía está”.
Simón Soto plantea: “Pienso, por ejemplo, en Diamela Eltit, cuyo trabajo es súper interesante y vital, Lumpérica, Vaca Sagrada, Los vigilantes, libros que están muy vivos, versus cualquier libro de (Gonzalo) Contreras o la “nueva narrativa” que no interpelan a nadie. La posibilidad de acceder a esos libros en cualquier librería es una cuestión súper potente”.
Los libros digitales y el medioambiente
Con la pandemia, hubo un formato que ganó mucha presencia: los libros digitales. ¿terminarán por absorber al libro físico? Gladys González cree que no. “Me parece que los libros digitales son un complemento y que son útiles para distintos propósitos, no solo para que estén los textos en distintos formatos, sino para que dentro de las políticas del libro se genere una incidencia en torno a otro tipo de lectoras y lectores, en situación de discapacidad, por ejemplo”.
“Este auge de los audiolibros, principalmente, me parece importante -sigue la autora de Calamina-. Hay un montón de bibliotecas de ciegos que tienen textos antiguos grabados con casetera, eso hace que sus proyecciones sean limitadas, ahí hay una problemática pública. Pero no creo que el formato impreso vaya a extinguirse, hay un romanticismo que no creo que sea liquidado por los libros digitales”.
Claudia Apablaza coincide con Gladys: “En los últimos 10 años se ha tratado de imponer una supremacía del libro digital, obviamente movilizado por ciertos intereses económicos y me da la impresión que no ha ganado la batalla. Los ebooks mueven muchísimo dinero en EE.UU. Ahora, los niveles de seguridad que tiene la venta de un ebook también vulnera nuestros derechos como editoras y editores”.
“Por ejemplo, nosotros hemos tenido pésima experiencia -agrega Claudia-. Una vez entregué todo el catálogo a una empresa chilena, y pasaron 3 años y nos dijeron que no habían vendido ningún ebook, yo sostuve una conversación compleja. Les dije que estábamos con Ebooks Patagonia, que representa súper bien nuestros libros digitales, y todos los meses nos entregan una rendición, entonces me parece muy raro que hayan pasado 3 años y no hayan vendido ningún ebook. Obviamente, no tenía cómo demostrarle. Me sentí vulnerada, es un tema bien complejo”.
Además, la autora de Diario de quedar embarazada agrega un punto clave. “Hay un tema del cuidado del medioambiente que pasa también por la impresión de libros físicos. Yo no soy ajena a esa discusión. Es un tema que me cruza, me complica. Lo sostengo como pregunta de aquí al futuro”.
Diego Zúñiga adscribe a las palabras de González y Apablaza. “El ebook me parece un complemento, yo leo digital por trabajo, pero el placer el libro físico no me parece comparable. Pero es cosa de uno, no sé cómo vendrán las nuevas generaciones que están más habituadas a lo digital y a la pantalla”.
Además, el autor de Niños Héroes se suma al tema de pensar en el medio ambiente. “Uno piensa que en vez de imprimir un libro evito el tema de los árboles, pero la pantalla igual necesita energía. Leí, no se si era un artículo, que decía que ese consumo no andaba tan distante del tema del papel. Pero es un tema que a la larga va a ser importante conversarlo y discutirlo. A lo mejor estamos imprimiendo más libros de los que tenemos que imprimir, qué papel estamos usando. Son temas de los que nos vamos a tener que hacer cargo pronto”.
La distancia con el canon
Si algo ha caracterizado a la generación sub 45, es la distancia con que de alguna forma mira a los autores canónicos de las letras nacionales. De alguna forma, los “hijos” cuestionan a los “padres”. Por supuesto, pensando sobre todo en uno que ha tenido muchos cuestionamientos debido a las nuevas lecturas de su obra: Pablo Neruda, a quien se le reprocha sus conductas con las mujeres, algo de lo que él mismo escribió en sus memorias. Un dato no menor en un año en que conmemoran los 50 años de la obtención de su Premio Nobel.
Simón Soto plantea: “Siento que esto tiene que ver con la formación de las generaciones, las perspectivas con las que crecen, con las que se educan. Pero intuyo que esos procesos de negativa o validación van y vuelven. La verdad es que siempre al final va a subsistir la obra misma, y eso es lo que va a estar en tensión, lo que se va a discutir. Vamos y volvemos a los textos fundacionales de nuestra literatura”.
Claudia Apablaza parte aclarando que, al menos para ella, Neruda no fue un nombre importante. “Mis primeros procesos de lectura fueron muy autoformativos, entonces no tenía el peso de la academia diciéndome cuál eran mis ‘padres’ y posibles ‘madres’. Me acerqué a leerlos, pero a Neruda nunca lo he pasado. No sé, es algo visceral, he tratado de leer sus obras y no lo digo ahora que tiene esta especie de juicio social, sino que fue alguien que nunca me acompañó en mis lecturas. Sí con Nicanor Parra, con Enrique Lihn, con Jorge Teillier, aunque siempre he preferido leer a mujeres. No buscaba en esos autores vivir procesos intensos de lecturas. Sí con Diamela Eltit, María Luisa Bombal, Marta Brunet, Guadalupe Santa Cruz, Pía Barros”.
Desde la poesía, Gladys González tiene muy claro su horizonte. “En mi caso, mi madre y padre literario es Gabriela Mistral absolutamente. Hay un montón de material de archivo de ella que no ha sido publicado, que no ha sido catalogado, aunque ella representa venta segura. Yo creo que falta mucho por leerla. A mí me importan otros procedimientos, como la Biblioteca Recobrada, de la U. Alberto Hurtado, me parece que eso es mucho más interesante que estar siguiendo las mismas lecturas o de discutir quién es el padre de la literatura en Chile porque eso no existe”.
Por su parte, Diego Zúñiga afirma: “La figura del padre es muy incómoda. Yo tengo solo cosas malas que decir de mi padre, probablemente, y a lo mejor prefiero hablar de mis tíos, o de algún padrino, un tío abuelo, no sé. En ese sentido, me parece interesante el vínculo con la tradición, creo que es muy importante leerla. En el caso de Chile, me parece muy raro que mi generación tenga poco vínculo con ese pasado. Me parece que no tiene sentido escribir en Chile y no pensar en la tradición de la poesía, por ejemplo. Todos los que mencionó Claudia para muchos de nosotros fueron importantes en la formación”.
“Es loco lo que pasa con Neruda –añade el iquiqueño-, recuerdo que cuando estaba empezando a leer, años 2002, 2003, era su centenario, ¡y era terrible! porque además eran los 90 años de Parra. Lo interesante sí era sentarse, abrir Residencia en la tierra, leer a Neruda y pasan cosas. Está el tema de las figuras, pero si vamos a los textos, el asunto puede cambiar mucho”.
¿Qué cosas vienen para ellos? Gladys González comenta que desde Ediciones Libros del Cardo tendrán lanzamientos después de octubre. “Una poeta de Guatemala que se llama Regina José Galindo, quien también es una de las performancistas más importantes de la actualidad”. Además, un Herbario Mistraliano y lanzamientos de literatura infantil.
Claudia Apablaza cuenta que en Los libros de la mujer rota tienen un libro que compila relatos de Pepita Turina. “Es un rescate de una autora de la Generación del 38, una recopilación hecha junto a la investigadora Ana Cristi”. Además, para septiembre, un libro de una autora estadounidense, Lily Hoang. “Es una traducción a cargo de Rodrigo Olavarría y Simón López Trujillo”. Además, deja abierta la invitación a inscribirse en el Club de los libros de la mujer rota. Una iniciativa que mes a mes lleva a sus socios un libro a su puerta. “Además, tienen la posibilidad de participar en un club de lectura donde comentamos el libro del mes. Si se puede, con la autora o autor presente”.
Diego Zúñiga también hace un mapa de lo que viene para Editorial Montacerdos. En agosto, la casa editora publicó Panoptikum, de Joseph Roth. “Con una traducción hecha desde acá. Recopila crónicas, columnas, semblanzas”, dice el autor de Racimo. En septiembre, anuncia dos novedades: la primera es la reedición del libro de cuentos Cielo negro, de Simón Soto. “Se había vuelto inencontrable. Vamos a hacer una preventa en Buscalibre, tiene cuentos nuevos además”, agrega Zúñiga; la segunda, es una edición conjunta con Banda Propia, de Los Estratos, del escritor colombiano Juan Cárdenas.