Jonathan Haidt afirma que entre 2010 y 2012 se produjo un cambio decisivo en nuestra cultura, con la explosión de las redes sociales que afecta principalmente a la llamada “Generación Z” (los nacidos a finales de 1990 e inicios del 2000). Haidt relaciona esa explosión con la otra “explosión”: la de los trastornos de salud mental que está afectando fuertemente a los jóvenes con ansiedad, depresión, suicidios, etc. Y, además, Haidt, afirma que la capacidad académica está disminuyendo desde 2012, coincidiendo con la irrupción masiva de las redes sociales.

¿Son alarmistas las afirmaciones de Haidt o su diagnóstico es certero? Y si lo fuera ¿qué estamos haciendo para enfrentar una realidad que estaría afectando a nuestros hijos, alumnos, a millones de jóvenes? Heidegger planteó en su conferencia “Serenidad” que la técnica debía ser pensada. Es tan importante su impacto en nuestras vidas, que no pensar sobre ella es irresponsable. Ese es el papel que deben cumplir la filosofía, la psicología, la antropología, la sociología y todas las disciplinas humanistas: pensar la técnica. Es lo que está haciendo Haidt. La tecnología pareciera ir hoy más rápido que el pensamiento humano y es cada vez más difícil ponerle límites, bordes éticos, etc. Pero justamente por eso, hoy es crucial que se escuchen las voces de pensadores que están reflexionando sobre nuestro mundo, como Chul Han, José María Lasalle, Haidt y tantos otros. Esas voces de alerta debieran importar a los padres, educadores, directores de colegio, universidades.

La tecnología no es neutra como se suele creer y no se trata de demonizarla, sino de problematizarla. Puede ser una estupenda herramienta para la innovación en la educación y la comunicación humana, pero también puede convertirse en un factor de alienación, todo depende del uso, objetivos y sentido que le demos. Pero si nadie la está pensando en serio, corremos el riesgo en ser testigos pasivos de fenómenos tan alarmantes como los señalados por Haidt. La energía nuclear planteó desafíos parecidos décadas atrás y la comunidad internacional tuvo que tomar medidas para regular su uso, para evitar que se convirtiera en un arma de destrucción masiva disponible para todos. Al parecer tenemos una bomba digital que puede estallarnos en la cara y, quizás, ya está produciendo una devastación psíquica de incalculables efectos. ¿Qué haremos con ella? Es hora de pensar la tecnología y no que ella nos piense a nosotros.