Se le bautizó coloquialmente como la “Ley Antimillennials” -aunque su contenido jamás llegó a discutirse en el Congreso- y fue una de las últimas polémicas del saliente gobierno de Michelle Bachelet. Era marzo de 2018 y entre los puntos de la propuesta de nueva Constitución que la Mandataria dejaba introducida en el Parlamento, uno llamaba la atención: el inciso primero del Artículo 24 del proyecto reponía los “40 años cumplidos” como requisito para ser electo Presidente de la República, retrocediendo en la práctica al modelo establecido en la Constitución de 1980 y borrando la reforma constitucional de Ricardo Lagos que, en 2005, bajó ese límite a 35 años.
“La idea es que quien llegue a la Primera Magistratura tenga la experiencia política suficiente para que en esos seis años lleve a cabo todas aquellas ideas que quiera (...). Se favorece la carrera parlamentaria. La idea sería que tú puedas pasar al Congreso y de ahí a la Presidencia. La experiencia política que puede adquirir una persona para acceder a la Primera Magistratura podría ser perfectamente 40 años”, defendía entonces Tomás Jordán, abogado constitucionalista y asesor clave detrás de la iniciativa constitucional de Bachelet, como argumento para el cambio.
El punto causó cierta polémica y críticas desde el Frente Amplio y Chile Vamos, pero como el proyecto nunca se puso en tabla, se olvidó rápidamente. Sin embargo, en un mundo paralelo, si dicha idea se hubiera aprobado, las consecuencias podrían haber sido fuertes: Gabriel Boric, el candidato de Apruebo Dignidad, no tendría margen para haber estado en la papeleta con sus 35 años de edad, cumplidos en febrero pasado. Y, probablemente, tampoco Gino Lorenzini ni Diego Ancalao podrían haberse inscrito en el Servel: ambos habrían estado al borde de ese límite, con 38 y 39 años para la fecha de los comicios, respectivamente, más allá de que este jueves el organismo rechazó sus candidaturas.
El cambio de folio generacional en la política se refleja justamente en los datos de las candidaturas presidenciales. Tras la confirmación de siete candidaturas presidenciales por parte del Servel, los inscritos promedian 51 años de edad, y sólo Eduardo Artés (70) supera los 55 años. Para encontrar unos comicios con una cifra más baja hay que remontarse más de 60 años, hasta 1958: allí, Jorge Alessandri Rodríguez (62) triunfaba frente a un Salvador Allende que, con 50 años, iba por la segunda de sus tres elecciones. Los otros candidatos fueron Eduardo Frei Montalva (47), Luis Bossay (45) y Antonio Zamorano (49), el recordado “cura de Catapilco” a cuya postulación se atribuyó la estrecha derrota de Allende.
El panorama de hitos en cuanto a la edad queda claro al mirar a las tres principales coaliciones. En caso de triunfar, Yasna Provoste sería la segunda presidenta más joven en asumir desde González Videla: con 52 años, el único que le gana es su correligionario DC Eduardo Frei Ruiz-Tagle, que asumió el puesto en 1994 con 51 años. Si se impone Sebastián Sichel, el dato es más impresionante: con 44 años, para encontrar un presidente más joven hay que remontarse 170 años atrás, con Manuel Montt asumiendo con 42 años. Y si es Boric el que gana, sería el gobernante más joven del país en asumir el mando -con 36 años y un mes cumplidos al 11 de marzo de 2022- en casi dos siglos: en 1823, y tras la renuncia de Bernardo O’Higgins con su famoso discurso de “aquí está mi pecho” incluido, Ramón Freire llegó al puesto con 35 años, cuatro meses y dos días. En ese entonces, de hecho, el cargo ni siquiera era el de presidente, sino que el de director supremo.
El abanderado del FA, además, se convertirá en la persona más joven en recibir votos para una elección presidencial chilena desde la de 1906. En esa oportunidad, Zenón Torrealba, militante del Partido Democrático, uno de los primeros vinculados con las demandas de los sectores obreros chilenos, recibió la preferencia de un solitario elector, dado que Chile hasta 1925 celebraba elecciones indirectas al estilo de Estados Unidos y cada provincia mandaba delegados que votaban por los postulantes. Torrealba tenía ahí 31 años, apenas por encima del límite que la Constitución de 1833 -y luego la de 1925- marcaban para llegar al máximo cargo del país, que eran los 30 años de edad. Y la votación en su apoyo era sólo testimonial: la verdadera elección se disputaba entre Fernando Lazcano (57 años) y Pedro Montt (56 años), terminando este último como el mandatario ungido por los electores.
Candidatos más jóvenes, votantes más jóvenes
De alguna manera, los datos de la elección presidencial que se viene son el reflejo de lo que ha venido ocurriendo en los últimos años en el mundo político. Si en 2010 el promedio de edad de la Cámara de Diputados era de 50,64 años, en 2018 este alcanzaba los 45,60 años, la cifra más baja desde el retorno a la democracia. Y en el caso de la Convención Constitucional, sus representantes promediaron al asumir 44,5 años, el menor número para un cuerpo colegiado electo desde 1990.
El cambio ha ido de la mano con un aumento de la participación entre los votantes más jóvenes. Según datos del Servel, si en las municipales de 2012 los menores de 35 años representaban el 20,10% de los sufragios totales, en la primera vuelta de 2017 ya alcanzaban el 26,13% y en el plebiscito de octubre de 2020 explotaron hasta llegar a 34,66%, es decir, más de un tercio de los votos y sobre dos millones y medio de sufragios.
En esta última elección, además, se produjo otro hito: por primera vez votó más del 50% de dicho universo electoral, llegando al 55,54%. Una cifra impresionante, considerando que la más alta de la que se tenía registro previamente desde la instalación del voto voluntario era 37,11% en la primera vuelta presidencial de 2017, es decir, 18 puntos menos. Y aunque el voto es secreto, los análisis que se han hecho a los últimos comicios apuestan a que el nicho sí ha sido factor clave en algunas de las últimas sorpresas electorales. Por ejemplo, la firma de big data Unholster encontró, a partir de los resultados a nivel de mesa en las recientes primarias legales, que Boric y Sichel lograron fuertes bases de apoyo en estos grupos etarios, con este último prácticamente triplicando a Joaquín Lavín en los menores de 30 años.
¿Qué ocurrirá en noviembre? ¿Se consolidará la influencia de los votantes jóvenes o habrá un repunte de los grupos de mayor edad? Son preguntas a seguir de cerca, pero por ahora, sí hay una realidad incontrovertible: la política chilena definitivamente se puso millennial.