“Somos la gente de esta generación, criada en una, como poco, modesta comodidad (…), que observa con incomodidad el mundo que ha heredado”, señala parte de la Declaración de Estudiantes para una Sociedad Democrática firmada en Port Huron en Estados Unidos en 1962 que Richard Vinen cita al comienzo de su libro 1968, el año en que el mundo pudo cambiar. Una obra que, entre otras cosas, aborda las tensiones generacionales que atravesaron las manifestaciones de esos años y que muchos recordaron en los últimos años, tras las protestas surgidas en distintas partes el mundo, incluido Chile. ¿Estamos viviendo un nuevo 1968?

Para Vinen si bien siempre es posible hacer paralelos, cada proceso tiene sus lógicas y la generación joven actual está más a la defensiva que la de mayo de 1968. Sin embargo, admite que la idea de una generación joven que desafía a la que está en el poder es una idea surgida tras los sucesos de la década del 60. Aunque eso también generó otro problema, porque la propia generación del 68 terminó creando una suerte de tiranía generacional, porque “el hecho de que los líderes del 68 alcanzaran prominencia siendo muy jóvenes hizo que siguieran dando vuelta durante mucho tiempo”, y quitándole espacio a las nuevas generaciones, asegura.

Estudiantes en París en mayo de 1968.

Pero ¿qué resume el proceso de mayo del 68? ¿Es sólo una rebelión generacional o es más que eso?

No hay una sola cosa que define el 68. Es una combinación de cosas. Es parcialmente generacional, pero no es exclusivamente generacional, varía de país en país y el tipo de rebelión generacional que uno ve también cambia de país en país. En Francia uno observa una generación más joven que en parte admira la generación más vieja, porque la asocia con la Resistencia durante la guerra, pero en Alemania tenemos una rebelión que llevan a cabo personas jóvenes que son hostiles al fascismo que ellos imaginaban de la generación más vieja. El conflicto generacional es obviamente parte del proceso, vinculado también a un tema demográfico como fue el boom de natalidad posterior a la Segunda Guerra Mundial. Creo que el legado de la Segunda Guerra es también parte de todo ese proceso, como también los factores políticos muy específicos de entonces, como el sentimiento de rechazo compartido alrededor del mundo a la guerra de Vietnam. Hay una rebelión también contra la Guerra Fría, contra ambas partes de la Guerra Fría. Una rebelión contra el capitalismo en muchas formas, pero también contra el comunismo ortodoxo.

¿Podemos decir entonces que en parte es un desafío a la sociedad de posguerra y a quienes la encabezaron?

Sí, hay personas que se ven a ellas mismos como rebelándose contra la sociedad de la posguerra. Una rebelión contra la complacencia generada por la prosperidad creciente de la economía mundial.

La actual generación joven es la más educada de la historia. En su libro usted destaca el efecto que el factor educacional tuvo en el 68. ¿En qué medida el hecho que cada vez más personas tuviera acceso a formación universitaria fue clave entonces?

Fue decisivo, sin duda. Hubo una gran ampliación del sistema universitario en muchos países que hizo posible que se produjera un movimiento masivo de estudiantes que antes habría sido impensado.

¿Fue una rebelión de la élite educada? ¿Se puede hacer un paralelo con la idea de la sobreproducción de élite, que según algunos, como Peter Turchin, están detrás de las protestas y el descontento que observamos hoy?

La sobreproducción de élites es una interesante forma de presentarlo, aunque creo que a muchos de los sesentayochistas les molestaría esa frase porque dirían que ellos no buscaban ser una élite. Pero claramente hay una élite que está involucrada en el 68, particularmente en Francia donde tienes una educación de élite muy establecida, asociada especialmente con la École Normale, que en realidad no había cambiado mucho desde el siglo XIX en términos de su personal o su tamaño, y que sigue teniendo un estatus de élite. Y una de las cosas que precisamente quería abordar en el libro era el contraste entre el mundo anglosajón, que tiende a asumir que la rebelión viene de la élite -generalmente de las universidades más privilegiadas, las que son también las más rebeldes-, y Francia, donde algunas personas tienden a asumir que la rebelión viene de personas que son excluidas de la élite o de la expansión de la élite. Por ello, creo que la respuesta es un poco de las dos, esta es en parte una alianza heterogénea, no completamente coherente, y como en toda revolución hay muchas contradicciones. Es ambas, es una rebelión de la élite, pero también, una rebelión de aquellos que son excluidos de la élite.

Muchos de los temas que hoy concentran la agenda, como los derechos de las mujeres, la igualdad sexual, los derechos de las minorías fueron centrales en el 68. ¿Cree que lo que estamos viviendo hoy es producto de las deudas del 68?

Lo primero que es importante decir es que el 68 tenía claro que no iba a lograr todo lo que quería. En cierto sentido, los propios sesentayochistas siempre lo reconocieron. Recuerda que uno de los lemas del 68 era “Se realista, pide lo imposible”. Siempre hubo un grado de ironía y autoconciencia en el 68. Pero creo que la cultura actual en muchos sentidos me sorprende de manera distinta a la del 68. La de entonces era una cultura estudiantil más agresiva comparada con la que existe hoy. Lo que quiero decir con eso es que en el 68 los radicales pensaban que iban a cambiar el mundo y tendrían un efecto en las cosas afuera de las universidades, en toda la sociedad. El radicalismo hoy es más defensivo que ofensivo, los estudiantes hablan muchas veces como si ellos fueran un grupo amenazado, muy distinto a lo que sentían en el 68. Daniel Cohn-Bendit, el principal líder del 68 que todavía sigue siendo muy activo y participa en la política alemana y francesa, cuando se le preguntó que explicara las diferencias entre el 68 y la actualidad dijo que la clave para él fue que en el 68 ellos no estaban asustados y sentían que podían cambiar las cosas, hoy creo que el radicalismo es pesimista y defensivo. Y muchas veces, también bastante apocalíptico. Los sesantayochistas pensaban que habría un mejor futuro, pero hoy los movimientos sociales piensan que habrá un peor futuro y lo tratan de evitar. Obviamente, el cambio climático instala la idea de que algo malo va a pasar y no de que hay una utopía social a la vuelta de la esquina.

Protesta de los Chalecos Amarillos en Francia, 2018.

Pero ¿es posible hacer paralelos entre lo que sucedió en el 68 y lo que se vivió, por ejemplo, el año pasado en Estados Unidos con el movimiento Black Live Matter o con los Chalecos Amarillos en Francia, hace algunos años?

Uno siempre puede encontrar paralelos, pero creo que los Chalecos Amarillos fue un 68 de los “no sesentayochistas”, no se si me explico. Cualquier cosa que hayan sido los Chalecos Amarillos no eran estudiantes del centro de París. Ellos pueden haber pensado en algún momento en términos de lo que fue el 68, pero creo que es un movimiento más conservador. Pienso que Black Lives Matter, en cambio, tiene mucho en común con el 68, pero de nuevo, es en muchos sentidos un movimiento defensivo. Está tratando de evitar que algo pase en lugar de promover algo nuevo. Creo que lo que tiene en común con el 68 quizá es que está más abierto a toda la sociedad, es una alianza entre clase media, gente educada y personas preocupadas por la sociedad en su conjunto.

En una entrevista usted sugirió hace unos años que había ciertas similitudes entre el populismo actual, el Brexit, y el 68. ¿Por qué?

En términos puramente generacionales, Donald Trump era uno de los últimos representantes de la generación del 68 –aunque hoy podemos decir que Joe Biden también lo es. Y me parece que existen ciertas características del populismo de derecha que encarnó Trump, tanto en términos generacionales, porque apela a los babyboomers, como también por un cierto disgusto por el pragmatismo, esa idea de que tienes que aceptar las cosas simplemente porque son necesarias y hay que ser realistas. El disgusto por los expertos, también. Hay temas que uno encontraba en el discurso del 68 y que ahora se repiten en los populismos. La hostilidad contra las élites, la hostilidad contra la especialización, contra el establishment, pero también contra lo razonable.

En el libro usted aborda también la complacencia de algunos sectores con la violencia de entonces, al menos en el discurso y el posterior surgimiento de la violencia política en muchos países, en especial en Europa. ¿Podemos decir que el terrorismo de los 70 es un producto de mayo del 68?

Sin duda el terrorismo está relacionado con el 68, pero tendría cuidado en decir que es un producto del 68. Creo que hubo mucha violencia retórica y simbólica, pero esta muchas veces aleja la violencia real. Siempre se dice que nadie murió en Francia en las protestas de los 60 -lo que no es tan cierto porque algunos policías murieron frente a las barricadas-, pero considerando la extensión de la movilización es muy poca la violencia real. Y la vasta mayoría de las personas no adhirieron al terrorismo, incluso si inicialmente este fue bien intenso. Si pensamos en el caso de las Brigadas Rojas en Italia, como derivado del 68, hay que decir que la gran mayoría de los estudiantes del 68 no adhirieron a ellas, fue una minoría. Muchos rompieron con la violencia porque vieron hacia donde estaba conduciendo. Es el caso de Cohn-Bendit, que fue bien enfático al final en decir que el terrorismo era el camino equivocado e intentó activamente persuadir a muchos de que no siguieran ese camino.

Otro paralelo que surge con la actualidad al leer su libro es el referido al uso de los medios. ¿Usted señala que los líderes del 68 supieron utilizar los medios, en especial la televisión, y hoy las redes sociales parecen estar jugando un papel similar?

Creo que los nuevos medios siempre implican nuevos radicalismos, en cierto sentido. Pero el tipo de medios con los que se vincularon las figuras del 68 en cierta medida son muy distintos a las redes sociales actuales. Ellos tenían que relacionarse con grandes cadenas de información nacionales, generalmente controladas por el Estado, y hasta cierto punto pudieron esquivarlas. Hoy, en cambio, con las redes sociales donde todos pueden ser su propia cadena informativa, es una forma más centralizada de poder medial. Las redes sociales dan lugar a un mayor radicalismo. Una de las cosas llamativas en retrospectiva es darse cuenta cómo el movimiento del 68 fue un movimiento conducido más que uno espontáneo y cómo los líderes del 68 estuvieron en control de él. Hoy es mucho más difícil para un líder de cualquier movimiento tener el control.

Podemos decir que la idea de los jóvenes desafiando a los adultos es un concepto que quedó instalado en el imaginario cultural de Occidente tras los sucesos del 68.

Sí, sin duda podemos decir eso. Pero eso complicó también los efectos de ese proceso en muchos sentidos. El hecho que como el 68 llevó a un grupo de personas a tener prominencia cuando eran muy jóvenes y ellos siguieran dando vuelta por mucho tiempo, afectó a nuevas generaciones. Personas como Cohn-Bendit en Francia o Tom Hayden en Estados Unidos fueron famosos en sus 20 y siguieron siendo famosos durante los 70. Entonces, se produjo una cierta tiranía generacional, gente que siguió siendo joven incluso después de haber dejado de ser joven, no sé si me explico. Los protagonistas del 68 piensan en ellos como la generación más joven, incluso cuando ya son en efecto bastante viejos. Ello explica también fenómenos posteriores que no son otra cosa que una rebelión contra el 68. Siempre pienso que los Sex Pistol en el 76 en Reino Unido son una rebelión contra el 68, una rebelión contra los hippies, contra los solos de guitarra, con los álbums conceptuales, contra un tipo de “honestidad” que también es una rebelión generacional, pero de una generación más joven.