Casi como un guiño, hay una línea del Ecuador fijada en una edad simbólica. Si hubiera que dividir a la población chilena en dos grupos de edad iguales, hoy el punto medio estaría en los 35 años. Al lado de menor edad, casi diez millones de jóvenes cuyos recuerdos comienzan casi abrumadoramente en un Chile democrático. Hacia el otro costado, casi diez millones que vivieron un país cambiante y muy distinto al actual, y cuyos puntos de vista difieren en muchos casos de la nueva generación que viene a desafiar las estructuras clásicas.
Esta división también es un testimonio en sí mismo: hace un siglo, en 1920, la esperanza de vida de los habitantes oscilaba entre los 31 y los 32 años. Cien años después, quienes son menores de 35 tienen una esperanza fundada de que les queda más de la mitad de su camino por delante, con Chile superando en las últimas estimaciones los 80 años de esperanza de vida.
De esa distancia, de esos dos universos, hay pistas y datos que marcan su profundidad y diversidad. Un ejemplo: según un sondeo hecho en 2018 por el Centro de Estudios Públicos, mientras el 66% de los mayores de 55 años se declara católico y sólo el 15% afirma no tener una denominación religiosa -una distancia de 50 puntos-, entre los menores de 35 años la diferencia es de menos de 10 puntos: 45% afirma ser católico, y el 36% sostiene no reconocerse en ninguna religión.
En el frente político, al mismo tiempo, sobre todo en el último lustro el grupo más joven ha tomado un protagonismo en las votaciones que antes era impensado, pasando de representar uno de cada cinco sufragios en las elecciones municipales de 2012 (20,10%) a superar el tercio en el plebiscito que consagró la creación de la Convención Constitucional, en octubre de 2020 (34,66%).
Y si se agrega al grupo inmediatamente superior, el que llega hasta los 45 años, el efecto es aún mayor. En población total, este bloque incluye a dos de cada tres chilenos (64,97%, con 12.785.812 personas según el INE). Y en el referéndum constitucional del año pasado, por primera vez, pasaron a ser mayoría de los votantes, con 3.889.239 personas que participaron, el 51,78% de todos los que fueron a sufragar. Un quiebre de época y tendencia que no pasó desapercibido, dado que previamente el peso electoral estaba mayoritariamente en los mayores de 50 o incluso de 55 años.
Pero entre todas las diferencias que existen entre las generaciones mayores y los desafiantes jóvenes de la sociedad, es en la educación donde se pueden apreciar quizás los elementos de mayor distancia: ahí es donde coexisten dos mundos en que se nota la evolución de la cobertura en nuestro país.
La universidad como brecha
Entre la enorme cantidad de datos que entrega cada vez que se publica, la encuesta Casen 2017 esconde uno que impresiona por la profundidad de lo que representa. Por primera vez en toda la historia de la medición -y con seguridad en la vida de Chile-, más de la mitad de un grupo etario clave, las personas entre 18 a 29 años, decían tener algún nivel de educación superior, ya sea completa (17,9%) o incompleta (33,2%).
El 51,1% de ambos datos en agregado es un salto gigantesco en su comparación histórica: sólo como referencia, la cifra era 19,7% en 1990, 28,1% en 2000 y 41,0% en 2011. Pero, a la vez, es un quiebre generacional respecto a los grupos de mayor edad. En la misma Casen 2017, sólo el 14,3% de los mayores de 60 años decía estar en alguna de las dos situaciones, cifra que aumentaba levemente, hasta 22,3%, en las personas entre 45 y 59 años, pero que después se disparaba hasta 39,9% en quienes tienen entre 30 y 44 años.
Los cortes son drásticos. Se aprecia también en otra estadística de la Casen 2017, los años de escolaridad. Mientras los mayores de 60 años tienen 8,3 años de promedio, los menores de 45 años tienen 12,7; en la práctica, cuatro años más que señalizan una enseñanza básica y media que es completa, en la línea con la reforma promulgada en 2002 por el gobierno de Ricardo Lagos en que se marcó la obligatoriedad de dichos estudios.
Y es que el valor que tomó la educación como símbolo y emblema de la modalidad social se juntó con el aumento de la matrícula y el acceso que se dio en las últimas décadas. No es algo nuevo: en 2012, el académico Sergio Urzúa marcaba que, de acuerdo con los datos de la encuesta del Simce en 2010, el 85% de los padres con hijos en cuarto básico esperaba que sus hijos llegaran a cursar estudios superiores, casi 40 puntos más que una década antes (48% en 1999).
Internet, un universo joven
La distancia entre estas dos generaciones también se refleja en uno de los puntos más emblemáticos de la nueva sociedad: el uso de internet.
Siempre según la Casen 2017, los grupos entre 15 y 34 años tenían cifras superiores al 90% de acceso, pero de ahí en adelante las cifras empezaban a decrecer rápidamente, bajando del 50% en las personas de 60 a 64 años, superando levemente el 35% entre los 65 y 69 años y bajando del 30% en los mayores de 70 años.
De hecho, la brecha entre los adultos mayores y los jóvenes es mayor que la que existe entre el primer y el décimo decil socioeconómico; es decir, la edad es un factor aún más relevante a la hora de entender el uso de las tecnologías digitales.
Eso sí, es posible que esta estadística haya sufrido una variación fuerte desde su última medición. Los datos oficiales son del período previo a la pandemia, donde la penetración del mundo digital se ha disparado por necesidad, y en que muchos servicios están disponibles de manera preferente o exclusiva vía online, lo que ha obligado a grupos como los adultos mayores a incorporar a la red como parte de su rutina.
Valores y estilos de vida
Que es un hecho, que es un tema que les apasiona, que hay mucho para hablar. Para quienes trabajan mirando de cerca el comportamiento de la sociedad, no hay dos respuestas sobre esta arremetida de las nuevas generaciones, que si bien se viene produciendo hace tiempo, ha aumentado en fuerza e intensidad en el último período.
Lo más habitual que queda a la vista es la brecha en los temas valóricos. Para muestra, un botón: en un sondeo hecho este mes, la empresa Cadem constató que en el tema del aborto libre hasta las 14 semanas de embarazo, los menores de 35 están a favor con un margen relevante (57%) y los mayores de 55 años están en contra (44% respalda la idea). En otros temas, quizás no hay una diferencia en la tendencia, pero sí en las magnitudes. Por ejemplo, mientras el 53% de los mayores de 55 años respalda que las parejas homosexuales tienen derecho a adoptar hijos, la cifra llega al 78% en los menores de 35; y en cuanto al matrimonio entre personas del mismo sexo, también hay una diferencia de casi 25 puntos (63% en los mayores y 87% entre los más jóvenes).
Pero si antes eso era uno de los grandes símbolos de la distancia entre generaciones, hoy las diferencias se trasladan a lo cotidiano, la forma de ver y encarar la vida. “Son más verdes, más sustentables y más diversos, valoran más la inclusión”, dice Cristián Valdivieso, director y fundador de Criteria. “Y siendo más globales que las otras generaciones, tienen una mirada de lo local de mayor valoración: el comercio justo, la economía circular, mucho más que la generación anterior”.
En el resumen de puntos que ha visto a lo largo del tiempo, Valdivieso apunta a algunas tendencias que pueden parecer contradictorias, pero que se amalgaman al interior de esta generación chilena. “Son más colectivos y menos individualistas, creen más en el trabajo en red. Son más cosmopolitas, pero al mismo tiempo más estatistas; no sé si eso va a durar mucho tiempo o no, pero todavía lo son”, dice. Y agrega: “No le temen a los cambios porque no tienen cicatrices de grandes momentos de fracturas en el país: no tienen ningún rollo con la dictadura, no han vivido todavía esa gran crisis que te hacen repensar tu mirada en la vida y no tienen nada que perder”.