Ascanio Cavallo
Pocas veces se consigue asiento para un espectáculo como el de estos días: los tres poderes del Estado entreverados en un proceso autodestructivo que se ve sólo en años excepcionales, los años de los cometas.
El fondo de lo que se ha estado discutiendo es algo que tendría que atormentar a la propia Corte: el modo en que la política ha terminado interfiriendo en su funcionamiento por todos sus rincones.
A partir de este caso también se ha desplegado un repertorio de debates que están en el centro de la vida en sociedad: los límites entre la vida pública y la privada, la discusión entre libertad y licencia (que tanto preocupó a Andrés Bello), las relaciones entre los poderes del Estado, los bordes éticos de la profesión del derecho, el trazado de las redes de influencia...
Los diplomáticos de más larga experiencia sugieren que el cabo más débil hoy es el que parecía más fuerte ayer: Brasil. Lula tendría que saber que para tener los votos de la región en la ONU, debería poder garantizar la defensa seria de la democracia, que no es lo que ha estado haciendo con sus propuestas ilegítimas.
El inmenso poder adquisitivo del crimen organizado hace que ninguna institución pueda sentirse segura: todas son potencialmente corruptibles, incluyendo al gobierno. Por lo tanto, cualquier lucha en serio requiere de contrainteligencia y cooperación interinstitucional. ¿Hay algo de eso en Chile? Muy poco, casi nada.