La salud mental en Chile se ha convertido en un problema de salud pública que ha empeorado en los últimos años debido a factores como el aumento de las desigualdades socioeconómicas, el estrés laboral y la falta de redes de apoyo.
La pandemia de COVID-19 profundizó estas dificultades, generando un aumento en la prevalencia de trastornos como la depresión y la ansiedad, especialmente en jóvenes y personas mayores (MINSAL, 2023). Sin embargo, la respuesta del sistema de salud ha sido insuficiente. La escasez de profesionales en el área y la distribución desigual de los servicios siguen siendo obstáculos significativos, y el presupuesto destinado a la salud mental es inadecuado para atender la creciente demanda (OMS, 2020).
Además, el estigma social alrededor de los problemas de salud mental impide que muchas personas busquen ayuda por temor a ser discriminadas, lo que crea un círculo vicioso donde los problemas no tratados se agravan y afectan la vida cotidiana.
Para lograr una sociedad más equitativa y saludable, es fundamental que la salud mental se considere tan esencial como la salud física, tanto en las políticas públicas como en el ámbito comunitario. Esto implica no solo aumentar el financiamiento para infraestructura y profesionales, sino también fomentar un cambio cultural que promueva la educación y sensibilización desde una edad temprana, desmitificando los problemas de salud mental y favoreciendo entornos de apoyo y empatía (MINSAL, 2023).