Desde hace años la Unesco está alertando sobre una crisis mundial de escasez de docentes, señalando que se necesitarán 69 millones de profesores para alcanzar la educación básica universal en 2030. Este escenario no es ajeno a la realidad de nuestro país, sin ir más lejos, se proyecta para el 2025 un déficit de 26 mil profesores.
La situación reseñada tiene ya un tiempo y los pronósticos no son auspiciosos. Según un estudio de la Universidad de Chile, la matrícula en carreras de Pedagogía cayó un 35% entre 2018 y 2021. El Consejo Nacional de Educación (CNED) constata la continuidad del fenómeno durante el 2022, ya que la matrícula total y de primer año de pedagogías tuvo una alta variación anual negativa de -7,2% y -8,1%, respectivamente.
El diagnóstico ya está hecho, la sociedad con la ayuda de los medios de comunicación tiene claro que la baja en la demanda en la carrera docente responde a múltiples variables de carácter cultural, social y económico. Así también lo ratifica Audrey Azoulay, directora general de la Unesco, quien señala, en un comunicado emitido por la entidad, que “la falta de formación, las condiciones de trabajo poco atractivas y la financiación inadecuada son factores que socavan la profesión de docente y agravan la crisis mundial del aprendizaje”.
Ahora, la pregunta es ¿qué estamos haciendo en Chile para revertir esta tendencia a nivel de políticas públicas, de los medios de comunicación y como sociedad?
Es innegable que entendemos lo importante que es la educación y cómo la formación docente es gravitante para construir una sociedad más justa, inclusiva, dinámica y diversa. Desde la perspectiva de las políticas públicas, han existido en este último tiempo, instancias para reencantar a las nuevas generaciones y promover el acceso a carreras de pedagogía, a modo de ejemplo, la promulgación de la Ley 20.903 (2016) que crea el sistema de desarrollo profesional docente, cuyo propósito es contribuir al mejoramiento continuo del desempeño, establecer requisitos de ingreso para convocar a los mejores estudiantes, desarrollar iniciativas como los Programas de Acceso para preparar a estudiantes secundarios con vocación e interés por estudiar pedagogía, pero que no logran acceder por las exigencias de ingreso, entre otras consideraciones.
Siguiendo en esta línea, la Beca Vocación de Profesor, un beneficio del Ministerio de Educación, que tal como su nombre lo indica, incentiva el interés de aquellos estudiantes que optan por ingresar a carreras de Pedagogía, Educación Parvularia o Educación Diferencial. Este tipo de medidas aportan a subsanar los efectos de esta crisis, pero no son suficientes, mientras no cambiemos nuestra apreciación y opinión como sociedad de la profesión docente, revalorando y resignificando su labor e incidencia desde lo cultural y socioeconómico en los distintos ámbitos. En tiempos vertiginosos, la educación es un pilar fundamental para proyectar el futuro.
La tarea entonces es promover el cambio en la mentalidad, en la cultura y en la política pública. Para eso debemos contar con medios de comunicación comprometidos que den a conocer los avances de la política pública como la Beca Vocación de Profesor y muestren experiencias exitosas e innovadoras para que los jóvenes que están decidiendo que estudiar vean la profesión docente como una posibilidad real tanto en términos de valoración social como económico.
Con lo anterior se avanza en el retorno de la autoridad perdida del profesor en su sala de clases, así como en el mejoramiento de sus condiciones económicas. El desafío no es pequeño, y aún hay tiempo de propiciar lo que, como sociedad, todos anhelamos: la posibilidad de que cada persona, sea niño, joven o adulto, cuente con los conocimientos y valores que le permitan trazar el horizonte de su vida. Así las cosas, ¿quién no podría desear contar con buenos profesores para el país?